En Norroway, Escocia,
vivía una distinguida dama que tenía tres bellas hijas. Un día, la mayor dijo a
su madre:
-Madre, hazme una torta y
prepárame algo de carne, porque me marcho a buscar fortuna.
La madre le preparó
provisiones y equipaje, y la muchacha se fue a casa de una hechicera del lugar,
para pedirle consejo. La bruja le respondió:
-Puedes quedarte unos
días en mi casa y todas las tardes asómate a la puerta del corral para mirar si
logras ver algo.
La muchacha así lo hizo,
y el primer día nada vio; pero el segundo se dio cuenta de que por el camino,
en dirección a la casa, venía un coche de caballos. Enseguida contó a la
hechicera lo que había visto.
-Está bien -dijo ésta;
este coche viene por ti. Si te montas en él te casarás muy bien y tendrás una
gran fortuna.
La muchacha así lo hizo,
y pronto desapareció por el camino.
Poco después, la segunda
de las hermanas quiso probar fortuna también, y, despidiéndose de su madre,
acudió a casa de la hechicera. Fue muy bien recibida, y la vieja la invitó
para que pasara allí varios días y estuviera pendiente de la puerta trasera del
corral, que es por donde había de venir su suerte. Un buen día vio aparecer un
coche de caballos. La hechicera le dijo:
-Móntate en él;
probablemente te casarás con un buen hombre y tu vida será dichosa.
Obedeció, contenta de su
suerte, y se alejó.
La tercera de las tres
hermanas quiso, a su vez, buscar fortuna. Se despidió de su madre, y acudió,
como sus hermanas, a casa de la hechicera.
Por la puerta del corral
le llegó también su suerte. Un día vio venir envuelto en polvo a un hermoso
toro negro. La hechicera le recomendó que se montara en él; pero no pudo
predecirle su suerte.
La muchacha, que era muy
animosa, obedeció y se sentó en el lomo del animal y salió al galope.
Al anochecer, llegaron a
un lugar donde se levantaba un maravilloso castillo. La muchacha se sentía
desfallecida de hambre y cansancio.
-Aquí pasaremos la noche
-murmuró el toro; mi hermana mayor vive aquí.
Los del castillo ayudaron
a la muchacha a descender del toro y la hospedaron magníficamente. El toro
pasó la noche en el campo.
A la mañana siguiente,
los dueños del castillo dieron a la joven una hermosa manzana, aconsejándole
que no la partiera hasta que se viera en un gran apuro, y entonces la manzana
la salvaría. De nuevo montó sobre el toro y cabalgó todo el día.
Al caer la tarde llegaron
a otro castillo, mejor aún que el anterior. El toro dijo:
-Nos detendremos aquí
para pernoctar; otra de mis hermanas vive en él.
Así lo hicieron, y todo
ocurrió igual que la noche anterior. El toro pasó la noche en los prados de
alrededor; la joven fue muy obsequiada y también se le hizo un regalo, que
consistió en una hermosa pera, acompañada también de la misma recomendación:
-No la partas hasta que
te encuentres en un gran apuro, y entonces ella te salvará.
Así lo prometió la
muchacha, y de nuevo se puso en camino.
Cabalgó todo el día, y la
noche siguiente la pasó en otro maravilloso castillo, que pertenecía a la más
pequeña de las hermanas del toro. En él recibió más atenciones que en ningún
otro. Se celebró una magnífica fiesta en su honor y recibió como regalo una
espléndida ciruela, que habría de salvarla en cualquier apuro en que se
encontrara, por grande que fuera.
A la mañana siguiente, el
toro la esperaba a la puerta del castillo, para continuar el viaje.
Después de mucho caminar,
llegaron a un desfiladero oscuro y solitario. El toro se detuvo y le rogó que
se apeara. Entonces, le dijo:
-Te quedarás aquí
mientras voy a luchar contra el demonio. Siéntate en esa piedra, y no te
muevas, pues si lo hicieras no te volvería a ver jamás.
Y mirándola dulcemente,
añadió:
-Recuerda bien esto: si
ves que algunas de las cosas que están a tu alrededor se vuelven azules, esto
querrá decir que he vencido al demonio; pero si, por el contrario, se vuelven
rojas, habré sioo derrotado.
La muchacha prometió no
moverse y estar atenta al menor cambio de color. El toro se alejó por el desfiladero
y pronto le perdió de vista.
