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martes, 27 de agosto de 2013

Godardo, el traidor

El rey de Dinamarca se hallaba enfermo y temía por el futuro de su hijo si él moría, así que llamó al conde Godardo, al que creía noble y fiel, para rogarle que lo cuidase y lo educase como si fuera su hijo. Godardo, que en realidad era un traidor, prometió a su rey que lo haría y fingió llorarle cuando éste murió, pero al acabar los funerales del monarca, buscó a un pescador y, pagándole con una bolsa de monedas, le entregó al joven príncipe para que lo arrojase al mar.
El pescador, que no sabía quién era el joven, aceptó y alojó esa noche al muchacho. Dijo a su esposa que por la mañana saldría pronto y se acostó, pero la mujer, advirtiendo que de la boca del chico salía una luz prodigiosa, despertó a su marido para que lo viera.
Sorprendidos, desnudaron al niño y vieron que tenía «la señal real» y era, por tanto, el príncipe. Ambos se postraron y le rogaron perdón, aunque suponían que no escaparían de la ira de Godardo, así que decidieron huir de aquellas tierras.
Por la mañana, el pescador, con su familia y el pequeño príncipe, partió en la barca rumbo a Inglaterra. Y llegaron a Grimsby, donde contruyeron una choza y se quedaron a vivir.
Havelok, el joven príncipe, se colocó en el palacio del caballero Godrich, que tenía a su cargo la educación de la hija del difunto rey de Inglaterra. Pero, como Godardo, también era ambicioso y deseaba desembarazarse de ella para ocupar el trono.
Mientras tanto, en las cocinas del palacio, Havelok se ganaba el aprecio de todos.
Pasó el tiempo e iban a celebrarse unos juegos populares, en los que podían tomar parte todos, sin distinción de rango.
Havelok, que ya era un apuesto joven, quiso participar. Se trataba de un concurso de lanzamiento de piedras. Casi todos los hombres que se presentaron eran grandes y fuertes, robustos y musculosos, y ya habían participado antes en juegos parecidos. Pensaban que Havelok no era un buen rival, porque aun no parecía fuerte ni vigoroso.
De hecho, la mayoría se burlaba de aquel audaz muchacho, pero ante el asombro de todos, fue el joven danés el que lanzó las piedras más pesadas y a mayor distancia.
El asunto se comentó en toda la región de la que Godrich era caballero, y éste no pudo sino preguntarse quién era aquel apuesto y resuelto jovenzuelo. Pronto le contestaron que se trataba de un pinche de sus cocinas y Godrich ideó un plan para deshacerse de la princesa.
Mandó llamar al joven danés y, como teórica recompensa por su triunfo en el concurso, le ofreció a la muchacha en matrimonio.
Pensaba que así ella nunca podría gobernar, pues se habría desposado con un sirviente.
Pero durante la noche de bodas, la princesa descubrió el halo de luz de su joven marido y enseguida vio en su hombro la «señal real». Supo de inmediato que su esposo sería rey, aunque habría que esperar a que llegara el momento propicio.
Cuando los jóvenes supieron que el pescador había muerto decidieron regresar a Dinamarca con la viuda y sus hijos. Al desembarcar, el joven mandó a un chico a entregar al poderoso conde Ubbe el siguiente mensaje: «Havelok, hijo del rey, ha regresado para liberar al reino de la tiranía de Godardo». En cuanto éste lo recibió, y puesto que era fiel a la memoria del rey, preparó su ejercito para luchar junto con el príncipe contra el usurpador. El valiente joven se unió al ejército del buen Ubbe.
Se dirigieron al palacio de Godardo y, tras un reñido combate, le vencieron. Al poco tiempo, Havelok fue coronado rey. Pero el joven monarca también quería hacer justicia con su esposa, así que se preparó y, al frente de una armada poderosa, desembarcó en Inglaterra, donde libró una batalla contra las tropas de Godrich, que fue hecho prisionero.
Y así, como marido de la princesa, Havelok se convirtió también en rey de Inglaterra y, junto a su mujer, gobernó con justicia.

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Fray ignacio

Fray Ignacio era un religioso que tenía por misión salir del convento a pedir limosna. Evitaba pasar por la casa de don Franchino porque era un avaro.
Cierto día, don Franchino se quejó al padre prior del convento de que fray Ignacio no pasaba por su casa y eso le dejaba en mal lugar ante los vecinos, así que el prior obligó a fray Ignacio a no eludir la casa de don Franchino nunca más.
El fraile era tan obediente como respetuoso y a la mañana siguiente se dirigió a la casa que siempre evitaba. Fray Ignacio salió de aquella hacienda con las alforjas llenas.
Pero al llegar al convento sus hermanos vieron con espanto que los sacos estaban mojados de sangre.
No es de extrañar que de las alforjas mane la sangre, pues la limosna de Franchino es fruto de la sangre que exprime de los corazones de los pobres.
Desde entonces, todos estuvieron de acuerdo en que ningún religioso llamaría a la puerta de Franchino.

