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jueves, 23 de agosto de 2012

El vinal

El Vina l[1]  es un árbol que suele alcanzar varios metros de altura, y se bifurca desde arriba en ramas delgadas cubiertas de enormes espinas. Las hojas son fruto es una vaina delgada. y larga.
Debajo del vinal no crece planta alguna al parecer por emanaciones del mismo arbol no bien determinadas todavía.
Consignamos la causa de ese fenómeno, según la fantasía aborigen, que tiene para cada misterio una explicación .sobrenatural.
Aconteció que en una tribu guaraní nació un niño con instintos manifiesta-mente perversos…
Desde muy pequeño dio muestras de crueldad, y a su impiedad no escapaban los más inocentes moradores del bosque, sean pájaros o animales.
Alarmada, la madre dio cuenta al cacique de lo que estaba ocurriendo. Este llamó a los hechiceros que después de un largo "consejo" llegaron a la conclusión de que el pequeño estaba poseído del espíritu de
Añahan y que mantenía relaciones con él.
Era necesario, pues, curarlo. Se resolvió en acuerdo con el cacique, apresarlo para llevar a cabo la importante tarea. de desalojar el maldito del cuerpo.
Pero cuando los hechiceros se acercaron al niño para cumplir su cometido, éste, retrocediendo sigilosamente, preparó su arco y sus flechas. De nada valieron las amenazas del cacique. El niño esperó que se acercaran y descargó sobre ellos las flechas mortales. Consumado el crimen comenzó a huir perseguido por toda la gente de la tribu. En varias oportunidades el pueblo enardecido estuvo a punto de darle alcance; pero legiones de cardones, sobre los que el criminal pasaba como un hálito, les cortaban el paso. Finalmente le perdieron de vista.
Días después encontraron en la selva un arbol nuevo.
Era el niño que había caído de cansancio, pero Añahan le había concedido el último favor para protegerlo.
Lo cubrió de espinas. Y así nació el vinal por obra del demonio. Tan malvado sigue siendo que a nadie permite vivir a su sombra; a  excepción del cardón y el cardoncillo que ayudaron en su huída. A todas las demás plantas mata sin compasión. Por eso los indios procuran destruirlo donde lo encuentran, pero deben cuidarse de los garfios arteros que Añahan le ha dotado…
                          
056. anonimo (toba)




[1] Es tanta la mala fama  de este arbol que hasta el gobierno lo considera enemigo de las demás especies y permite su talado sin pagar derechos. Por supuesto la mala fama no procede de la leyenda sino por tratarse un obstáculo para el crecimiento de las demás especies vegetales.

El perro y el fuego

Bastante tiempo pasó. Un día apareció una mujer que practicaba el canibalismo; los tobas se unieron contra ella y lograron vencerla. Una vez dominada, la echaron al fuego para terminar simbólicamente con la transgresión.
Otro día llegó una tiniebla muy espesa que todo lo cubría. Había sido precedida por un perro enfermo que se paseó por el caserío de los tobas. Todos lo despreciaron y lo quisieron fuera del poblado: le arrojaron piedras, hasta que se marchó hacia otro, del que también fue expulsado con violencia. De noche regresó y después de andar recorriendo las casas, llegó a la morada de una pareja que no tenía hijos. Sintieron pena por él y lo llamaron para que se acercase al fuego. Le prepararon un sitio con abundante pasto para que se recostase y después lo alimentaron. Pensaron en curarlo y conservarlo como guardián de la casa.
Se acostaron tarde y, una vez dormidos, el sueño del hombre fue interrumpido por un mensajero. Le indicó que debían empezar a trozar madera de árbol Francisco Álvarez exclusivamente. La pila de leña tenía que alcanzar una altura determinada bajo la copa de otro árbol. Durante su tarea, le aseguró que padecerían sed pero nunca hambre, le señaló que tendrían que transcurrir dos jornadas oscuras antes de iniciar la quema de la madera trozada y dedicarse a cocinar.
El mensajero ‑que llevaba una muy buena vestimenta, desconocida por esas tierras‑ convenció al hombre, que, por su parte, realizó lo encomendado con precisión. A la mañana siguiente, él y su mujer emprendieron la tarea. Alcanzada la altura prevista, pudieron descansar. Al mediodía siguiente comenzó a llover y toda la leña del poblado ‑salvo la de árbol Francisco Álvarez cortada por la pareja‑ se mojó, y nadie pudo encender el fuego.
Todos se les acercaron solicitándoles madera, pero ellos no los ayudaron, ya que se habían comprometido a respetar las instrucciones recibidas.

