Un día fueron a buscar a Paí Pajarito para
administrar a un moribundo el Sacramento de la Extremaunción. Era
una fría, nublada y destemplada tarde de invierno y el sacerdote no contaba con
más abrigo que el de su raída y desteñida sotana. Arrollándola a la cintura
para que no entorpeciera sus movimientos, saltó sobre el flaco caballejo que le
llevaron ensillado, no sin haberse munido antes de los adminículos
indispensables, y se puso en marcha. El recorrido que había que hacer era
largo. Nublóse el cielo de improviso y un vientecillo que cortaba, empezó a
soplar del sur, haciendo más intenso el frío. Allá a las cansadas llegaron a un
"bolicho", de cuyo dueño era amigo el fraile. Junto a la puerta había
un hombre parado, a quien igualmente conocía. Cambiados los saludos de estilo,
rogóle le hiciera el servicio de pedir en el bolicho, a su nombre, una copa de
caña. Sentía adormecérseles las piernas colgantes a los lados del caballo, pues
a su recado le faltaban los estribos-, y que si no avivaba en esa u otra forma
la circulación de su sangre, corría el riesgo de no llegar. Luego que hubo
bebido el primer trago, el amigo le preguntó a dónde iba con ese tiempo tan
malo.
-A dar la Extremaunción a un moribundo -contestó.
Ya sabe que la muerte no espera para llevarse a uno, a que el tiempo se
componga.
-¿Como es que por ninguna parte veo al Santo Cristo
indispensable en tales casos?
Entonces, levantando la mano, sin volverse, y
enseñando hacia atrás con el pulgar, el Cristo que llevaba amarrado al recado
con los tientos, contestó: Aiporo nipó coba arajaba che raquicuépe jae pteí
yaguá repotí (entonces este que llevo atrás será un excremento de perro).
Dicho lo cual bebió lo que restaba del brebaje,
arrojó la copa al suelo y taloneando al jamelgo que montaba, arrancó con recio
galope. De esta manera, el sacerdote que tenía aferrados los pies al suelo,
pero cuya cabeza a menudo se perdía entre las nubes, ofreció en rudo contraste,
lo más feo y repugnante que hay en la tierra como es el vicio de beber, con lo
más bello y grande que nos ha otorgado el cielo: el amor al prójimo.
037. anonimo (guarani)
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