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Empanada de gato

En el pueblecito de Tossa vivían unos graciosos que se divertían a costa de sus vecinos. Una vez invitaron a comer empanada de conejo a su vecino Dolcibene, a quien no le gustaban los gatos. Pero resultó que la empanada era en realidad de carne de gato y así se lo hicieron notar los gamberros poniéndose a maullar.
Muy enfadado con la broma, Dolcibene se fue sin rechistar, pero ideó un plan.
Compró trampas para cazar ratones y esperó hasta la época de cría de las palomas. Llegado el momento, cazó varios pichones y mandó a un sirviente suyo que se los mostrase a la pandilla malvada.
Al ver al criado le preguntaron que para qué eran tales animales, a lo que éste respondió que su amo era un excelente cocinero y hacía un estofado de pichones sin igual.
Los gamberros del pueblo no tardaron en presentarse ante Dolcibene procurando que éste les invitase a comer. ¡Ya habían caído en la trampa! Efectivamente, el caballero les invitó y prometió prepararles un plato que no podrían comparar con ninguno que hubieran probado antes. ¡Y es que pensaba hacerlo de carne de rata y no de paloma!
Pero ése era su secreto.
El hecho fue que los gamberros se lo comieron todo y sólo al dar el último bocado Dolcibene les confesó cuál era el ingrediente principal del guiso.
Al escucharlo, los tramposos sintieron que se les revolvían las tripas y, temblorosos, se atrevieron a preguntar por qué les había hecho eso. Dolcibene les contestó:
A ver si por fin aprendéis alguna lección.
Si queréis vivir en paz en este mundo, no debéis hacer a los demás lo que no queráis que los demás oshagan a vosotros.

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El vino derramado

En Normandía se cuenta la historia de un pobre hidalgo que apenas tenía dinero para comer. Una mañana, cuando en su despensa no quedaba más que pan reseco, decidió mojarlo en un poco de vino, así que se dirigió a la taberna. Pidió una copa de vino y el tabernero, bruto y maleducado, casi derramó la mitad de la copa al servírselo. En vez de disculparse, le dijo al hidalgo:
¡El vino vertido trae alegría y riqueza!
El hidalgo, en vez de protestar, pensó en ajustarle las cuentas... y le pidió, tramando un curioso plan, que le sirviese también un buen trozo de su mejor queso.
El tabernero se fue de mala gana al piso de arriba, donde guardaba el queso. Mientras, el hidalgo se apresuró a abrir el grifo del tonel del vino. ¡Se formó un buen charco! Cuando bajó el tabernero con el queso y vio lo sucedido, intentó pegar al hidalgo, pero éste se defendió consiguiendo estrellar al tabernero contra el barril del vino, que se rompió con el golpe, derramándose todo el líquido que aún quedaba dentro.
Al oír el jaleo, llegaron los soldados, que se llevaron al hidalgo y al tabernero ante el rey.
-Señor, este hombre, cuando vertio el vino de mi copa, aseguró que eso significaba alegría y riqueza, así que quise que él disfrutara de lo mismo y abrí el grifo del tonel para demostrarle mi gratitud, pero veo que no entendió mi buena intención.
Tras oír la explicación, el rey rompió en carcajadas y, natural-mente, dejó marchar al hidalgo sin castigo alguno.

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El viejo y salomón

Cierta tarde, un anciano descansaba a la sombra de un tilo después de pasar la jornada trabajando duramente en la tierra, sembrando y labrando. Sin aviso alguno se presentó ante él el espíritu del gran rey Salomón que le preguntó qué hacía allí sentado. El viejo le contestó que estaba siguiendo sus consejos, pues de él tomó la lección de ser trabajador como la hormiga y no holgazán como la cigarra.
-Pues aprendiste la lección a medias -repuso el buen Salomón esbozando una sonrisa, porque si vuelves a estudiar la fábula con detenimiento, compren-derás que, en el invierno ya de tus años, deberías descansar y gozar de lo que recogiste y ganaste con el esfuerzo de tu sudor a lo largo de tu juventud y madurez.
El viejo comprendió en seguida: para él había llegado el momento de esperar descansado, disfrutando con sosiego sus últimos días.

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El ultimo rey godo

Corría el año 710 en una España dividida, cuando el rey don Rodrigo, que había echado del trono a sus enemigos, tuvo un extraño sueño. Vio cómo su reino era invadido: las capas blancas de los jinetes parecían alas y todos tenían el rostro sombrío del demonio. Aquel ejército arrollaba en el sueño al de don Rodrigo y a él lo hería de muerte. No hubo adivino que interpretase, para tranquilidad del rey, el significado de aquel mal sueño.
Tiempo después, don Rodrigo tuvo que reunir un ejercito para combatir contra los musulmanes. A sus filas se sumaron algunos hombres traicioneros que fingieron lealtad. Así, cuando empezó la batalla y don Rodrigo dio la señal de ataque, un puñado de jinetes cambiaron de bando y, ayudando a los árabes, hicieron que éstos venciesen. Don Rodrigo recordó su sueño y comprendió que el destino había querido advertirle: fue derribado de su caballo y quedó malherido. Así permaneció sin que nadie se percatara de que respiraba, pues sus hombres se habían dispersado.
Después de aquella victoria, los árabes avanzaron hacia el norte de la Península, convencidos de que pronto serían los dueños de España. Habían pagado traición con traición y ninguno de los señores cristianos que habían abandonado a don Rodrigo vivía ya para contarlo: al fin y al cabo, también los árabes valoraban la fidelidad.
Pero, ¿qué había sido de don Rodrigo, protagonista de la batalla de Guada-lete?
Durante muchos años, trovadores y poetas cantaron por todas las comarcas que don Rodrigo había perdido la vida en aquella batalla, y sin embargo...
Sin embargo cuenta la leyenda que aún pudo el rey levantarse y caminar hasta que lo recogieron unos labradores que le brindaron cama y descanso. Más tarde ingresó en un convento donde los monjes le aceptaron como uno mas.
-Fui rey de España -parece ser que dijo en adelante sólo seré un fiel orador que pedirá al Señor por su país.