056. anonimo (toba)

El origen de los rios chaqueños

La cosecha de la algarroba había terminado. La tribu iba al lugar donde realizaban los festejos que, infaliblemente, realizaban luego de cumplir trabajos prolongados.
Se reunieron en un claro del bosque esperando a los que tendrían a su cargo la "representación" y que aparecieron a los pocos instantes.
Eran cuatro disfrazados: uno de nichaj, otro de quirioc, el tercero de norerá y el último de diorné. Les acompañaban varios hombres que simulaban ser cazadores.
Desde que el juego comenzó, y en el que debían atraparse entre sí, actuaron a la perfección, imitando las características y las voces de cada uno de los animales que representaban.
Así se ponían frente a frente, trepaban a los árboles, se perseguían tratando de darse alcance, luchaban unos con otros y usaban de todos los medios y astucias empleados por los animales, cuyo disfraz había adoptado cada uno, cuando tratan de poner su vida a salvo.
Los hombres, a su vez, intentando atraparlos, no los perdían de vista, los asediaban, los corrían y atacaban con el mismo ardor y entusiasmo que si se hubiera tratado de una partida de caza.
Las carreras y las luchas se prolongaron durante mucho tiempo, con gran alegría de los que presenciaban tan singular torneo.
Cuando oscureció y el cielo se cubrió de estrellas, se dio comienzo a la danza.
Empezó a oírse el monótono son del pin pin, un tambor hecho con un tronco de yuchán partido transversalmente en dos y cubierto con un cuero de lermá, que tocaba incansable el director del baile, colocado en el centro del espacio destinado para la fiesta.
Comenzaron con la “Guacanic”, la danza preferida por los tobas, que consideran a las estrellas como los ojos de sus antepasados, en cuyo honor la bailaban.
Formando varias ruedas, tomados de la mano y mirando siempre hacia arriba, danzaban, siguiendo el compás que, valiéndose del pin pin, marcaba el que oficiaba de director.
Estos compases, lentos y espaciados al principio, aumentaban de velocidad a medida que el tiempo transcurría y crecía el entusiasmo de los bailarines, cuyos cuerpos seguían con movimientos rítmicos las variantes marcadas por el pin pin.
Acompañaba a este son el tintineo característico que hacían, al chocar unos con otros, las piedritas, los amuletos y las semillas, colgados de los cinturones y de las chacas, pulseras vegetales usadas por los bailarines rodeando sus brazos y sus piernas.
Un coro masculino dejaba oír sus tonos graves, al que se unían las notas agudas que entonaban las mujeres.
La tagá, mientras tanto, servida en vasijas de barro, iba de boca en boca, levantando los ánimos de los concurrentes, multiplicando su alegría y aumentando su entusiasmo.
Así pasaron la noche entera. Con ella terminó la fiesta y cuando el sol volvió a aparecer por oriente, sus rayos llegaron hasta los hombres y las mujeres que, vencidos por el cansancio y embotados por efecto de la abundante aloja ingerida, dormían su fatiga al reparo de los árboles.
Varios días después de realizarse esta fiesta llegó a la tribu del salarnek Chiguisi, un extranjero que dijo llamarse Koipac.
Luego de una cosecha tan pródiga y de los festejos ruidosos con que la cele-braron, los ánimos de los indígenas se hallaban predispuestos para ver y recibir al recién llegado con simpatía.
Si a ello se agrega la astucia que empleó el extranjero a fin de granjearse la amistad de los naturales, se encontrará la razón por la cual lo acogieron con afabilidad, no descubriendo sus intenciones aviesas sino cuando les fue imposible deshacerse de él.
Así fue que, en lugar de corresponder a la buena acogida que se le dispensó, quiso al poco tiempo imponer su voluntad y usurpar los derechos de quienes eran los verdaderos dueños de la región.
Lo consiguió siempre y ocasionó múltiples daños a quienes sólo debía favores.
Llegó un momento en que todos le temieron, convencidos que poseía un poder maléfico conferido por el demonio.
Temerosos de las fuerzas sobrenaturales y de los enviados de los genios malos, nadie se atrevía a lanzar contra él sus flechas con puntas de ñuatí curuzú, cuyas espinas venenosas eran infalibles.
Koipac, por su parte, se reía de ellas sabiéndose invulnerable al más activo de los venenos.
El no reconocía derechos ajenos y actuaba de acuerdo a los dictados exclusivos de su voluntad y de su conveniencia, sin importársele el perjuicio que sus actos podrían ocasionar.
