Sentado en la cadiera al
anochecer y con el señor José de contertulio y la bota dando vueltas sin cesar
("que no pare, que no pare, como a coda o burro"), es imposible
aburrirse. Y allí sale todo a colación: los años de la guerra, el tiempo que
hará la semana que viene ("ha empezau a luna con cierzo, pues pa'l cuarto,
agua"), los famosos del pueblo, y las brujas, lo misterioso, que siempre
está en el subconsciente de nuestras gentes.
Es curioso constatar con
qué facilidad se pasa del chascarrillo y la mazada, a la historia para no
dormir. Y hasta los adornos complementarios de las historias que uno ha
escuchado ya de otras brujas y de otros tiempos. Hay una que se repite
inexorablemente en todos los casos y es el misterio en torno al libro de los
conjuros que al parecer tienen todas las brujas.
Le descubren a la vieja
el libro "para hacer el mal", el libro verde o de San Cipriano, que
casi siempre resulta ser un libro viejo escrito en latín que ninguna entiende y
que se escribió con la más piadosa intención para los rezos o el refrigerio
espiritual de clérigos. Naturalmente, nadie puede nada contra el libro. Dicen
que lo tiras al fuego y salta de él sin quemarse, lo destruyes, pero siempre
vuelve a aparecer entero:
-Abuela, ya te he roto el
libro.
-Pues bien entero lo
tengo otra vez en el arca!
Aunque muchas brujas sean
bondadosas las hay de todos los estilos y, naturalmente, la señal religiosa deshace
los encantamientos más endiabla-dos.
En un pueblo de la
montaña me contaron con pelos y señales y hasta con nombres propios un hecho
insólito:
A las afueras del pueblo
se había organizado el baile, alrededor de la cruz terminal. Todo el pueblo
bailaba y bien inocentemente, pues bailaban la jota. Un hombre del pueblo cogió
la guitarra para tocar y cantar una especie de cantiga tan en boga por nuestra
geografía. Afinó las cuerdas, rasgueó unos acordes, carraspeó para aclararse
la garganta y comenzó la canción:
"En el nombre de Dios comienzo
y de la Virgen
María.. ."
Y de repente, así como
suena, desapareció todo el baile. Y hasta la guitarra se le volatilizó en las
manos al buen hombre.
No sé hasta qué punto
nuestros montañeses creen en las brujas. Lo digo porque con frecuencia se
mezcla lo tétrico con lo humorístico y no parece que les afecten demasiado las
cualidades que se supone que poseen las brujas para hacer el mal. En cierto
lugar del Pirineo, cuando una buena mujer se sentaba a la puerta de su casa con
el huso y la rueca para hilar, solía aparecérsele todas las veces un gato negro
que se quedaba plantado delante de ella mirándola fijamente. Al final, la mujer
cogió miedo, convencida de que se trataba de una bruja y se lo contó a su
marido. El se lo dijo al cura y el cura le recomendó:
-Tú que no tienes miedo y
le puedes plantar cara, disfrázate con la ropa de tu mujer y ponte a hilar, a
ver qué pasa.
Así lo hizo. Y en cuanto
se sentó a la puerta de la casa, allí estaba el gato negro y mirando más
fijamente que nunca. Al final no pudo reprimirse y le habló al hombre con mucha
sorna:
-¿Con bigote y estás
hilando? ¡Eso es cosa de mujeres!
El le contestó, con no
menos sorna:
-¿Gato y hablas? ¡Eso es
cosa de hombres!
Agarró una piedra y se la
tiró al gato a la cabeza. No lo mató, pero desde aquel día ya no volvió a
molestar a la pobre mujer.
Pero la leyenda que
quería contar ahora se cuenta de otro pueblo y sucedió en una Nochebuena.
El día de Nochebuena era
propicio en muchos sitios para la actividad de las brujas. Por eso antes de
salir para la iglesia a Misa de Gallo aquella noche, en casi todas las casas
colgaban por la cuadra romanceros y rosarios para que no les pasara nada a las
caballerías y ruda en las habitaciones para que la bruja no les raptase a los
niños.