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El trueno y el relampago

El mundo estaba recién creado cuando se presentó el ángel del mal reclamando el imperio de mundo. El Señor sonrió tranquilo y le ofreció gobernar sobre aquella parte de la Tierra que se viese negra. El diablo se retiró a los infiernos pensando qué haría para cubrir toda la Tierra de negro. Pero a la mañana siguiente descubrió que todo estaba blanco.
¡El buen Dios había hecho que nevara!
Renegando, amenazó al Creador:
-Esta vez he perdido, pero me vengaré en la gente que pueble tu mundo: haré que se oigan truenos y su miedo será tal que ni siquiera en ti podrán confiar.
A cambio, el Señor contestó:
-Y yo crearé el relámpago, que será una luz que advertirá a la gente de tus truenos y así nada temerán hasta que te canses y amaine la tormenta.

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El trabajo de san eloy

San Eloy era pequeño cuando entró a trabajar como aprendiz de herrero. Era una época de muchos encargos y todos trabajaban sin descanso.
El joven Eloy solía pedirle a su patrón que le dejara trabajar más horas, pero éste siempre le contestaba que ya lo haría cuando fuera más fuerte, porque de momento era un muchacho sin forjar y más valía tenerlo bien dispuesto menos horas que, por forzarlo, acabar consiguiendo que no pudiera trabajar más.
Una noche hubo un encargo urgente: había que terminar una barandilla. Eloy se puso manos a la obra en secreto pero el patrón lo descubrió y se dio cuenta del milagro: ¡aquel muchacho no necesita-ba herramientas! Se bastaba con sus manos porque estaba marcado con la gracia de Dios. El herrero, desde entonces, rezó con más devoción y fe.

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El tonto y el fantasma

Había un gaitero al que la gente creía idiota porque no sabía más que una canción.
Cierto día que regresaba a casa borracho, un fantasma se le acercó y le dijo:
-Agárrate a mi vestidura para no caerte; y si quieres llegar sano y salvo a casa tendrás que tocar el «Shan Van Vocht» para mí.
-¡Pero si no me la sé! -dijo el gaitero asustado.
-¡Toca y calla! -volvió a ordenarle el fantasma.
Y claro: el gaitero tocó.
Éste quiso escucharlos y, después de que el tabernero hablara, lo hizo el hidalgo:
Al soplar la gaita sonó la melodía que le había pedido el espectro, así que confió en él.
-Ahora tendrás que venir conmigo -le ordenó el misterioso espíritu.
Fueron volando hasta una cumbre, el fantasma dio tres patadas en el suelo y se abrió la tierra bajo sus pies. Llegaron a una estancia donde había miles de mujeres.
-Toca para ellas y te recompensarán -le dijo el espectro al gaitero.
Así lo hizo el músico y, al terminar, cada mujer le entregó una moneda de oro.
-¡Soy rico! -repetía el gaitero mientras el fantasma le llevaba de vuelta al viejo camino en donde lo había recogido.
Las mujeres le habían regalado también una gaita.
-Ahora tienes dos cosas que antes no tenías: sentido común y música -dijo el espectro.
«Y mucho dinero», pensó también el gaitero.
Así que, tan contento, se despidió del espíritu y se dirigió a su casa, donde le esperaba su madre.
-¡Madre! ¡Soy rico y además el mejor gaitero de Escocia! -grito en cuanto abrió la puerta.
Su madre vio que no parecía bebido.
Él le entregó las monedas de oro y quiso que escuchase las nuevas melodías. Pero cuando se llevó el instrumento a la boca salió un ruido parecido al graznido de un pato.
¡Había desaparecido la magia!
Se despertaron todos los vecinos y enseguida empezaron a burlarse de él.
Entonces el gaitero tocó la gaita vieja y de ella salió una música deliciosa que dejó boquiabiertos a todos.
En aquel momento decidió el gaitero que no debía despreciar su viejo instrumento a cambio del nuevo.
A la mañana siguiente, el gaitero y su madre abrieron el saco de monedas y vieron que se habían convertido en hojas secas.
El gaitero fue a ver al párroco, pero éste, que no confiaba demasiado en el músico, no quiso creerle.
Entonces el gaitero tocó su vieja gaita. ¡Qué maravilla! Hasta el cura quedó prendado de las melodías. Desde entonces, el gaitero se ganó honradamente la vida y, aunque habían desaparecido sus monedas de oro, no tardó en hacerse rico