Los toldos de la tribu de Chiguisi se hallaban en las cercanías de Yuioma, la laguna del pescado, cuyas aguas brindaban a los nolajuijk abundantes nillac, entre los que había: toiguif, hueserá, chalmee y nuhac.
Las aguas de la laguna guardaban celosas al pez sagrado, un sasinec de tamaño extraordinario, padre de los peces y que proveía a la laguna de esos animales.
Un día, los indígenas vieron, consternados, que Koipac se dirigía a pescar.
Llevaba el arco y las flechas de guayaibí. Marchaba decidido por el sendero que conducía a Yuioma, entre guaviyús, daicós, ibirá jus, pindós, florecidos yaguá-ratais, trepadoras mburucuyás, güembés de tallos retorcidos y lianas decorativas, que con sus guirnaldas de hojas formaban verdes cascadas suspendidas de las copas de los árboles.
Enterado Chiguisi de las intenciones de Koipac, le salió al encuentro para prohibirle que diera muerte al pez sagrado, al sasinec, cuya desaparición traería como consecuencia el fin instantáneo de todos los peces, con los que los naturales quedarían privados de tan importante alimento.
Koipac, como siempre, recibió la advertencia con desdén, y acompañando sus palabras con un gesto burlón, preguntó:
-¿Es algún privilegiado el sasinec de que me hablas, para que con él se tengan miramientos que no alcanzan a los otros peces?
-¡Es el padre de los peces que viven en la laguna y el que proporciona abundante alimento a la tribu...! -respondió indignado el cacique.
-Pues tengo deseos de probar si es verdad eso -concluyó Koipac empecina-do.
En vista de que sus palabras no convencían al malvado el salarnek Chiguisi decidió rogarle que no lo hiciera. Pero no obtuvo mejores resultados y tal como lo tenía dispuesto, Koipac llegó a la laguna de los peces.
La tribu, desesperada, veía con horror la grave falta que iba a cometer el perverso Koipac atacando al dorado, al que ellos profesaban veneración y respeto; pero sabían, por otra parte, que nada ni nadie hubiera podido evitarlo pues los poderes maléficos que poseía el extranjero lo hacían invencible.
Poco después, Koipac, con el arco tendido apuntaba al pez sagrado que, como si conociera sus intenciones, lo desafiaba no alejándose del lugar.
Koipac, creyéndose elegido de la suerte al ver que la presa se le brindaba generosa, tomó puntería y en un instante la fl echa, despedida con fuerza, atravesó el cuerpo del sasinec.
Instantáneamente se produjo algo inesperado. Algo que no estaba en los cálculos del presuntuoso Koipac y que sus poderes maléficos no podían conjurar.
Las aguas de la laguna crecieron en forma vertiginosa no tardando en desbordarse.
En el semblante del malvado Koipac se pintó el terror más espantoso al suponer que podía ser alcanzado por la avalancha de las aguas que corrían por la llanura sin que nada las detuviera.
Delante de ellas iba el extranjero, quien habiendo arrojado el arco y las flechas que le entorpecían los movimientos retardando su carrera, huía desesperado tratando de evitar ser alcanzado por el agua que, deliberada-mente, seguía sus rastros amenazando con ahogarlo.
Pero la carrera se prolongaba tanto que de vez en cuando la fatiga vencía al indio que se veía obligado a detenerse para recuperar energías.
Esos instantes eran aprovechados por las aguas para detenerse también y esparcirse por el llano formando lagos y lagunas que, al llegar hasta donde se hallaba Koipac, lo obligaban a recomenzar la carrera interrumpida. Esto sucedió muchas veces y en una gran distancia, hasta que Koipac, completa-mente rendido, cayó sin poderse levantar más.
Las nectrank lo cubrieron, deteniéndose, desde el momento que ya habían cumplido su propósito: castigar al matador del pez sagrado.
El camino seguido por ellas desde que salieran de Yuioma persiguiendo al malvado y desaprensivo Koipac, hasta su total rendición, marcaron un curso de agua que dio abundante cainarán a los habitantes del Chaco, respetuosos adoradores del sasinec sagrado.
Ese fue el primer tuyeté que regó las llanuras boscosas del Chaco, según decían los tobas, el que a su vez dio origen a los otros, encargados de ofrecer su linfa clara a los habitantes de la región, a sus animales y a sus plantas, como una ofrenda de vida que el sasinec sagrado ofreció a quienes lo habían venerado como enviado de los dioses.

