Hace mucho tiempo, vivía
en Inglaterra un muchacho llamado Dick Wittington. Sus padres murieron y no
tenía más amigos que un gato negro. Le llamaba Martes, porque lo encontró un
martes a la entrada del bosque, tan abandonado y tan hambriento como él.
Dick vagó por los
alrededores con su gato, pidiendo trabajo. Por la noche, él y el gato dormían
bajo cualquier mata o arbusto. El gato se hizo grande, tenía un rabo muy largo
y hermosos ojos verdes.
Martes seguía a su amo a
todas partes donde fuera, y éste se encontraba orgulloso de poseer el más bello
gato de toda Inglaterra.
Un día, cuando se paró a
beber agua en una fuente cercana a la carretera, pasó por allí un carretero,
que se detuvo para dar de beber a sus caballos. Dick le preguntó adónde iba.
-A Londres -le contestó,
donde las calles tienen pavimento de oro.
-¿Le gusta a usted
Londres? -le preguntó el muchacho.
-Es la ciudad más bella
del mundo. Está llena de hombres ricos, de hermosas damas y de grandes casas.
Hay allí un río con magnífi-cos puentes y tiendas llenas de cosas exquisitas.
Dick, maravillado por
todo aquello, le pidió que le condujera a tan hermosa ciudad. Éste aceptó y,
tras largo viaje, llegaron a Londres.
Triste y hambriento,
Dick, con el gato entre sus brazos, empezó a vagar por la ciudad, mirando extasiado
todas las cosas. Admiró las iglesias, los suntuosos palacios, los apuestos
caballeros y todas las cosas que brillaban en los escaparates.
Empezó a pedir trabajo,
pero todo fue en vano; a cualquier sitio donde iba le daban con la puerta en
las narices. Al atardecer, oyó las campanas de la ciudad y se encariñó con su
dulce sonido. Ya de noche, sin trabajo y sin un solo penique, se sentó a la
puerta de un gran almacén, junto al muelle. Allí se dispuso a pasar la noche.
Martes, el gato, olfateaba los alrededores, mientras Dick se quedaba dormido en
el peldaño de la puerta. Explorando aquellos lugares, llegó a dar con un
puesto de carnicería; robó un trozo de carne, volvió con ella a la puerta del
almacén, donde estaba su dueño, y allí la devoró ávidamente, relamiéndose
luego y sintiéndose muy confortado. Después se coló en el almacén, cazó una
gran rata y volvió con ella al lado de Dick. Éste seguía durmiendo. Martes dejó
la rata junto al peldaño donde la pudiera ver en cuanto se despertara y se
echó a dormir junto a su amo.
A la mañana siguiente, un
comerciante propietario del almacén se encontró a un chiquillo sucio y
harapiento dormido en la puerta. A su lado, un gato negro dormía también.
El hombre, a quien le
gustaban mucho los niños y los gatos, dando unos golpecitos al muchacho, le
preguntó:
-¿Qué haces aquí?
El gato abrió sus grandes
ojos verdes y Dick se despertó también, sobresaltado.
-Buenos días, señor -contestó,
tímidamente.
Viendo donde se
encontraba, -añadió: ¿Es suyo este almacén?
El hombre asintió y le
preguntó qué hacía allí y de dónde venía. Dick le contó su triste historia y le
dijo que no podía encontrar trabajo por ningún sitio.
-¿Te gustaría trabajar en
este almacén? -inquirió el hombre. Tengo trabajo para un chico y para un gato
que sea buen cazador de ratones, y éste lo es, por lo que veo -dijo, señalando
a la rata.
Dick pasó a servir al
comerciante y le prometió trabajar siete años con él. Durante mucho tiempo, se
sintió feliz con su empleo, y Martes también, cazando las ratas del almacén.
Dick comía en la cocina
de su amo y pasaba la nochie en un rincón. Por las mañanas se lavaba en el río,
que corría junto a éste.
A pesar de la compañía
del gato, Dick se encontraba solo. Cuando la primavera llegó, se sintió
atraído por su antigua vida campestre.
Una noche no pudo
resistirlo más, y, olvidando su promesa, cogió a Martes en sus brazos y
abandonó el almacén. A media noche corrió por las oscuras callejuelas, hasta
que llegó al campo, fuera de la ciudad. Al amanecer, se tumbó sobre la hierba
suave y húmeda de la colina de Highgate y aspiró con toda la fuerza de sus
pulmones el aire puro del campo, mientras Martes corría y saltaba sobre el
césped.
