La
cosecha de la algarroba había terminado. La tribu iba al lugar donde realizaban los festejos que, infaliblemente,
realizaban luego de cumplir trabajos prolongados.
Se reunieron en un claro
del bosque esperando a los que tendrían a su cargo la
"representación" y que aparecieron a los pocos instantes.
Eran cuatro disfrazados:
uno de nichaj, otro de quirioc, el tercero de norerá y el último de diorné. Les
acompañaban varios hombres que simulaban ser cazadores.
Desde que el juego
comenzó, y en el que debían atraparse entre sí, actuaron a la perfección,
imitando las características y las voces de cada uno de los animales que
representaban.
Así se ponían frente a
frente, trepaban a los árboles, se perseguían tratando de darse alcance,
luchaban unos con otros y usaban de todos los medios y astucias empleados por
los animales, cuyo disfraz había adoptado cada uno, cuando tratan de poner su
vida a salvo.
Los hombres, a su vez,
intentando atraparlos, no los perdían de vista, los asediaban, los corrían y
atacaban con el mismo ardor y entusiasmo que si se hubiera tratado de una
partida de caza.
Las carreras y las luchas
se prolongaron durante mucho tiempo, con gran alegría de los que presenciaban
tan singular torneo.
Cuando oscureció y el
cielo se cubrió de estrellas, se dio comienzo a la danza.
Empezó a oírse el monótono
son del pin pin, un tambor hecho con un tronco de yuchán partido
transversalmente en dos y cubierto con un cuero de lermá, que tocaba incansable
el director del baile, colocado en el centro del espacio destinado para la
fiesta.
Comenzaron con la “Guacanic”, la danza
preferida por los tobas, que consideran a las estrellas como los ojos de sus
antepasados, en cuyo honor la bailaban.
Formando varias ruedas,
tomados de la mano y mirando siempre hacia arriba, danzaban, siguiendo el
compás que, valiéndose del pin pin, marcaba el que oficiaba de director.
Estos compases, lentos y
espaciados al principio, aumentaban de velocidad a medida que el tiempo transcurría
y crecía el entusiasmo de los bailarines, cuyos cuerpos seguían con movimientos
rítmicos las variantes marcadas por el pin pin.
Acompañaba a este son el
tintineo característico que hacían, al chocar unos con otros, las piedritas,
los amuletos y las semillas, colgados de los cinturones y de las chacas,
pulseras vegetales usadas por los bailarines rodeando sus brazos y sus piernas.
Un coro masculino dejaba
oír sus tonos graves, al que se unían las notas agudas que entonaban las
mujeres.
La tagá, mientras tanto,
servida en vasijas de barro, iba de boca en boca, levantando los ánimos de los
concurrentes, multiplicando su alegría y aumentando su entusiasmo.
Así pasaron la noche entera. Con
ella terminó la fiesta y cuando el sol volvió a aparecer por oriente, sus rayos
llegaron hasta los hombres y las mujeres que, vencidos por el cansancio y
embotados por efecto de la abundante aloja ingerida, dormían su fatiga al
reparo de los árboles.
Varios días después de realizarse
esta fiesta llegó a la tribu del salarnek Chiguisi, un extranjero que dijo
llamarse Koipac.
Luego de una cosecha tan pródiga y
de los festejos ruidosos con que la cele-braron, los ánimos de los indígenas se
hallaban predispuestos para ver y recibir al recién llegado con simpatía.
Si a ello se agrega la astucia que
empleó el extranjero a fin de granjearse la amistad de los naturales, se
encontrará la razón por la cual lo acogieron con afabilidad, no descubriendo
sus intenciones aviesas sino cuando les fue imposible deshacerse de él.
Así fue que, en lugar de
corresponder a la buena acogida que se le dispensó, quiso al poco tiempo
imponer su voluntad y usurpar los derechos de quienes eran los verdaderos
dueños de la región.