Referencias
Los ríos de la llanura chaqueña corren por terrenos de muy poco declive, siendo por consecuencia de curso indeterminado.
Por la misma razón sus aguas se deslizan con lentitud.
En verano, época que se caracteriza por la abundancia de copiosas lluvias, las barrancas de las orillas suelen desmoronarse, y los ríos, al crecer, se desbordan, salen de sus lechos y las aguas invaden la superficie de la tierra que, siendo impermeable, las retiene formando bañados, y lagunas.
Las materias orgánicas arrastradas por los ríos en sus recorridos, quedan depositadas allí donde las aguas se han detenido, fertilizando las tierras, lo que se traduce en exuberante vegetación, característica de esa zona.
Los ríos principales: el Pilcomayo, el Bermejo (con su afluente el Teuco), el Araguay, el Salado, el Guaycurú, que corren de. noroeste a sudeste, desaguan en el Paraguay o en el Paraná.

Esta leyenda fue extraída de la Biblioteca "Petaquita de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo XIX: URPILA (Torcaz)

Vocabulario
NICHAJ: Jabalí.
QUIRIOC: Tigre.
NORERÁ: Zorro
DIORNÉ: Venado.
YUCHAN: Palo borracho.
LERMÁ: Vizcacha.
GUACANIC: Estrella.
TAGA: Aloja.
SALARNEK: Cacique.
CHIGUISI: Nutria.
KOIPAC: Palo.
YUIOMA: Laguna del pescado.
NOLAJUIJK: Indígenas.
NILLAC: Peces.
TOIGUIT: Armado (pez).
HUESERA: Pacú (pez).
CHALMEE: Surubí (pez).
NUHAC: Sábalo (pez).
SASINEC: Dorado (pez).
GUAYAIBÍ: Nombre de un árbol.
GUAVIYÚ: Nombre de un árbol.
DAICÓ: Arrayán.
IBIRÁ JUS: Nombre de un árbol.
PINDÓ: Palmera.
NECTRANK: Agua.
CAINARAN: Pesca.
TUYETÉ: Río.
PIN PIN: Tambor fabricado con un tronco de palo borracho cortado transversalmente en dos y cubierto con un cuero de vizcacha.
YAGUA-RATAY: Árbol que anuncia lluvia cuando florece.
MBURUCUYA: Pasionaria (enredadera).
GÜEMBÉ: Planta parásita, salvaje.
CHACA: Pulsera hecha con vegetales.

056. anonimo (toba)


El orgulloso yerno

El pájaro carpintero era un hermoso y orgulloso joven y las mujeres se lo disputaban. La hija de un hombre llamado Siete Estrellas compartía todas las tardes con él y finalmente se convirtió en su novia. Tiempo después, decidieron casarse, pero él insistió en avisar al padre de su prometida antes de proceder. La joven viajó a la constelación cubierta de hielo, su hogar, para anunciarle aquella decisión. Siete Estrellas la escuchó y le pidió garantías del amor y el cuidado que le brindaría el pájaro carpintero. Además, le exigió que, para bienestar de la pareja, se respetara su figura como suegro.
Entonces se casaron. Pero el orgullo del carpintero lo llevó a desafiar a su suegro: se elevó hacia su constelación y retó sin reparos a Siete Estrellas. Cansado de tanta ofensa, el suegro se enfureció y lo persiguió desde las estrellas hasta el fondo del mar, atrapó al joven y lo mantuvo cautivo aprisionándolo con un pez raya en la espalda. Su hija le rogó por la liberación de su amado y le aseguró que cuidaría sus actos. Siete Estrellas aceptó y le quitó al pez raya, y así dejó al descubierto el lomo dañado del ave.
Los pájaros carpinteros llevan, desde ese entonces, el lomo blanco como símbolo de condena.

056. anonimo (toba)


El hambre del hombre

Otra jornada amaneció con un temporal de lluvia que se prolongó por varios días y provocó la escasez de alimentos. La oscuridad no les permitía a los tobas conseguir comida. Les comenzaron a crecer dientes muy filosos, como los de palometa. [1] El hambre se hizo insoportable y las parejas atacaron a sus hijos y se los comieron. Entre los adultos siguió la desconfianza y entonces nadie se animaba a dormir. Pero cuando uno caía vencido por el cansancio, los demás lo consumían rápidamente gracias a sus filosos dientes.
Un día, una vieja mujer se puso a moler. Para eso empleó un mortero y, de esa manera, anticipó la llegada de la época de las frutas. Salieron los rayos del sol y todo aclaró. Flacos y pálidos, los hombres y las mujeres se encaminaron para conseguir comida. Probaron las chauchas maduras, pero la carne humana que habían comido anteriormente les provocó náuseas. Se separaron en campamentos y retornaron a la forma de vida anterior.
Finalmente, se reprodujeron y tuvieron paz.

