Durante
los largos inviernos, con sus noches obscuras y tempestuosas, la familia
chilota, se reúne alrededor del fogón cuyos leños chisporrotean inquietos,
tratando de incorporar su irregular compás, a la multitud de ruidos y sonidos,
que producen, la lluvia, el viento y las olas del mar embravecido. Una tenue
luz, emerge de una papa ahuecada, rellena de grasa y ayuda a reforzar
pobremente, la movediza y escasa iluminación, proyectada por las llamas del
fogón.
Afuera
protegida por la tormenta, se desliza, como un fantasma transportado por el
viento y semiconfundida con las sombras, "la Llorona "; en figura
de mujer alta, muy delgada, de vestido negro y liso, parecido a una mortaja;
con un pañuelo negro y fino cubre su cabeza y parte de su rostro color verde
pálido y siempre lloroso. El viento agita sus cabellos largos y erizados, cual
vibrantes alas negras.
Recorre,
una y otra vez, infatigable y siempre llorando a mares, el camino que va desde
una casa de la aldea, en la cual yace postrado en su lecho, un grave enfermo,
hasta lo alto de un cerro cercano, donde se encuentra ubicarlo el cementerio.
El
ir y venir de esta sombra fatídica, llegada desde el mundo de lo desconocido,
hasta el humilde poblado, tiene como objeto anunciar, a un desfalleciente
enfermo, su impostergable muerte, que se producirá durante la bajamar, una las
próximas noches, cuando la luna esté en menguante.
Se supone que
"la Pucullén ",
llora por todos los familiares, especialmente por aquellos parcos en lágrimas y
además para que todos se consuelen pronto, de la pérdida de su deudo. En esta
forma ella evita que el finado, desconforme por la escasez de lágrimas y
sentimientos, de parte de sus parientes, venga a penarlos.
029. anonimo (chiloe)
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