El rey de Dinamarca se hallaba enfermo y temía por el
futuro de su hijo si él moría, así que llamó al conde Godardo, al que creía noble
y fiel, para rogarle que lo cuidase y lo educase como si fuera su hijo.
Godardo, que en realidad era un traidor, prometió a su rey que lo haría y
fingió llorarle cuando éste murió, pero al acabar los funerales del monarca, buscó
a un pescador y, pagándole con una bolsa de monedas, le entregó al joven príncipe
para que lo arrojase al mar.
El pescador, que no sabía quién era el joven, aceptó y
alojó esa noche al muchacho. Dijo a su esposa que por la mañana saldría pronto y
se acostó, pero la mujer, advirtiendo que de la boca del chico salía una luz
prodigiosa, despertó a su marido para que lo viera.
Sorprendidos, desnudaron al niño y vieron que tenía
«la señal real» y era, por tanto, el príncipe. Ambos se postraron y le rogaron perdón,
aunque suponían que no escaparían de la ira de Godardo, así que decidieron huir
de aquellas tierras.
Por la mañana, el pescador, con su familia y el
pequeño príncipe, partió en la barca rumbo a Inglaterra. Y llegaron a Grimsby,
donde contruyeron una choza y se quedaron a vivir.
Havelok, el joven príncipe, se colocó en el palacio
del caballero Godrich, que tenía a su cargo la educación de la hija del difunto
rey de Inglaterra. Pero, como Godardo, también era ambicioso y deseaba desembarazarse
de ella para ocupar el trono.
Mientras tanto, en las cocinas del palacio, Havelok se
ganaba el aprecio de todos.
Pasó el tiempo e iban a celebrarse unos juegos
populares, en los que podían tomar parte todos, sin distinción de rango.
Havelok, que ya era un apuesto joven, quiso participar.
Se trataba de un concurso de lanzamiento de piedras. Casi todos los hombres que
se presentaron eran grandes y fuertes, robustos y musculosos, y ya habían participado
antes en juegos parecidos. Pensaban que Havelok no era un buen rival, porque
aun no parecía fuerte ni vigoroso.
De hecho, la mayoría se burlaba de aquel audaz
muchacho, pero ante el asombro de todos, fue el joven danés el que lanzó las piedras
más pesadas y a mayor distancia.
El asunto se comentó en toda la región de la que
Godrich era caballero, y éste no pudo sino preguntarse quién era aquel apuesto
y resuelto jovenzuelo. Pronto le contestaron que se trataba de un pinche de sus
cocinas y Godrich ideó un plan para deshacerse de la princesa.
Mandó llamar al joven danés y, como teórica recompensa
por su triunfo en el concurso, le ofreció a la muchacha en matrimonio.
Pensaba que así ella nunca podría gobernar, pues se
habría desposado con un sirviente.
Pero durante la noche de bodas, la princesa descubrió
el halo de luz de su joven marido y enseguida vio en su hombro la «señal real».
Supo de inmediato que su esposo sería rey, aunque habría que esperar a que llegara
el momento propicio.
Cuando los jóvenes supieron que el pescador había
muerto decidieron regresar a Dinamarca con la viuda y sus hijos. Al desembarcar,
el joven mandó a un chico a entregar al poderoso conde Ubbe el siguiente mensaje:
«Havelok, hijo del rey, ha regresado para liberar al reino de la tiranía de
Godardo». En cuanto éste lo recibió, y puesto que era fiel a la memoria del
rey, preparó su ejercito para luchar junto con el príncipe contra el usurpador.
El valiente joven se unió al ejército del buen Ubbe.
Se dirigieron al palacio de Godardo y, tras un reñido
combate, le vencieron. Al poco tiempo, Havelok fue coronado rey. Pero el joven
monarca también quería hacer justicia con su esposa, así que se preparó y, al
frente de una armada poderosa, desembarcó en Inglaterra, donde libró una
batalla contra las tropas de Godrich, que fue hecho prisionero.
Y así, como marido de la princesa, Havelok se
convirtió también en rey de Inglaterra y, junto a su mujer, gobernó con justicia.
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