Lo consiguió siempre y ocasionó
múltiples daños a quienes sólo debía favores.
Llegó un momento en que todos le
temieron, convencidos que poseía un poder maléfico conferido por el demonio.
Temerosos de las fuerzas
sobrenaturales y de los enviados de los genios malos, nadie se atrevía a lanzar
contra él sus flechas con puntas de ñuatí curuzú, cuyas espinas venenosas eran
infalibles.
Koipac, por su parte, se reía de
ellas sabiéndose invulnerable al más activo de los venenos.
El no reconocía derechos ajenos y
actuaba de acuerdo a los dictados exclusivos de su voluntad y de su conveniencia,
sin importársele el perjuicio que sus actos podrían ocasionar.
Los toldos de la tribu de Chiguisi
se hallaban en las cercanías de Yuioma, la laguna del pescado, cuyas aguas
brindaban a los nolajuijk abundantes nillac, entre los que había: toiguif, hueserá,
chalmee y nuhac.
Las aguas de la laguna guardaban
celosas al pez sagrado, un sasinec de tamaño extraordinario, padre de los peces
y que proveía a la laguna de esos animales.
Un día, los indígenas vieron,
consternados, que Koipac se dirigía a pescar.
Llevaba el arco y las flechas de
guayaibí. Marchaba decidido por el sendero que conducía a Yuioma, entre
guaviyús, daicós, ibirá jus, pindós, florecidos yaguá-ratais, trepadoras
mburucuyás, güembés de tallos retorcidos y lianas decorativas, que con sus guirnaldas
de hojas formaban verdes cascadas suspendidas de las copas de los árboles.
Enterado Chiguisi de las
intenciones de Koipac, le salió al encuentro para prohibirle que diera muerte
al pez sagrado, al sasinec, cuya desaparición traería como consecuencia el fin
instantáneo de todos los peces, con los que los naturales quedarían privados de
tan importante alimento.
Koipac, como siempre, recibió la
advertencia con desdén, y acompañando sus palabras con un gesto burlón,
preguntó:
-¿Es algún privilegiado el sasinec
de que me hablas, para que con él se tengan miramientos que no alcanzan a los
otros peces?
-¡Es el padre de los peces que
viven en la laguna y el que proporciona abundante alimento a la tribu...! -respondió indignado el cacique.
-Pues tengo deseos de probar si es
verdad eso -concluyó Koipac empecina-do.
En vista de que sus palabras no
convencían al malvado el salarnek Chiguisi decidió rogarle que no lo hiciera.
Pero no obtuvo mejores resultados y tal como lo tenía dispuesto, Koipac llegó a
la laguna de los peces.
La tribu, desesperada, veía con
horror la grave falta que iba a cometer el perverso Koipac atacando al dorado,
al que ellos profesaban veneración y respeto; pero sabían, por otra parte, que
nada ni nadie hubiera podido evitarlo pues los poderes maléficos que poseía el
extranjero lo hacían invencible.
Poco después, Koipac, con el arco
tendido apuntaba al pez sagrado que, como si conociera sus intenciones, lo
desafiaba no alejándose del lugar.
Koipac, creyéndose elegido de la
suerte al ver que la presa se le brindaba generosa, tomó puntería y en un
instante la fl echa, despedida con fuerza, atravesó el cuerpo del sasinec.
Instantáneamente se produjo algo
inesperado. Algo que no estaba en los cálculos del presuntuoso Koipac y que sus
poderes maléficos no podían conjurar.
Las aguas de la laguna crecieron en
forma vertiginosa no tardando en desbordarse.
En el semblante del malvado Koipac
se pintó el terror más espantoso al suponer que podía ser alcanzado por la
avalancha de las aguas que corrían por la llanura sin que nada las detuviera.
Delante de ellas iba el extranjero,
quien habiendo arrojado el arco y las flechas que le entorpecían los
movimientos retardando su carrera, huía desesperado tratando de evitar ser
alcanzado por el agua que, deliberada-mente, seguía sus rastros amenazando con
ahogarlo.