De pronto, se oyeron las
campanas de Londres. Un suave viente-cillo traía a Dick su dulce y lejano
sonido. Se acordó de la promesa que había hecho a su amo, de trabajar siete
años con él y le pareció que las campanas le decían: «¡Vuelve, Dick! ¡Vuelve,
Lord Mayor de Londres!». El gato se colocó sobre sus rodillas y le miró fijo
con sus grandes ojos verdes, como reprochándole el haber abandonado su tarea
cotidiana.
De nuevo oyó las campanas
de la ciudad. No pudo resistir a su llamada; se levantó y se encaminó hacia
Londres, seguido por su gato. Llegó al almacén antes que su amo, por lo que no
fue notada su ausencia, y se puso a trabajar. Por su parte, el gato siguió su
acostumbrada caza de ratones.
Un día, el amo le dijo a
Dick:
-¿Te gustaría conocer
mundo?
A lo que Dick contestó:
-Es mi gran ilusión.
-Muy bien. Me has servido
fiel y honradamente durante un año. Tengo un barco, el Unicorn, que parte para las Indias la próxima semana. ¿Te gustaría
ir en él como grumete?
-Encantado, señor; pero
¿y mi gato?
-Llévalo contigo; el
barco tiene muchas ratas y podrá hacer un buen papel.
Al amanecer zarpó el Unicorn, dejando tras sí al Támesis y la
ciudad de Londres.
Dick trabajó en el barco,
mientras su gato cazaba, infatigable, todos los ratones que podía.
Al fin, el barco llegó a
una isla gobernada por un cacique negro. Los marineros echaron anclas, y al día
siguiente el capitán bajó a tierra para tratar con el cacique, poseedor de
grandes tesoros en oro y piedras preciosas.
A su vuelta, el capitán
contó que no había visto en su vida mayor cantidad de ratas. El cacique se veía
obligado a tener criados ocupados en ahuyentarle los roedores. Dick dudó un
momento y dijo al capitán:
-Señor, ¿me permitís
bajar a tierra? Quizá pueder ser útil en esta isla.
El capitán se lo permitió
y Dick metió a su gato en un saco y descendió del barco.
Encontró al Rey de la
isla tumbado sobre una cama, bajo un dosel escarlata y oro. Cinco esclavos
negros le daban aire con un abanico de plumas de pavo real e impedían que las
ratas y ratones le molestaran. Pero, a pesar de esto, una rata, de un salto,
se plantó en el hombro del cacique y le dio un pellizco en la nariz.
Enfurecido, y con la mano en la parte dolorida, se quedó mirando fijo a Dick y
le preguntó qué deseaba.
Dick le aseguró que en su
saco llevaba la solución para su desgracia. El Rey, deseoso de conocer lo que
traía, ordenó que lo vaciara. Entonces Dick libertó al gato, que salió
corriendo tras las ratas que invadían la habitación. El cacique aplaudía,
lleno de alegría, y deseó comprar el gato; pero Dick se negó.
-No, no lo venderé; pero
podría prestároslo por un año, y estoy seguro de que dejaría la isla libre de
ratas y ratones.
Así se hizo, y Dick
recibió como recompensa por este alquiler 50 sacos de perlas, oro y piedras preciosas.
Dick, alegre y
entristecido a la vez por separarse de Martes, se despidió y volvió al barco.
Cuando el Unicorn llegó a Londres, el amo de Dick
se llenó de alegría al conocer la gran fortuna que éste traía; Dick quiso darle
la mitad; pero él no aceptó.
Lo llevó a su casa, lo
atendió, le compró magníficos trajes y Dick se convirtió en un joven elegante
y hermoso. Pronto se enamoró de Alicia, la hija de su amo.
Dick y el mercader se
hicieron socios, sus negocios aumentaron mucho y entre ambos ganaron una gran
fortuna.
Al año siguiente, cuando
volvió el Unicorn de las Indias,
trajo a Martes, que, por sus buenos servicios, había recibido como premio
veinte toneles de oro y piedras preciosas.
Dick se alegró mucho de
volver a verle, y de nuevo jugó con él y le acarició, como en otros tiempos.
Pronto llegó Dick a ser
el mercader más acaudalado de la ciudad de Londres. Casó con Alicia, la bella
hija de su antiguo amo, y fueron muy felices.
Por tres veces sucesivas
fue nombrado Lord Mayor de Londres, gozando en esta ciudad del mayor afecto y
estimación de las gentes.
Cuando Martes llegó a
viejo, y no pudo seguir cazando ratones, Dick y Alicia le servían deliciosos
manjares en vajilla de, oro, y durante el resto de su vida gozó de todas las
comodidades de la casa del Lord Mayor de Londres.
039. anonimo (inglaterra)
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