Hay una leyenda muy
salada relacionada con casa Mairal de las Almunias aunque también se cuenta de
otros muchos pueblos del Alto Aragón y aun fuera de él.
Un marchante, que además
era zapatero remendón, llegó por allí a vender y trabajar y se hospedó en la
casa, ya que no había posada en el lugar. Tampoco tenían cama disponible y tuvo
que acomodarse en la cadiera de la cocina. Estaba durmiendo cuando le despertó
un leve rumor y la impresión de que alguien se movía por la cocina. Debía ser
más de medianoche porque la gente ya había vuelto de misa y había silencio en
la casa.
Miró sin abrir del todo
los ojos y vio que había dos mujeres por allí. El se hizo el dormido y a través
de los párpados semicerrados observó que se acercaban a la tizonera del hogar y
levantaban una losa con todo sigilo. De un hueco que allí tenían preparado
sacaron un pote con un ungüento que él no distinguió muy bien. Se empezaron a
frotar todo el cuerpo y luego exclamaron:
-"Por encima de rama
y hoja, a bailar a la sierra de Tolosa!"
Con estas palabras
mágicas, se sintieron arrebatadas y desaparecieron chimenea arriba.
El marchante se quedó de
una pieza. Trató en reaccionar pero luego pensó que tal vez valía la pena
hacer él también la prueba. Sería una aventura interesante para poder contar
después.
Bastante nervioso, se acercó
a la losa que ocultaba el frasco. La levantó con cuidado y sacó el unguento
mágico, hecho sin duda con hierbas misteriosas y fórmulas brujeriles.
Se frotó bien todo el
cuerpo igual que había visto hacer a las dos mujeres y con voz clara exclamó:
"Por entremedio de
rama y hoja, a bailar a la sierra de Tolosa!"
Una sacudida lo levantó
en vilo y una fuerza desconocida se apoderó de él. Se sintió sorbido por la
chimenea y por ella salió de la casa arrebatado. Una vez fuera de la casa y del
pueblo comenzó a estorrozarse por toda la maleza. Y es que se había equivocado
de fórmula y vez de decir "por encima de rama y hoja" había pronunciado
"por entremedio de rama y hoja...". Eso fue su perdición. Creyó que
su viaje no acababa nunca. Al cabo de un rato que le pareció interminable llegó
a Tolosa, que está en Cochiplano.
El pobre estaba ya todo
lastimado cuando pudo detenerse. Empezó a frotarse para aliviarse pero inmediatamente
la vista del espectáculo que tenía delante le hizo olvidarse de sus males.
Ya estaban todas las
brujas reunidas. ¡Qué cantidad de brujas! ¡Seguro que habían venido de todo el
Pirineo! En aquel momento hacían todas cola delante del diablo, encarnado en
forma de macho cabrío al estilo de Zugarramurdi. Para disimular tuvo que
ponerse también en la cola. Conforme iba acercándose al buco le entraron
verdaderas náuseas porque todas las brujas adoraban al diablo dándole un beso
debajo del rabo.
No se podía volver atrás
porque todos lo hubieran notado y vete a saber cómo hubiera terminado. Se
acercó pues, pero cuando le llegó su turno de adoración, en vez de besar, que
no le apetecía en absoluto, sacó un punzón de zapatero que llevaba en el
bolsillo y le arreó un pinchazo. El diablo pegó un respingo pero no dijo nada.
Luego se pusieron todos a
danzar y eso lo encontró divertido. Pero luego un brujón, que parecía el jefe
dijo:
-"Ahora, otra vez a
adorar."
Y volvieron a ponerse en
cola. El zapatero también El macho cabrío miraba de reojo y cuando fue a
pasar él, le dijo todo tembloroso:
-"Tú pasa, pero no
beses. O al menos aféitate el bigote! ".
Leyenda del pirineo
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