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El suceso de olivete

Allá por el siglo XV, un joven soldado fue hecho preso en los Santos Lugares. Sufría tanto por la esclavitud que su único deseo era escapar. Una tarde logró huir y corrió hasta que, lejos de su cárcel, se arrodilló junto a un olivo e invocó a la Virgen para que le ayudara. Cuando levantó la vista, vio que sobre las ramas del árbol había una imagen de la Madre de Dios pintada sobre una tabla. Reconfortado al sentir la santa compañía, se durmió a los pies del olivo. Al despertar, sin embargo, notó que se hallaba en otro lugar.
El aire era más puro y las tierras más ricas, sin embargo el árbol era el mismo y sobre sus ramas aún estaba la tabla con la Virgen. De pronto se dio cuenta: ¡había regresado a su pueblo!
Delante de él, sus familiares le miraban atónitos. Cuando el soldado contó lo ocurrido, llevaron en procesión la imagen de la Virgen hasta la iglesia, con olivo y todo. Más tarde hicieron una capilla en el lugar donde había estado el árbol y lo devolvieron al hueco del que lo habían sacado. La capilla de Olivete existe todavía.

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El soldado licenciado

Un soldado, tras haber cumplido su misión durante 25 años, se licenció y se fue a correr mundo. Cierto día se encontró a un pobre que pedía limosna y el soldado, que no tenía más que tres galletas, le dio una. Al poco se encontró a un segundo mendigo y le dio la segunda galleta. Había caminado otro trecho cuando dio con un tercer mendigo. El soldado no pudo resistirse a darle la última de sus galletas.
¿Y tú, no deseas nada? Deja que te compense...
El soldado, sorprendido, contestó que no creía que él pudiera darle nada, ya que era muy pobre.
-No prestes atención a mi miseria -replicó el anciano y dime lo que deseas.
El soldado, no queriendo poner al viejo en un apuro, contestó que si tuviera una baraja de cartas, la guardaría como recuerdo suyo.
-Tómala -dijo el mendigo ofreciéndole una. Con ella ganarás siempre que juegues. Y llévate también esta alforja: en ella se meterá lo que tú quieras simplemente con que lo desees.
El soldado, confundido pero agradecido, tomó los presentes del mendigo y siguió su camino. Por fin llegó a orillas de un riachuelo donde halló tres gansos.
Quiso hacer una prueba y deseó que los gansos entraran en su alforja.
Al momento, los animales se metieron de cabeza en el saco. El soldado cerró alforja y con ella llegó a una ciudad. Entró en una tasca y pidió al tabernero que cocinase para él uno de los gansos.
Le dijo también que podría quedarse con otro a cambio de pan y una copa de vino, y le dió el tercero para recompensar su trabajo. El tabernero aceptó encantado el encargo. Mientras cenaba, el soldado vio por la ventana un magnífico palacio con todos los cristales rotos. Preguntó al tabernero la razón de aquel destrozo y éste le explicó que aquel lugar pertenecía al zar, pero que unos diablos lo habían destrozado cuando se hicieron dueños del lugar sin permiso.
El soldado se fue a ver al zar y le rogó que le dejara entrar en el palacio encantado.
-¡Estás loco! -replicó el gran soberano.
Pero allá tú. Si entras, que sepas que es muy probable que no salgas más.
A pesar de la advertencia, el soldado fue al palacio y tomó asiento junto a una mesa. A las doce de la noche aparecieron los demonios traviesos.
¡Hola, valiente soldado! ¡Vena jugar con nosotros! –le propusie-ron.
-A eso he venido -repuso el soldado-.
Pero tendrá que ser con mi baraja: ¡no me fío de vosotros!
Jugaron una partida tras otra y fue ganando el soldado.
Los diablos perdieron todos los tesoros que tenían allí acumulados y, aunque fueron a por más a sus lugares secretos, también se los ganó el soldado.
Entonces, furiosos, le amenazaron:
-Tendremos que despedazarte. No vas a irte de aquí con todas nuestras riquezas.
El soldado, sin perder la calma, tomó su alforja y les preguntó si sabían lo que era.
¡Pues naturalmente! -contestaron. No es más que una simple y pobre alforja.
-¡Pues entrad en ella! -ordenó el soldado.
Y dicho y hecho, todos los diablos obedecieron.
El soldado ató su alforja, la colgó del techo y se tumbó a des-cansar sobre los sacos llenos de dinero y tesoros ganados.
Por la mañana, el zar, preocupado por la suerte del soldado, ordenó a unos criados que fueran al palacio para ver si tenían la buena fortuna de encontrar aún sano y salvo al soldado y ayudarle a escapar de allí.
Grande fue su asombro cuando, entrando con prudencia en el palacio y procurando no hacer ruido, encontraron durmiendo y rodeado de sacos de riquezas al buen soldado.
En cuanto le despertaron para que les explicase cómo se había librado de los diablos, el soldado les habló así:
-Antes que nada traed a dos herreros y que traigan con ellos un yunque y dos martillos.
Sin esperar más, los criados del zar salieron y regresaron acom-pañados de los herreros.
Entonces el soldado les pidió que descolgasen la alforja que él había colgado del techo, en la que estaban los diablos, y que la golpeasen. No dijo qué contenía, pero por casualidad un herrero comentó:
-¡Vaya! ¡Pesa más que mil demonios!
Y el soldado, entre risas, contestó:
-¡Es que eso es precisamente lo que contiene!
Entonces los herreros se liaron a martillazos con la alforja.
Los demonios gritaban pidiendo piedad y, por fin, el soldado les dejó salir a condición de que se alejaran para siempre de allí. Pero decidió que se quedaría con uno como rehén para que cumplieran el pacto.
Así fue como, después de todo, el zar le regaló al soldado aquel palacio y éste vivió vigilando siempre una alforja que contenía el seguro de su tranquilidad y la de los suyos.
Poco después el soldado se casó y al año tuvieron un hijo, pero siendo un bebé, enfermó y ningún médico conseguía curarle. Entonces al soldado se le ocurrió recurrir al diablillo encerrado:
-Nadie sabe curar a mi hijo. ¿Podrías ayudarme? Si lo haces, te dejaré en libertad. Aceptó el demonio y al salir de la alforja sacó un vaso de su bolsillo, lo llenó de agua y lo puso a la cabecera de la cama del niño. Después se quedó mirándolo fijamente.
-¿Qué ves? -preguntó el soldado.
-Veo la muerte a los pies de la cama. Eso quiere decir que el niño sanará.
Luego el diablillo encargó al soldado que rociase a su hijo con el agua y así lo curó. El soldado dejó en libertad al diablo, pero se quedó con el vaso milagroso.
A partir de ese día, se hizo también curandero y, mirando el vaso, se dedicó a predecir si los enfermos vivirían o no, fijándose en si la figura de la muerte estaba a los pies o a la cabecera de la cama. Pero un día cayó enfermo el zar.
Tuvo el soldado la mala fortuna de ver a la muerte en la cabecera de su cama y hubo de decirle al zar que su mal no tenía cura. El  zar, reprochando al soldado que curase a otros y no a él, le amenazó con que si no le sanaba, haría que lo ejecutasen. El soldado, asustado, le rogó a la muerte que no rondase más al zar y le ofreció su propia vida a cambio. Tanto insistió que ésta aceptó y el zar se curó.
Sabiendo que le quedaba poco tiempo, el soldado fue a su casa, tomó la alforja y se puso a esperar a la muerte.
Cuando ésta llegó, él le pidió que entrara en la alforja y ella lo hizo. El soldado llevó la alforja a un bosque y a partir de entonces la gente dejó de morirse.
Había pasado muchísimo tiempo cuando el soldado se encontró con una anciana que le acusó de que su vida y su sufrimiento se estuvieran prolongando tanto. En ese momento comprendió: fue al bosque, recuperó la alforja y liberó a la muerte, arriesgándose a que se lo llevase. Pero ésta le explicó que vendría a por él cuando lo considerase oportuno y le dejó vivir.