Pero la carrera se prolongaba tanto
que de vez en cuando la fatiga vencía al indio que se veía obligado a detenerse
para recuperar energías.
Esos instantes eran aprovechados
por las aguas para detenerse también y esparcirse por el llano formando lagos y
lagunas que, al llegar hasta donde se hallaba Koipac, lo obligaban a recomenzar
la carrera interrumpida. Esto sucedió muchas veces y en una gran distancia,
hasta que Koipac, completa-mente rendido, cayó sin poderse levantar más.
Las nectrank lo cubrieron,
deteniéndose, desde el momento que ya habían cumplido su propósito: castigar al
matador del pez sagrado.
El camino seguido por ellas desde
que salieran de Yuioma persiguiendo al malvado y desaprensivo Koipac, hasta su
total rendición, marcaron un curso de agua que dio abundante cainarán a los
habitantes del Chaco, respetuosos adoradores del sasinec sagrado.
Ese fue el primer tuyeté que regó
las llanuras boscosas del Chaco, según decían los tobas, el que a su vez dio
origen a los otros, encargados de ofrecer su linfa clara a los habitantes de la
región, a sus animales y a sus plantas, como una ofrenda de vida que el sasinec
sagrado ofreció a quienes lo habían venerado como enviado de los dioses.
Referencias
Los ríos de la llanura chaqueña
corren por terrenos de muy poco declive, siendo por consecuencia de curso
indeterminado.
Por la misma razón sus aguas se
deslizan con lentitud.
En verano, época que se caracteriza
por la abundancia de copiosas lluvias, las barrancas de las orillas suelen
desmoronarse, y los ríos, al crecer, se desbordan, salen de sus lechos y las
aguas invaden la superficie de la tierra que, siendo impermeable, las retiene
formando bañados, y lagunas.
Las materias orgánicas arrastradas
por los ríos en sus recorridos, quedan depositadas allí donde las aguas se han
detenido, fertilizando las tierras, lo que se traduce en exuberante vegetación,
característica de esa zona.
Los ríos principales: el Pilcomayo,
el Bermejo (con su afluente el Teuco), el Araguay, el Salado, el Guaycurú, que
corren de. noroeste a sudeste, desaguan en el Paraguay o en el Paraná.
Esta leyenda fue extraída de la Biblioteca "Petaquita
de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo XIX: URPILA (Torcaz)
Vocabulario
NICHAJ: Jabalí.
QUIRIOC: Tigre.
NORERÁ: Zorro
DIORNÉ: Venado.
YUCHAN: Palo borracho.
LERMÁ: Vizcacha.
GUACANIC: Estrella.
TAGA: Aloja.
SALARNEK: Cacique.
CHIGUISI: Nutria.
KOIPAC: Palo.
YUIOMA: Laguna del pescado.
NOLAJUIJK: Indígenas.
NILLAC: Peces.
TOIGUIT: Armado (pez).
HUESERA: Pacú (pez).
CHALMEE: Surubí (pez).
NUHAC: Sábalo (pez).
SASINEC: Dorado (pez).
GUAYAIBÍ: Nombre de un árbol.
GUAVIYÚ: Nombre de un árbol.
DAICÓ: Arrayán.
IBIRÁ JUS: Nombre de un árbol.
PINDÓ: Palmera.
NECTRANK: Agua.
CAINARAN: Pesca.
TUYETÉ: Río.
PIN PIN: Tambor fabricado con un tronco de palo borracho cortado
transversalmente en dos y cubierto con un cuero de vizcacha.
YAGUA-RATAY: Árbol que anuncia lluvia cuando florece.
MBURUCUYA: Pasionaria (enredadera).
GÜEMBÉ: Planta parásita, salvaje.
CHACA: Pulsera hecha con vegetales.
056. anonimo (toba)