En lecho de
piedras corría el río. Sus orillas cubiertas de vegetación albergaban aves
vistosas de colorido plumaje y flores maravillosas de tonos brillantes. Aves y
flores se confundían entre sí y al mirar no se sabía, en el abigarrado
espectáculo que ofrecía la naturaleza, si se trataba de flores que volaban o de
pájaros posados en las ramas. Tucanes, loros y guacamayos se unían a las
orquídeas, a las achiras, a los yuchanes, a las palmeras y a las magnolias, para
brindar el magnífico encanto de la selva tropical.
Enmarcada por
la pujante vegetación de la floresta, se levantaba la toldería de la tribu de
Capibara. Entre todos sus hijos, Capibara distinguía al único varón, Guairá, su
curumí, como lo llamaba. Desde pequeño se habituó Guairá a andar con su padre,
por el que sentía tanto cariño como admiración. Con su padre salía de
caza, con él había aprendido a manejar el arco y la flecha, a dirigir la
canoa, a tejer cestos, a pescar con flechas o con anzuelos. Nadie había que
entendiera al cacique mejor que su hijo, ni ninguno que supiera
complacerlo con mayor fidelidad que el pequeño curumí.
Capibara, como
todos los indígenas, era muy supersticioso. Creía en daños, en maleficios, en
payés y en genios malignos. Para precaverse de cualquier ma1 que pudiera
alcanzarlo, usaba, pendiente de su cuello; una guayaca, consistente en una
bolsita bien cerrada conteniendo tres plumas del ala de un caburé. Es el caburé
o caburey, una pequeña ave de rapiña a la que se le atribuyeron poderes
mágicos. Por eso, el llevar tres plumas de este animal, o bien de urutaú, otra
ave milagrosa, según los guaraníes, significaba una seguridad para su poseedor,
que así atraía todo lo bueno que pudiera ocurrirle, alejando los peligros y teniendo
su vida asegurada contra los enemigos, las enfermedades o los accidentes. No es
de extrañar entonces que Capibara tuviera buen cuidado de asegurarse que su
mágica guayaca no faltara jamás de su cuello.
Uno de los
peligros que amenazaban de continuo a Capibara, era Ñañá taú. Este genio dañino
y perverso odiaba a Capibara y no perdía oportunidad tratando de ocasionarle
algún mal. Sin embargo, nunca logró su deseo, pues el cacique estaba bien
protegido por su payé. Pasaron los años y el cariño y el compañerismo de Guairá
y de su padre se habían afianzado en tal forma que siempre se los veía juntos y
en el más cordial entendimiento. Guairá no tenía más amigo que su padre, a tal
punto que los muchachos de su edad, que fueron sus compañeros de juegos cuando
chicos, se habían alejado de él por completo, seguros de que su compañía, lejos
de agradar al hijo del cacique, parecía fastidiarlo y molestarlo.
En cierta
oportunidad Capibara y su hijo salieron a cazar a la selva lejana donde
abundaban el guanaco y los jaguares. Iban bien provistos de armas y de
alimentos, pues la excursión iba a ser larga a causa de la distancia que
separaba la tribu del bosque al que se dirigían. Fueron días muy felices los
que pasaron Capibara y Guairá tratando de conseguir las mejores piezas de caza,
haciendo el mayor despliegue de astucia, de inteligencia y de viveza, acuciados
por su espíritu guerrero y batallador. Muy contentos hubieran regresado a
la toldería si un acontecimiento nefasto y de tanta importancia para ellos no
hubiera llenado de congoja a los cazadores.
Sin saber cómo,
ni cuándo, ni dónde, la guayaca, que colgaba del cuello de Capibara y contenía
el mágico payé había desaparecido. Tal vez, en el entusiasmo de la caza, al
pasar por 1os intrincados senderos que debían abrir en la selva, debió quedar
enganchada entre las ramas de los árboles o de las plantas que, tupidas,
crecían allí. Capibara llegó desfalleciente, con una pena muy honda en su
corazón y una falta absoluta de confianza en sus fuerzas, sólo explicables
si se tiene en cuenta la fe inquebrantable que tenía en las propiedades
mágicas del amuleto perdido. Desde ese día se vio desmejorar a1 cacique, y
todos pensaron que Ñañá Taú iba a lograr, por fin, lo que se propusiera durante
tanto tiempo sin conseguirlo: la muerte del odiado Capibara, que enfermó de un
mal extraño.
Su hijo vivía
desesperado. Trató de inmediato de hacer buscar otro payé para su padre, otras
tres plumas del ala del caburé o del urutaú; pero hasta e momento no lo había
conseguido. Resultaba tan difícil lograrlo, que eran muy pocas las personas
privilegiadas que lo poseían. No desfalleció el muchacho y salió él mismo en
busca del ansiado talismán.
Antes de
partir, al despedirse de su padre, le dijo confiado:
- Trata de
mantenerte hasta mi vuelta, padre . . . Yo buscaré y traeré para ti el payé que
reemplace el que perdiste en la selva. ¡No desesperes, padre, que mi cariño me
ayudará a conseguir lo que tanto deseas!
Capibara lo
dejó partir; pero su desesperanza era tan grande que tuvo el convencimiento del
fracaso de los buenos deseos de su excelente hijo.
Pasaron varios
días. El cacique desmejoraba con rapidez y ya no había nada que lo levantara de
su postración, hasta que un amanecer, cuando la vida renacía en la tierra,
Capibara perdió la suya, yendo su alma a reunirse con las de sus antepasados.
Momentos antes
había llamado a su esposa para decirle:
-Siento que me
voy a morir…y no volveré a ver a mi Curumí . .
