Las
gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos rincones
del Altiplano. Volando de un punto a otro, incansables, habían comunicado a
todos que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales estaban
cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se alegraba
cada vez que esto sucedía.
Cada
cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban
sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites especiales, para que resplandecieran
y todos los admiraran. Todo esto lo sabía Tatú, él quirquincho, ya había
asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba
de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente
había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendía bien
lo que esto significaba... Él era responsable y digno. Esas debían haber sido
las cualidades que se tuvieron en cuenta al darle este título honorífico que
tanto lo honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a todos y hacerlos
sentir que no se habían equivocado en su elección.
Todavía
faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer un
manto nuevo, elegantísimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia espectacular.
Era conocido como buen tejedor, y se concentró en hacer una trama fina, fina, a
tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que se
suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario.
Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le hacia lento y
penoso, cuando acertó a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter
siempre su nariz en lo que no le importaba.
Al
verlo, le preguntó con curiosidad que hacía y este le respondió que trabajaba en
su capa para ponérsela el día de la fiesta en el lago, el zorro le respondió
que como iba a alcanzar a terminarla si la fiesta era esa noche. El quirquincho
pensó que había pasado el tiempo sin notarlo. Siempre le sucedía lo mismo...
Calculaba mal las horas... Al pobre Tatú se le fue el alma a los pies. Una
gruesa lágrima rodó por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremonia... El
encuentro con sus amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora.
¿Tendría fuerzas y tiempo para terminar su manto tan hermosa-mente comenzado?
El
zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes.
Sin buscarlo había encontrado el modo de inquietar a alguien...y eso le
producía un extraño placer. Tatú tendría que apurarse mucho si quería ir con
vestido nuevo a la fiesta. Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo
moviéndose con rapidez y destreza, pero debió recurrir a un truco para que le
cundiera. Tomó hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar más rápido. Pero,
la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que
avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre más suelta. Finalmente todo
estuvo listo y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta. Entonces respiró
hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo estirando sus extremidades para
sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el engaño...
¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos
de creciente...
Un
primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó su cabecita. Pero
al mirar su manto nuevamente bajo la luz brillante que caía también de las
estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara,
de todos modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría
para qué deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en su parte
final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría
cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia
culpa creerle a alguien que tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente él
no podía resistir la tentación de andar burlándose de todos... y siempre
encontraba alguna víctima.
Pero
esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució
efectivamente, y causó gran sensación con su manto nuevo cuando llegó, al fin,
el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
016. anonimo (aymara-bolivia)
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