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El rey y las aves

Dicen que una paloma cayó un día a los pies del rey Brisdharba de Benarés, suplicándole:
-¡Protegedme! ¡El gavilán me persigue!
El rey, famoso por prestar ayuda a los necesitados, tranquilizó a la paloma y le aseguró que sería capaz de protegerla con su propia vida. El gavilán, que lo había oído todo, se presentó ante el rey y le habló así:
-Señor, ese pájaro es mi comida y así lo han dispuesto los dioses. ¿Qué poder tienes sobre el bien y el mal? Si eres tan bueno, ten consideración conmigo para que no muera de hambre.
El rey, entendiendo que el gavilán tenía razón, le dijo que haría que preparasen para él los más exquisitos manjares.
Una mirada cruel apareció en los ojos del ave rapaz, que habló con voz dura:
-Yo no como jabalí ni ciervo, así que no hay animal de tus establos que puedas ofrecerme.
Mi comida siempre ha sido la paloma, pero si has tomado a ésta que perseguía, podemos hacer otra cosa: dame lo mismo que pesa de tu propia carne y así me conformaré.
Brisdharba contestó que, puesto que había dado su palabra a la paloma de protegerla, aceptaba lo que el gavilán le proponía.
Al terminar de decirlo, el rey se cortó una mano y la puso en el platillo de una balanza. En el otro puso a la paloma.
Entre tanto, la reina y toda la corte clamaban al cielo pidiendo ayuda para su soberano. El cielo escuchó su clamor y una lluvia de pétalos de flores cayó sobre todos, cubriendo al rey al tiempo que se oía una música celestial.
Luego, la misma brisa se llevó al gavilán.
Al quedar al descubierto el rey, todos vieron que la mano que se había cortado estaba de nuevo unida a su muñeca y, a su alrededor, revoloteaba feliz la paloma, que jamás abandonó a su salvador.