Dile a Guairá
que mi último pensamiento ha sido para él y que en sus acciones seguiré
viviendo . . .
No bien hubo
pronunciado estas palabras, en un suspiro muy hondo, se extinguió la vida del
cacique.
Algunos días
después llegó Guairá sin haber conseguido el tan ansiado amuleto, y al
enterarse de la fatal noticia de la muerte de su padre, su desesperación no
tuvo límites.
Desde ese
instante se 1o vio taciturno y silencioso, vagar por los lugares que recorriera
tantas veces con el amado caclque.
En cierta
oportunidad, no pudiendo resistir la pena que lo consumía, dijo a su madre:
-Madre, mi vida
aquí es un martirio. El recuerdo de mi padre no me abandona y creo que voy a
morir. Ñaña Taú, no conforme con su muerte, extiende su venganza hasta mí, a
quien odia tanto como odiara a mi padre, sin duda por el gran cariño que él me
tenía… Buscaré alivio a mi gran dolor en la naturaleza… Remontaré el río en mi
canoa y trataré de hallar la paz que aquí me falta… Después volveré…
Nada dijo la
madre; pero la pena se pintó en su rostro moreno. Guairá desató las amarras de
su guaviroba, se embarcó en ella, y en un atardecer de verano, se alejó por las
aguas del Paraná en busca de alivio para su pena. Navegó varios días, sin
noción exacta del lugar adonde deseaba llegar.
Sus ojos,
incapaces de gozar de la belleza que lo rodeaba, miraban sin ver. Cuando en un
momento de lucidez trató de orientarse, se sorprendió. El lugar donde se
hallaba le era completamente desconocido y no sabía qué rumbo tomar.
De pronto creyó
ver una figura borrosa, que surgía de entre las plantas de la orilla para desaparecer
de inmediato, luego de haber atraído hacia ese lugar a la frágil canoa.
-¡Es Ñañá taú,
que ni siquiera acá, me permite vivir en paz! ¡Su maldad no tiene límites!
Trató de
cambiar el rumbo de la canoa volviendo en la dirección que traía al llegar;
pero le fue imposible. No pudo hacerla retroceder a pesar de sus esfuerzos
inauditos.
La guaviroba,
contra su voluntad, seguía adelante…
En un
momento Guairá se sintió perdido. Había llegado a un lugar alto, cubierto de
rocas erizadas. Volvió a reunir todas sus fuerzas para detener, por lo menos,
la embarcación; pero su empeño fue en vano.
La canoa y su
ocupante cayeron al vacío seguidos por una gran avalancha de agua que 1os
envolvió, arrastrándolos con su empuje arrollador, deshaciéndolos contra las
piedras, y cubriendo el grito lanzado por el infeliz Guairá, con el atronador
estrépito del torrente despeñándose en el abismo. Así se formó el salto del
Guairá, tan peligroso e imponente por ser el producto del odio y del rencor de
Ñañá taú, el maléfico genio guaraní.
Referencias
El salto del guairá
El río Paraná,
que riega gran parte de territorio argentino, contribuyendo a la formación de la Mesopotamia Argentina ,
nace en Brasil, recorriendo 4.500 kilómetros hasta .su desembocadura en el
río de la Plata.
En su curso
superior, conocido como Alto Paraná (Brasil), corre por regiones montañosas y
su corriente es muy rápida Su lecho, al ensancharse, llega a medir 4.200 metros .
Al llegar a la sierra Maracayú su
cauce se estrecha y el gran caudal de agua se ve forzado a pasar por un espacio
de 60 metros
en un lecho de piedras irregulares al borde de un abismo, dando formación, por
esa causa, al famoso salto del Guairá, en el que las aguas se precipitan desde 30 metros de altura con
un ruido tan ensordecedor que se oye desde seis leguas y que al acercarse se
tiene la impresión de que las rocas temblaran bajo los pies. El estruendo, más
atronador que el estallido de cien cañones disparados al mismo tiempo causa tal
espanto a las aves, que en los bosques de las orillas no se ve ninguno de estos
animales.
Los
llamados Saltos del Guairá en Paraguay y Sete Quedas en Brasil no existen más,
los tapó el agua del progreso (la Represa de Itaipú), y si el río está muy pero
muy bajo se ve sólo la punta de ese peñón. La siete caídas están
debajo del lago de Itaipú.
El caburé
El caburé es
una pequeña ave de rapiña. De plumaje color pardo con manchas blancas, más
visibles en el pecho, tiene dos manchas oscuras en la parte superior del
cuello. Sus patas son fornidas y la cabeza grande es desproporcionada con
relación al resto del cuerpo.
Su mirada es
feroz y serena y con ella cautiva a otras aves, a las que mata para devorarles
las entrañas y la
cabeza. Sobre la base de esta virtud de dominar a las otras
aves, a las que atrae e hipnotiza, las gentes sencillas y supersticiosas le
adjudicaron poderes magnéticos que hicieron extensivos a los hombres. Así
afirmaban que el caburé o sus plumas, muy difíciles de conseguir, atraían los
buenos acontecimientos al que llevara consigo tres de dichas plumas, librándolo
de todo peligro y asegurándole éxito en las empresas. A este amuleto los
guaraníes lo llamaban payé y los quichuas huacanque o guacanque.
Vocabulario
CAPIBARA: Carpincho
CURUMÍ: Chiquillo
PAYÉ: Amuleto
GUAYACA: Bolsita donde llevaba el payé
ÑAÑA YAÚ: Genio o fantasma del mal
GUAVIROBA: Canoa
YUCHÁN: Palo borracho
037. anonimo (guarani)