Largo tiempo estuvo la
joven inmóvil, hasta que, de pronto, los árboles, la hierba, las flores y el
mismo Sol se volvieron azules. Tal alegría le produjo el triunfo del toro sobre
el demonio, que, impaciente, sin darse cuenta, movió los pies. Esto bastó para quebrantar
la promesa que había hecho de permanecer inmóvil.
El toro la buscó en vano,
pues no puedo encontrarla. Ella, después de haberle esperado, angustiada,
comenzó a errar por aquellos lugares.
Anduvo por el desfiladero
largo tiempo, hasta que llegó a la ladera de una altísima montaña de cristal.
Trató de escalarla, pero no pudo. Cuando más angustiada estaba, sin saber qué
hacer, encontró la casa de un herrero y entró a pedir socorro.
-Si me sirves durante
siete años -dijo el herrero, yo te daré unos zapatos con los que podrás subir a
la montaña.
Siete años le sirvió con
toda fidelidad, y al cabo de este tiempo el herrero cumplió lo prometido. Con
los zapatos que le regaló, pudo llegar hasta la cumbre de la montaña de
cristal.
Allí encontró una casa y
se dirigió hacia ella. La casa pertenecía a una hechicera. Por la criada supo
que un apuesto caballero se hospedaba allí desde hacía algún tiempo y que había
dicho que quien limpiara sus calcetines ensangrentados sería su esposa.
La hechicera y su hija
pasaban el día lavándolos, pero no pudieron quitarles las manchas de sangre.
Cuando supo esto la muchacha, pidió a la hechicera que le permitiera
intentarlo. Tuvo los calcetines metidos en agua algún tiempo y después los
lavó, dejándolos completamente limpios.
Cuando el caballero
volvió a casa, encontró a la muchacha a la puerta trasera del corral y se enamoró
de ella. Pero la hechicera le hizo saber que había sido su hija la que había
conseguido limpiar la sangre.
El caballero, cumplidor
de su promesa, aseguró que se casaría con ella y olvidó a la joven.
Ésta, desesperada, se
acordó de la manzana que le regalara la mayor de las hermanas del toro negro,
y, partiéndola, la encontró llena de piedras preciosas.
-Todo esto te daré -dijo
a la hija de la hechicera- si retrasas un día tu matrimonio y me permites
velar al caballero esta noche, mientras duerme.
Ésta aceptó; pero la
hechicera preparó una bebida adormecedora y logró que el caballero la bebiera,
pasando éste toda la noche en un profundo sueño.
La muchacha permaneció
durante la noche en el cuarto del caballero, llorando y lamentándose:
-He servido siete largos
años por ti; por ti subí a la montaña de cristal, lavé tus calcetines ensangrentados,
y ahora te olvidas de mí.
Al día siguiente la joven,
triste y descorazonada, se decidió a abrir la pera que le había regalado la segunda
de las hermanas del toro negro, y la encontró llena de hermosísimas alhajas.
De nuevo se las ofreció a
la hija de la bruja, consiguiendo así pasar la noche junto al caballero; pero
éste durmió profundamente, a causa de la bebida que la bruja le diera y no oyó
las lamentaciones de la muchacha.
Al amanecer, la doncella
se retiró, sin esperanzas, del cuarto del joven caballero.
A la mañana siguiente,
cuando éste salía de caza, uno de sus criados le preguntó:
-¿Qué lloros y suspiros
se oyen estas noches en su dormitorio?
El caballero respondió
que él no había oído ningún ruido. Pero como el criado insistiera, decidió mantenerse
despierto para saber de qué se trataba.
Aquella noche, cuando la
bruja le llevó la bebida, pidió algo de miel para endulzarla, y mientras ella
iba a buscarla, tiró la pócima, simulando haberla bebido.
La muchacha había
recurrido a su última esperanza: partió la ciruela que le diera la más pequeña
de las hermanas del toro negro y la encontró llena de monedas y alhajas. Las
regaló a la hija de la hechicera y le pidió, por última vez, que le permitiera
pasar la noche junto al caballero.
Cuando a media noche
parecía estar dormido, la muchacha comenzó a llorar y a lamentarse como las
noches anteriores:
-He servido siete años
por ti; por ti subí a la montaña de cristal, lavé tus calcetines ensangrentados,
y ahora te olvidas de mí...
Cuando él la oyó, la
reconoció enseguida, se levantó y fue hacia ella. Le dijo que él era el toro
negro de Norroway, encantado bajo esta forma por la bruja. Durante largo rato
hablaron de las aventuras que les habían ocurrido desde su separación. Poco
después se casaron y vivieron siempre muy felices.
039. anonimo (inglaterra)
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