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El rey virtuoso

Hace muchísimos años vivía en Mitila el buen rey Nami. Poseía un hermoso palacio con siete salones: el primero de plata purísima, el segundo de oro, el tercero de diamantes, el cuarto de rubíes, el quinto de esmeraldas, el sexto de zafiros y el séptimo de marfil. Era tan rico que se había cansado de contar sus riquezas, pero no era feliz.
Por fin, un día el rey abandonó sus posesiones y todos los placeres y abrazó la vida de asceta, refugiándose en el corazón del espeso bosque.
Allí se entregó a la oración y todos en el reino lloraron su ausencia. El dios Indra, que oyó la historia del rey Nami, bajó a la Tierra para probar su virtud y ponerle a prueba. Primero le engañó diciéndole que en su palacio se estaban quemando todos sus tesoros, pero Nami permaneció impasible. Después le tentó para que fortificara su ciudad convirtiéndose en el más poderoso guerrero de la Tierra. Nami dijo que él sólo creía en la victoria de dominarse a sí mismo mediante la paz y la serenidad, sin guerrear.
Indra le preguntó entonces por qué no castigaba a los malhechores de su reino para que fuera un lugar seguro y alcanzara la gloria como el gobernante más justo, a lo que Nami respondió esta vez:
Con frecuencia los gobernantes castigan de forma injusta: se apresa a los inocentes y quedan libres los malvados. ¿De qué sirve entonces someter a los otros?
Indra se quitó su disfraz de sabio y alabó al virtuoso rey Nami por la fuerza y sabiduría de su espíritu, y le aseguró un lugar en el cielo.

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El rey ambicioso

El ambicioso rey Fion tenía dos hijas: Kara, luminosa y rubia como el sol, y Difa, morena y brillante como el azabache.
Cierto día que paseaba por el bosque, encontró a la reina de las hadas que le hizo una proposición:
-Haré de ti el soberano más poderoso de la Tierra si nos entregas a tu hija Kara. Te doy también cuatro regalos: un almohadón mágico, que quien se apoya en él se duerme al instante; una botella que nunca se vacía; una antorcha que lo ilumina todo...
Y un silbato: al oírlo, las hadas acudirán rápidas a satisfacer tus deseos.
El ambicioso rey aceptó el trato, a pesar de la advertencia:
-Sólo si algún día nos devuelves estos cuatro objetos mara-villosos, nosotras podremos devolverte a tu hija Kara.
Sin pérdida de tiempo, y ante la indiferencia del rey Fion, que no hacía caso de los lamentos de la joven y menos aún de los de su hermana Difa, las hadas se llevaron a Kara a las secretas grutas de los pantanos en los que habitaban sólo seres maravillosos.
Desde el primer momento, Difa, la hermosa joven de melena oscura y brillante como el azabache, recorrió de día y de noche las orillas de los pantanos llorando por la desaparición de su hermana. Ella no sabía por qué las hadas las habían separado ni por qué no se la habían llevado también a ella, desconocía que a los seres mágicos les repelen los cabellos negros.
Pasaban los años y aunque Kara vivía mimada por las hadas, no olvidaba a su hermana Difa y lo que más anhelaba en la vida era recobrar su naturaleza humana para volver junto a los suyos.
Pero el rey Fion murió sin devolver los objetos mágicos y Kara perdió toda posibilidad de volver con los humanos.
Pasaron los años y se perdieron también aquellos objetos. Se cuenta que Kara, dotada de vida eterna, aún espera su rescate; y algunas noches, cuando se apagan los fuegos fatuos de las hadas y brilla la luna, se ve vagar a las hermanas, Difa convertida en espíritu errante, ambas destinadas a no encontrarse jamás.

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El puente del diablo

Se cuenta en Martorell una fantástica historia acerca de su puente, del siglo I:
Una anciana iba cada tarde a buscar agua a la fuente de Eudo atravesando un viejo puente de madera, pero cierto día una crecida se lo llevó y la anciana no tuvo más remedio que mojarse para cruzar a la otra orilla.
Enojada por tal sacrificio para una mujer como ella, exclamo en voz alta:
-¿Es que no hay nadie capaz de construir un puente aquí para que esta vieja tenga que volver a mojarse?
Entonces se le apareció el diablo.
-Yo te lo construiré si a cambio me llevo conmigo al primero que lo atraviese. La mujer, que además de vieja era astuta, aceptó el reto porque se le había ocurrido una idea.
Al día siguiente, la mujer se dispuso a pasar el puente para ir a por agua y pensó que el diablo no había especificado nada, así que mandó ir delante a un gato... ¡Y con el gato tuvo que conformarse el diablo!