056. anonimo (toba)




[1] Pez comestible.

El amor y el aroma de cosakait

Los tobas denominan cosakait al árbol conocido con el nombre vulgar de palo santo.
Una de las leyendas más antiguas que lo menciona se refiere a épocas remotas; cuando de la pequeña minoría que constituían los seres humanos surgió el más hermoso y virtuoso de los jóvenes: Cosakait.
Apuesto y ejemplar, estas virtudes no le alcanzaron para enamorar a la joven doncella que tanto amaba. Su tristeza y desventura lo condujeron por el sendero de la enfermedad, de la que nunca regresó.
Aquellos que presenciaron sus últimos momentos en el lecho de muerte aseguraron que no dejó de pedir por su amada: ella nunca se presentó. Sus póstumas palabras sostenían que no deseaba morir pero que su dios Yago así lo quería. Se comprometió a estar por siempre con ella: adornando su cabellera con fragantes flores, ahuyentando insectos de su lado y perfumando el agua. Confirmó también su participación en la ceremonia del nareg, dirigiéndose al cielo en el aromatizado humo de su ruego. Finalmente, tomó la responsabilidad de permanecer cerca y brindarle todo lo necesario. Tanta temperatura, tanta fiebre, terminó por consumir los suspiros finales...
La tierra que lo sepultó engendró el árbol cosakait, apreciado por sus aromáticas flores y perfumada madera. Apenado por su dolor, su dios le dio vida eterna en la forma de aquel árbol que luego se expandió por toda la selva, cumpliendo con las promesas del virtuoso joven enamorado.
Los tobas consideraron al palo santo como un árbol venerable por su nobleza y le concedieron el honor de llamarlo cosakait.

056. anonimo (toba)


El amor de padre

El hombre viejo avisó a sus dos hijas que le quedaban pocos días de vida. Les solicitó ser enterrado con los hombros y la cabeza hiera de la tierra. Les recordó que ellas deberían hacer el rito del duelo. Asimismo, las previno de la llegada de un hombre. Cuando estuvieran alejándose del lugar y lamentán-dose con cantos, ese hombre, muy parecido a él, se acercaría y les pediría hacerles el amor…
Una vez fallecido, ellas procedieron a enterrarlo como lo había pedido. Al alejarse, el padre saltó fuera de la fosa, olfateó sus huellas y alcanzándolas, les dijo que era el hombre del cual había hablado y las abrazó. Una logró escapar, pero como el difunto le había hecho el amor a la otra, ambas se convirtieron en guanaco por haber transgredido la prohibición.


056. anonimo (toba)

Nguebemapún y la caza

Cuando el cazador mide sus fuerzas con el animal, todo es posible. Sí Nguenemapún, el dueño sagrado de los animales, está enojado, no habrá artimaña que valga para atrapar a la presa. Hay que ponerse de acuerdo con él. Si esto no se logra o no se le pide permiso con rezos para tornar a sus criaturas, se pone furioso y malogra toda la cacería. También aconsejan que se debe pedir la protección de una machi con los conjuros adecuados.
Solo así es posible que los cazadores tengan éxito aplicando las viejísimas técnicas de apresamiento con boleadoras, proyectiles varios, acorralamiento, ojeo o despeñamiento. De esta manera regresarán con una cantidad de piezas tal que ilumine los ojos de los que esperan. Siempre es una alegría tener buena carne para arrimar al calor del fuego y más alegría aún contar con el beneplácito de los dioses.

055. anonimo (tehuelche)

