Ocurrió una vez que el
rey de Powys, llamado Madawc, hijo de Maredudd, tenía un hermano pequeño
llamado Iorwerth, quien, como es natural, no tenía las mismas prerrogativas que
él. Esto enfureció de tal manera a Iorwerth, que reunió a los consejeros y
les preguntó qué es lo que tenía que hacer. Los sabios de la corte le
aconsejaron que aceptase el cargo que le daba su hermano como jefe de la casa,
mas el díscolo, comido por la envidia, no quiso aceptar y partió iracundo de la
corte. Iorwerth entró a sangre y fuego en el condado de Loegria, quemando las
casas y matando a sus habitantes. El rey Madawc reunió a sus jefes y les
ordenó que persiguieran a su hermano como a un malhechor. Entre los nobles que
acudieron fue Rhonawby. Éste se dedicaba a capturar rebeldes, y en sus
correrías por las provincias del reino se encontró con un castillo medio
derruido por el tiempo y del cual salía un humo negro y espeso. Rhonawby,
seguido de los suyos, entró en la primera sala, para ver qué ocurría en la
fortaleza. El suelo estaba sembrado de agujeros, llenos de agua y barro, y era
difícil poder mantenerse en pie, por lo resbaladizo del piso.
En una esquina había una
vieja sentada delante de un fuego; cuando sentía frío, echaba un montón de
basura en él, y esto causaba el humo negro y pestífero que llenaba la sala,
haciendo dificultosa la respiración. Al otro lado del fuego había una piel de
ternera echada en el suelo; era lo único limpio que se veía en aquel lugar tan
cochambroso. Rhonawby trató de entablar conversación con la vieja, pero ésta no
hablaba más que en murmullos, y lo único que pudo entender era que la piel de
ternera tenía la propiedad mágica de que todo aquel que descendiese de linaje
noble y durmiese en ella tendría los sueños más fantásticos del mundo.
Rhonawby se acostó en la
piel de ternera, por ser el sitio más limpio. No había hecho más que dormirse,
cuando soñó que él y sus compañeros viajaban por la llanura de Argyngroeg.
Creyó que iba en dirección a Rhyd Groes, en Severn. Mientras iban avanzando,
oyeron detrás de ellos un ruido estruendoso y vieron a un joven rubio,
magníficamente ataviado, sobre un caballo alazán, .que tenía las manos y las
piernas grises. Tan fiero era el aspecto del noble, que el miedo, se apoderó
de ellos y trataron de huir. Pero ocurría que cuando el caballo inspiraba, se
sentían atraídos hacia él: tal era su fuerza, y cuando respiraba, eran lanzados
como flechas. Pronto les alcanzó el jinete, y Rhonawby imploró al joven de
continente fiero que no les matase, por no haber hecho nada malo. El noble le
concedió a él y a los suyos la vida. Preguntándole entonces Rhonawby quién
era, éste contestó:
-No tengo por qué
esconder mi linaje; me llamo Iddawc Cordd Prydain, y me llamo así porque, en
otros tiempos, el Rey me mandó como embajador a estipular la paz con Medrawd.
Mas como era muy joven y lleno de fuego, mis palabras no fueron comprendidas y
se declaró la guerra por mi culpa. Tres noches antes de que la batalla
terminase, me fui a Llech Las, y allí me quedé durante siete años, haciendo
penitencia; después de eso fui perdonado.
Al terminar de decir
esto, oyeron otro ruido más fuerte aún que el primero, y apareció un joven caballero
perfectamente afeitado, montado sobre un caballo medio bayo y medio blanco. Si
el primero iba vestido con elegancia, el segundo iba cuajado de piedras
preciosas y su montura era de oro, así como la brida y el bocado del caballo.
Iba vestido de rojo, con una capa que relucía al sol, y se dirigió al primero,
diciéndole:
-Dadme una parte de estos
hombrecitos para que me los pueda llevar.
Iddawc le contestó:
-Aquello que sea mío, mío
es, aunque algunos te podré dar, si quieren irse contigo. Mas serás para ellos
un amigo, como he sido yo.
Entonces el segundo
caballero desapareció. Rhonawby preguntó a Iddawc quién era aquel caballero, a
lo cual fue contestado que se llamaba Rhuvawn Pebry y que era el hijo del
príncipe Deorthach.