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El principe gigante

El más joven de los hijos del rey del Norte, Svan, deseaba recorrer mundo. Después de mucho caminar, llegó al hogar de un gigante al que pidió trabajo. El gigante le encargó que limpiase la cuadra advirtiéndole que no sería fácil y que, además, le prohibía que entrase en las habitaciones de la casa. Pero el muchacho no pudo resistir la curiosidad y decidió indagar aprovechando la ausencia del gigante.
En dos habitaciones encontró ollas llenas de plata y oro. En la tercera había una bella joven a la que preguntó la razón de estar allí cautiva. Ella le explicó que era una princesa prisionera del terrible gigante.
La muchacha le explicó también que era muy difícil realizar los trabajos que le encargaba el gigante, porque aquello parecía el mundo al revés. El secreto para barrer era hacerlo con el mango de la escoba.
Recordando el consejo, Svan marchó a la cuadra, barrió con el mango y lo dejó todo limpio. Cuando volvió el gigante, se quedó asombrado y le encargó otra tarea a Svan: ir a recoger su caballo a un prado cercano.
Svan le contó a la princesa la misión cuando el gigante salió de casa como cada día.
Ella le explicó que debía usar el bocado de la cuadra y colocárselo al animal sin vacilar, aunque éste le asustase echando fuego por la boca. Así lo hizo Svan y no tardó en regresar a la casa del gigante con el caballo bien amarrado. Cuando el gigante lo vio, le preguntó cómo había conseguido traerlo y el joven, orgulloso, le contestó que había montado en él. Tanto sorprendió al gigante la respuesta de Svan que se temió que aquello era cosa de la princesa, así que decidió ponerle al joven la prueba más difícil para el día siguiente, a ver si era capaz de realizarla sin rechistar.
Y le envió al infierno, a recoger un tesoro.
La princesa, una vez más, le explicó lo que tenía que hacer y cómo debía contestar cuando el diablo le preguntase qué había ido a buscar.
-Debes decirle que sólo te llevarás lo que un hombre pueda cargar.
Se marchó Svan al lugar indicado por la princesa y, con sus indicaciones, consiguió abrir las puertas del temido infierno.
Cuando el diablo le hizo la pregunta que Svan esperaba, le contestó lo que le había indicado la princesa y así se llevó tantos tesoros como consiguio cargar.
El gigante, cuando lo vio aparecer sano y salvo, se llenó de ira y volvió a pensar que la princesa aleccionaba a su joven criado para cumplir sus encargos.
El siguiente encargo se lo hizo el gigante a la princesa en vez de a Svan: le ordenó que cortase el cuello al muchacho y echase su cabeza a la sopa.
Cuando el gigante se marchó, ella hizo un corte en el dedo del joven del que salió sangre que echó al puchero. Tambié llenó un cofre de oro, tomó una porción de sal, una manzana dorada y un par de gallinas mágicas, también de oro. Sin más, ambos huyeron espe-rando alejarse antes de que regresara el gigante.
Cuando alcanzaron el mar, embarcaron en una nave con rumbo al país del Norte, de donde era originario Svan, aunque nadie sabe de dónde sacaron el barco...
Lo cierto es que el gigante, al darse cuenta de la huida, salió en su persecución. Pero como los jóvenes llevaban mucha ventaja, no consiguió alcanzarles y al gigante no le quedó más remedio que quedarse en la orilla, maldiciendo su suerte por haber perdido a los prisioneros y tirándose de los pelos, porque no se le ocurría qué otra cosa podía hacer para recuperarlos.
Entre tanto, Svan y la princesa ya estaban cerca del palacio del padre del joven. Svan le pidió a ella que le esperase en una tierra cercana, pues volvería a buscarla como príncipe para llevarla en carroza al palacio.
Ella temía que Svan se iba a ver envuelto en algún maleficio que le hiciera olvidarla, pero consintió. La princesa sabía que el gigante era amigo de alguna bruja y suponía que ya le habría pedido ayuda para conseguir que a ambos les ocurriese alguna desgracia.
Svan se fue convencido de que no ocurriría nada y así llegó al palacio de su padre, dispuesto a prepararlo todo para recibir a su amada, ya que iba a hacerla su esposa y un día reinarían en aquellas tierras.
Pero la princesa tenía razón: una bruja, disfrazada de pariente de Svan, le ofreció una manzana encantada y él la mordió. Al instante se olvidó de la muchacha y de todo lo que le había prometido. La princesa, al ir pasando los días y ver que Svan no regresaba, imaginó lo ocurrido.
Entonces decidió construirse una casa y quedarse allí a esperar por si cambiaba su suerte en algún momento.
Algunos días después, se casó el hermano mayor de Svan y, camino de la iglesia, el cortejo pasó ante la casa de la joven. Sin motivo aparente, los caballos se desmayaron y ella prestó a los príncipes el suyo para que arrastrara la carroza. A cambio, la invitaron la boda y ella llevó las dos gallinas mágicas y la manzana de oro que había sacado de casa del gigante. En el banquete, puso las gallinas sobre la mesa y se lanzaron a pelear por la manzana. Entonces la princesa, mirando a Svan, le dijo:
-Así peleamos nosotros para llegar aquí. ¿No me recuerdas?
En ese instante Svan recordó todo lo que había ocurrido desde que llegara a casa del gigante y pidió perdón a la mujer que siempre le había ayudado y querido tanto.
Ella le explicó que la culpa no había sido suya, sino del hechizo de una bruja a las órdenes del gigante.
Así las cosas, aquel mismo día Svan consiguió que expulsaran del reino a la falsa y malvada pariente, y por fin, en medio del regocijo de la fiesta por la boda de su hermano, anunció en público que se casaría con la princesa que amaba.