La soledad del que siempre existió

La historia de los tehuelches se remonta a tiempos muy antiguos... Pero antes hubo alguien que siempre estuvo: Kóoch, "el que siempre existió". Este ser sufría de eterna soledad, la tierra de entonces era solo bruma y niebla, él solo habitaba en ella. El silencio era apenas interrumpido por sus profundos y dolorosos suspiros.
Kóoch no conocía el amor pero su cuerpo, aún sin saber qué era, añoraba el roce de una caricia; sus oídos buscaban desconcertados el murmullo de algún canto y sus ojos trataban de descubrir la maravilla de los colores. Pero nada de eso existía. Entonces, un día, cuando la tristeza desbordó, su corazón y la soledad se impregnó en lo más profundo de su alma: no pudo más y lloró.
Su llanto fue copioso; cuando por fin sintió que no quedaba ni una gota salada en su interior, secó sus ojos, los abrió y asombrado pudo ver a su lado una maravillosa extensión de agua: sus lágrimas habían dado vida a Arrok, el mar primitivo. En medio de su asombro y ya más calmado Kóoch, el eterno, volvió a suspirar… Y lo hizo más profundamente que nunca, tanto que el aire comenzó a bailar con tales bríos que sus cabellos se alborotaron y su cara se enfrió: había creado el viento...
El viento poderoso sopló todo el dolor de Kóoch, que, satisfecho, observó sus creaciones. Pero como no podía apreciar tanto mar de tan cerca se alejó lo más que pudo y desde el espacio levantó su mano y chasqueó los dedos de puro contento. Una inmensa chispa brillante que surgió como por arte de magia de sus, todavía, incrédulas manos, casi lo encegueció con su potente luz y bañó de claridad todo el entorno: el sol tenía su lugar en ese paraje solitario. Y con él no solo llegó la luz sino el calor del fuego. Para suavizar el intenso calor de aquella gigantesca bola de fuego, Kóoch atrapó un poco de viento con sus grandes manos, le echó unas gotas de agua de mar y con cuidado completó el preparado con una suave bocanada de aire tibio. Amasó todo con delicadeza y esparció por el cielo las primeras nubes blancas.
Muchos años después, en una de esas nubes sería engendrado Elal. De ella heredaría su delicada percepción y ternura por la vida y, de su temible padre ‑el inmenso Nóshtex‑ la fuerza de la lucha y el tesón, pero esa es otra historia.

055. anonimo (tehuelche)