Siguieron por la llanura,
hasta que llegaron al Severn, y allí estaba sentado el rey Arthur con el obispo
Bedwini a su derecha, y Gwarthegyd, hijo de Kaw, un joven de estatura
gigantesca, estaba de pie ante él, con un mandoble en la mano y un traje de
raso negro. Su cara era blanca como el marfil y lo que podía ver de su muñeca
entre su guante y la manga era más blanco que un nardo y de grueso como el
tobillo de un guerrero.
Iddawc pasó delante del
Rey con Rhonawby y saludó al Monarca. Éste le preguntó:
-¿De dónde has sacado ese
hombrecito? -Lo encontré más arriba, en la carretera. El Rey se sonrió.
-¿De qué te sonríes?
-preguntó Iddawc.
-No me sonrío -le contestó;
me entristezco al saber que unos hombrecitos tan pequeños sean los que ahora
guardan esta isla.
Iddawc dijo a Rhonawby:
-¿Ves ese precioso anillo
que lleva en el dedo el Emperador? Pues gracias a él podrás recordar todo lo
que en esta noche vieses; de lo contrario, se te olvidaría.
Tendieron delante del Rey
una preciosa alfombra; en cada punta tenía una manzana de oro y sobre ella
colocaron el trono del Monarca: tan grande era, que hubiese servido para
sentarse en él tres hombres.
Se sentó el Soberano y le
trajeron un tablero de ajedrez, cuyas fichas eran de plata labrada. Owain se le
acercó y se puso a jugar con él. Estaban en la primera partida, cuando un joven
cubierto de armadura y con una tizona de tres filos en la mano se acercó y
saludó a Owain.
-Señor, ¿es que con su
permiso los pajes y nobles del Emperador matan a vuestras águilas? Si no es
así, pedidle al Monarca que suspenda la matanza.
Owain dijo al Emperador:
-¡Oh Rey!, ¿habéis oído
al joven? Prohibid que maten a mis águilas.
-Seguid jugando
-respondió el Rey.
Terminaron ese juego y
empezaron otro. Durante la segunda partida, se acercó un cortesano vestido de
raso amarillo, con una capa negra cogida con broches de oro y en la mano una
preciosa espada con hoja de plata y empuñadura de diamantes y esmeraldas. Se
dirigió a Owain, diciéndole:
-Señor, los nobles del
Emperador están matando a vuestras águilas; pedid al Rey que lo prohíba.
Éste contestó:
-Owain, proseguid el
juego.
Terminaron la partida y
empezaron la tercera. Poco tiempo había pasado, cuando se acercó un guerrero
vestido con una cota de malla de oro puro y en la mano una gran lanza de plata
maciza. Se dirigió a Owain de la misma manera. Mas el Rey le interrumpió:
-Juega, si te place.
Entonces Owain dijo al
guerrero:
-Vuelve, y donde la lucha
sea más sangrienta, levanta mi banderín, y sea lo que quiera el cielo.
El guerrero partió y a
los pocos momentos un fragor ensordecedor irrumpió sobre el campamento y las
águilas elevaban por los aires a los que antes les habían hecho daño y los
dejaban caer en tierra, despedazados. A los pocos momentos, un noble de la
corte se acercó al Rey, vestido de encarnado y con un yelmo de oro en la
cabeza; en la mano sostenía una lanza de ébano, cuya punta estaba teñida de
sangre de las águilas. Saludó al Monarca, y le dijo que las águilas estaban
matando a sus guerreros. El Rey se dirigió a Owain, diciéndole:
-¡Prohíbelo!
Y Owain repuso:
-Prosigue tu juego.
El rumor del vuelo de las
águilas aumentaba a cada momento, y entonces un guerrero sobre un corcel gris
dijo al Soberano que estaban matando a sus cortesanos. Esto sucedió tres veces.
En la última fue tal el furor del Rey, que cogió las piezas del ajedrez y las
estrujó hasta que se convirtieron en polvo.
Owain creyó llegado el
momento, y ordenó a Gwres, hijo de Rheged, que bajase el banderín, y vino la
paz. Más y más cosas vio Rhónawby, hasta que por fin las huestes del Monarca
levantaron el campamento y prosiguieron la marcha. Tal fue el chocar de armas,
el piafar de caballos, el estruendo de las voces de mando y los gritos de
despedida, que Rhonawby despertó. Y cuando abrió los ojos, se halló sobre la
piel de ternera, habiendo dormido tres días y tres noches. Éste fue el sueño de
Rhonawby.
132. anonimo (suecia)