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jueves, 16 de agosto de 2012

El sacramento de la extremaunción

Un día fueron a buscar a Paí Pajarito para administrar a un moribundo el Sacramento de la Extremaunción. Era una fría, nublada y destemplada tarde de invierno y el sacerdote no contaba con más abrigo que el de su raída y desteñida sotana. Arrollándola a la cintura para que no entorpeciera sus movimientos, saltó sobre el flaco caballejo que le llevaron ensillado, no sin haberse munido antes de los adminículos indispensables, y se puso en marcha. El recorrido que había que hacer era largo. Nublóse el cielo de improviso y un vientecillo que cortaba, empezó a soplar del sur, haciendo más intenso el frío. Allá a las cansadas llegaron a un "bolicho", de cuyo dueño era amigo el fraile. Junto a la puerta había un hombre parado, a quien igualmente conocía. Cambiados los saludos de estilo, rogóle le hiciera el servicio de pedir en el bolicho, a su nombre, una copa de caña. Sentía adormecérseles las piernas colgantes a los lados del caballo, pues a su recado le faltaban los estribos-, y que si no avivaba en esa u otra forma la circulación de su sangre, corría el riesgo de no llegar. Luego que hubo bebido el primer trago, el amigo le preguntó a dónde iba con ese tiempo tan malo.
-A dar la Extremaunción a un moribundo -contestó. Ya sabe que la muerte no espera para llevarse a uno, a que el tiempo se componga.
-¿Como es que por ninguna parte veo al Santo Cristo indispensable en tales casos?
Entonces, levantando la mano, sin volverse, y enseñando hacia atrás con el pulgar, el Cristo que llevaba amarrado al recado con los tientos, contestó: Aiporo nipó coba arajaba che raquicuépe jae pteí yaguá repotí (entonces este que llevo atrás será un excremento de perro).
Dicho lo cual bebió lo que restaba del brebaje, arrojó la copa al suelo y taloneando al jamelgo que montaba, arrancó con recio galope. De esta manera, el sacerdote que tenía aferrados los pies al suelo, pero cuya cabeza a menudo se perdía entre las nubes, ofreció en rudo contraste, lo más feo y repugnante que hay en la tierra como es el vicio de beber, con lo más bello y grande que nos ha otorgado el cielo: el amor al prójimo.

037. anonimo (guarani)

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