La maravillosa e increible historia de elal

Hace mucho tiempo el hielo y la nieve cubrían la Patagonia: entonces el cisne atravesó esa inmensa extensión blanca por vez primera. Pero, ¿quién era ese cisne? Se trataba del mensajero de la isla divina, el elegido por todos los animales, quienes convocados por Terr‑Werr, la tuco‑tuco, decidieron enseguida salvar al pequeño Elal. El ave venía volando desde la isla del gran Kóoch, creador de la vida. Allí fue donde nació el pequeño Elal, hijo de Teo, la nube cautiva, y el terrible gigante Nóshtex. Y la misión del cisne no era otra que la de transportarlo en su lomo y dejarlo, sano y salvo, en la cumbre del Chaltén; que aún hoy es posible vislumbrar por su majestuosidad entre los demás cerros de la cordillera.
Se dice que el cisne no voló solo sino que lo acompañaron todos los pájaros. Y que los peces deseosos de vida y de aventura surcaron las aguas para ir tras él. Los demás animales no querían quedarse solos en la isla y pidieron ayuda a los peces y a los pájaros para lograr atravesar el océano. Narran, también, que los animales que no sabían volar ni nadar, entretenían a los compañeros que los transportaban con hermosas historias. Y fue así, gracias a la ayuda mutua de todos las especies, que la tierra, nuestra tierra, conoció a los guanacos, a las liebres y a los zorros. Las congeladas lagunas derritieron su hielo para recibir en sus aguas a patos y flamencos y el cielo se pobló de nubes blancas y espumosas, para invitar a los pequeños chingolos y a los chorlos y a los majestuosos cóndores.
Pero: ¿y Elal?, ¿cómo podría vivir un pequeñito niño solo en la cumbre de un cerro? Nunca estuvo aislado porque el cisne instruyó a los pájaros para que lo cuidaran, le dieran calor con sus plumas y lo alimentaran con frutos de tierras más cálidos. Esto duró tres días y tres noches; como Elal era un héroe, sólo ese tiempo necesitó para ser lo suficientemente grande y fuerte para comenzar con su obra a favor del nuevo mundo.
Sin embargo, no le fue todo fácil: al cuarto día, cuando Elal se sintió en condiciones de bajar del Chaltén, aparecieron frente a él dos terribles hermanos: Kókeske y Shíe, el frío y la nieve. Siempre juntos, acordaban en todo, amaban su tierra desierta y constantemente la recorrían asegurándose de que las cosas estuvieran en orden. Shíe hacía olas con su largo y hermoso ropaje blanco, y la aspereza de las rocas se tornaba en mullido colchón. De puro aburrido nomás, tiraba copos al mar, que quedaban esparcidos como tachuelas de un blanco brillante. Tras él, Kókeske, con su halo de frío, congelaba la nieve transformándola en una capa brillante y patinosa. Cuando invitaban a Máip, el viento helado, este se divertía soplando la nieve congelada hasta lograr formas diversas con gran filo, que tanto Shíe como Kókeske debían esquivar en su juego preferido: las vertiginusas carreras por el hielo. En fin, los amos de la Patagonia se pusieron furiosos cuando descubrieron a Elal, que bajaba del cerro Chaltén donde lo había dejado el cisne, con intenciones de vivir en ese lugar y cambiarlo todo. Ellos, solo ellos eran los dueños de las tierras blancas del sur: ¿quién era ese Elal que osaba inmiscuirse en su reinado?
Desbordantes de furia y odio, llamaron a Máip, el potente viento que de juguetón devino en asesino. Llegó acompañado de su amigo hielo para enfrentar al aún tierno Elal. Entonces algo increíble sucedió: el joven Elal frotó entre sí dos piedras, ofrecidas por la montaña, y consiguió un penetrante calor rojo: el fuego. Con este, su primer invento, venció a los poderosos hermanos y a sus amigos.
Cuentan que cuando Elal se encontró solo, sin el cuidado de los pajaros, usó la sabiduría que recibiera como obsequio de despedida del gran Kóoch e inventó el arco y la flecha para aprender a cazar y no morir de hambre. Con su apetito saciado miró a su alrededor y observó que la tierra era demasiado angosta, entonces, con bravura y con la ayuda de sus poderosas flechas obligó al mar a correrse y así la tierra se agrandó. Luego de hacerse un buen espacio para vivir pensó que sería aburrido y peligroso estar siempre con frío. Sin dudarlo, decidió que además del invierno, existieran el otoño, el verano y la espléndida primavera. Las fieras que allí habitaban, felices por este regalo, se amansaron y fue como Elal dispuso todo para una buena vida. Pero todavía se hallaba solo: no tenía con quién compartir tantas bondades. Entonces, se sentó muy tranquilo en un hermoso lugar, a orillas de un gran lago azul y cristalino; eligió con sumo cuidado el barro más suave, lo amasó, le dio forma y así creó a los hombres y a las mujeres: los tehuelches. Pero claro, los nuevos hombres o chóneks ‑así se llaman en la lengua tehuelche- ­eran como niños, había que enseñarles todo. Elal los obsequió con sus mejores secretos: el arte de la caza, la magia del fuego, la preparación de los cueros para construir toldos, el modo de coser quillangos para no pasar nunca frío y otros muchos más. Los tehuelches, tan contentos de habitar esta tierra, fueron excelentes aprendices.
La señora Luna y el señor Sol tenían una hija de la que Elal se enamoró perdidamente pero, como padres, resultaron ser muy posesivos y la escondieron para evitar el matrimonio. Elal, furioso, los expulsó de la tierra para siempre y ahora viven condenados a estar, no solo separados de su hija sino lejos el uno del otro. Y la joven, que quedó abandonada en el mar, se esforzó por acercarse a su madre en el cielo, provocando con cada luna nueva una crecida.
La muerte también llegó convocada por Elal, fue un día en que una pareja de lobos marinos lo desobedeció y como el héroe no podía descansar hasta lograr que todo estuviera bien ordenado, tuvo que castigarlos de modo definitivo. Y la muerte se quedó nomás como parte de la vida de los tehuelches también, pero no permaneció sola, el deseo se acercó a hacerle compañía.
Así, cuando Elal miró su obra, se sintió satisfecho y pensó, por primera vez, en descansar. Hizo una gran reunión de despedida y les pidió con mucha seriedad que mantuvieran la memoria viva a través de sus hijos y de sus nietos, y sus bisnietos... Les ordenó que compartieran los secretos para que la sabiduría de los tehuelches los acompañara siempre, protegiéndolos como él lo había hecho hasta ese momento.
El sol tímido se abría paso en el horizonte y las blancas plumas del cisne ‑aquel que había traído a Elal y que ahora era convocado nuevamente por el héroe‑ comenzaron a hacer suaves cosquillas a los hombres, mujeres y niños que despedían a su creador. Poco a poco, las lágrimas de tristeza se convirtieron en risas contagiosas, nadie podía aguantarlas. En medio de tanto bullicio, Elal se montó sobre su fiel amigo señalándole el camino a seguir. El cisne estaba feliz, hacía mucho tiempo que no veía a su niñito y, encontrarlo tan hombre y tan amado por todos, lo llenaba de placer. Levantaron vuelo y una llovizna dorada y luminosa los cubrió a todos como una bendición.
Porque el cisne ya era viejo, Elal debía cuidarlo mucho: le acariciaba el cuello y le susurraba al oído todas las aventuras vividas desde que él lo depositara en el Chaltén. Habían recorrido un tramo bastante extenso cuando el héroe percibió el cansancio del ave y sin dudarlo disparó una flecha hacia el mar y allí mismo apareció una isla con mullida vegetación para que descansara. Y así lo volvió a hacer durante todo el viaje cada vez que su amigo necesitaba reposo.
Esas islas todavía se dejan ver desde la costa patagónica y en la más lejana, en una que nadie llega a ver, vive Elal. Pero ya nunca más está solo porque allí, las almas de los tehuelches muertos, cobran una nueva vida y le cuentan las más lindas historias mientras se calientan entre los fueguitos que nunca se acaban. Así ahuyentan el frío que se les coló en el viaje tan largo hasta la isla invisible.