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El porquerizo y su piara

Donde hoy se alzan los hoteles de Baden-Baden antes había un bosque de abetos y las praderas de alrededor eran tierra de nadie. Allí llevó cierto día su piara de cerdos un joven porquerizo que se pasó la jornada haciendo cestos y, entretenido, no reparó en que se le escapaba un animal. Se puso a buscarlo entre la espesa fronda y ya temía el castigo por haberlo perdido cuando, por suerte, el cerdo resurgió de la maleza.
Al día siguiente, el porquerizo tuvo más cuidado con sus animales y, aunque los dejó libres, hizo como si no se diera cuenta cuando el mismo cerdo se volvió a escapar. Siguiendo al fugitivo, observó que éste descendía hasta un llano del bosque y allí se revolcaba en el suelo. De repente, justo en el mismo sitio del que acababa de levantarse el cerdo, comenzaron a elevarse humos y vapores cálidos que el porquerizo jamás había visto antes.
Se acercó más el muchacho y clavó la punta afilada de su cayado en el centro de la charca de donde manaban los vapores.
De hecho, se clavó tan profundamente que al porquerizo le costó sacarlo. Cuando lo consiguió, brotó de la tierra un chorro de agua que bañó la mano del muchacho: era un agua hirviente que despedía un olor amargo.
Todo aquello le pareció tan extraño al joven que se apresuró a contar a sus vecinos el hallazgo. En la región descubrieron pronto las virtudes curativas de aquellos chorros de agua cálida y allí instalaron el primer balneario de la hoy famosa Baden-Baden.

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El poeta y el herrero

Cierto día, el célebre poeta Dante Alighieri pasó junto a una forja y escuchó al herrero canturrear.
Dante distinguió la letra de la canción y comprendió que lo que tarareaba era La Divina Comedia, pero cambiada segun su propia invención.
Furioso, Dante entró en la forja y lanzó a la calle el martillo y todo lo que pilló.
-¿Se ha vuelto loco? -preguntó el herrero.
-¿Qué le he hecho yo para que arroje a la calle mis cosas? -volvió a preguntar.
-Vos estáis cantando lo que yo escribí pero quitando y poniendo a vuestro antojo letrillas absurdas, echando a perder mi oficio de escritor -contestó el poeta.
Pensativo, el herrero salió a recoger sus bártulos, esparcidos por la calle.
Y cuentan que desde aquel encuentro dejó en paz La Divina Comedia y para entretenerse mientras trabajaba, se conformó con cantar sencillos y anónimos romances.

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El pino orgulloso

En una llanura de las tierras bajas de Austria se alzaba un árbol antiquísimo al que, por su porte, llamaban «el pino orgulloso».
Cuentan que había vivido en el árbol durante años un hada convertida en una mujer vieja y fea que pedía limosna al pie del pino sin que nadie sospechara de su naturaleza. Vivía también en la comarca un campesino tan rico como avaro que cada mañana paseaba ante el pino junto a una criada compasiva que compartía con la mendiga el poco alimento que llevaba.
Cuando el avaro campesino se enteró de que la muchacha lo compartía, redujo la ración de pan que le daba y, como ésta seguía dándoselo a la vieja, llegó un día en que el amo no le dio ya nada. La criada lloraba al pasar delante del pino porque ya no tenía con qué socorrer a la pobre mendiga. Un día invitaron al campesino a una boda donde comió y bebió hasta hartarse. De vuelta a casa, al pasar cerca del pino de la mendiga, pensó que se había equivocado de camino pues, en lugar del árbol, vio un palacio bellísimo.
Estaba espléndidamente iluminado y en su interior sonaba una música celestial. Animado por la bebida, el campesino quiso incorpo-rarse a esa fiesta y, sin pensarlo dos veces, entró en el palacio. Allí se encontró con varios enanitos que, en torno al hada, se daban un festín. Éstos le invitaron a sentarse y compartir la mesa. El avaro campesino no se hizo de rogar, a pesar de que no le cabía ni una miga de pan en el estómago, y aprovechó para meterse en los bol-sillos cuantos manjares le cupieron.
Acabó el banquete y el hada y los enanitos pasaron al salón de baile.
El campesino se retiró entonces y regresó a su casa.
Cuando llegó, reunió a su familia y a los criados para presumir con la historia del hada. Quiso corroborar sus palabras sacando lo que guardaba en los bolsillos, pero... ¡caramba!, sólo apareció boñiga de caballo.
Hubo grandes risotadas y al avaro sólo se le ocurrió obligar a la criada a que se quedara con el «obsequio».
La muchacha, sin rechistar, recogió la porquería y salió al patio a tirarla para que sirviera de abono a los campos cuando... ¡oh, sorpresa!, de súbito algo brilló en su delantal. Al instante comprobó que se trataba de monedas nuevas y relucientes. ¡Un montón de ellas que no dejaban de crecer y que corrían por su delantal justo donde antes había tenido que ensuciarse con el estiércol!
Tan contenta estaba que, en lugar de regresar al hogar, lo primero que hizo fue acordarse de aquella vieja mendiga del pino, y hacia allá se dirigió.
Corrió tan deprisa como pudo hasta que divisó la figura de la mendiga bajo el pino. La muchacha repartió con ella su tesoro y en ese momento la anciana se convirtió en hada, recompensando a la joven con riquezas aún mayores, además de dotarla de una belleza equiparable a la de cualquier princesa.
Un mes después, un rico príncipe la tomó por esposa y se dice que el campesino avaro cayó enfermo, presa de la terrible envidia que le causó la suerte de su antigua criada.

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