055. anonimo (tehuelche)

Historia del más temido de los tehuelches

Walichú o Háleksem era oriundo de Tandil. El terreno irregular de la región lo hacía sentir muy cómodo y a salvo para desarrollar toda su maldad. Cuando conoció las tierras del sur, tan escurridizas como las de Tandil, decidió extender su morada. Desde entonces, los tehuelches también perdieron la tranquilidad.
Su más asidua ocupación consistía en robar niños, se deleitaba al percibir el terror que generaba su cercanía en las jóvenes madres. Se trataba de un ser poderoso e inasible, inmune a cualquiera de las armas de los guerreros, ¿cómo podían luchar contra él?
Aborígenes de distintas procedencias le dieron nombres diferentes: gualichú para los quechuas; huecué para los mapuches; halpén para los onas; nieblon para los indios del sur; o hálekasem para los tehuelches. Pero, cualquiera sea su nombre, siempre que se lo menciona produce miedo y terror.
Quienes conocen su historia o sufrieron sus maldades, afirman que la malignidad de wualichú (o gualichú) no es siempre igual, va de la crueldad destructora a una casi inofensiva y traviesa picardía. Tal vez dependa del humor con que amanece, o si ese día anda aburrido, o del respeto que sus altares naturales despiertan en los viajeros... La verdad es que sus remolinos apagan los fueguitos mientras tratan de calentarse los niños y las niñas ‑sus más queridos enemigos‑, y que su aliento helado mata a los pajaritos refugiados ­en los matorrales, y que aúlla por las mesetas desoladas asustando a cualquier humano que ose transitar por allí... ¿Podrá alguien vencerlo?
El tehuelche sabe que es mejor apaciguar su espíritu cruel con regalos. Por eso al recorrer la Patagonia y cruzar por sus territorios paga el tributo obligado, porque si no lo hace, ¿cómo podrá esconderse de sus terribles ojos que todo lo ven?, ¿cómo logrará pasar inadvertidamente por los sitios sagrados sin despertar su casi ininterrumpida ira?
Dicen los que saben que más que ocultarse o disimular el miedo es conveniente convocar a su espíritu poderoso para que se sienta homenajeado y no muestre su furia. También sugieren que, cuando se transite su camino, se debe hacerlo muy silenciosamente y con sumo respeto. En ese trayecto es muy común hallar al árbol del gualicho: se lo reconoce porque está seco y solitario y su aspecto es el de un ser maldito. Cuando se lo encuentra resulta necesario dejar cerca de sus rugosas raíces parte de lo que uno lleva: trapitos y bolsitas con llancas (piedras pequeñas) que se pueden hacer cortando y cosiendo los propios vestidos o ponchos. Esto satisface mucho al malvado gualicho, porque cuando ronda ve a su mítico árbol florecido con un maravilloso ropaje que ondula al viento. Es cierto, el viajero pierde retazos de sus ropas... ¡pero, eso sí, llegará sano y salvo a su destino!

Sin embargo, con hermosear el árbol no alcanza, hay que prestar atención a las piedras del gualicho que resaltan en el paisaje por ser tan alucinantes y extrañas. ¿Cómo lograr que el gualicho, con su furia, no las rebele contra el viajante? Cubriéndolas con los ricos alimentos que se suelen llevar a cuestas: aceites, sales, o sustanciosas y olorosas hierbas...
La tierra patagónica guarda con sumo cuidado los secretos del espíritu, pero tiene sitios donde el misterio se deja ver pese a las precauciones: la piedra del Collón Curá, la piedra de Caviahue, la piedra Saltona de Cajón Chico, el meteorito de Kaper‑Aike, el Bajo del gualicho, el Cerro Yanquenao, el Cañadón de las Pinturas, Las Cuevas de las Manos. Los parajes solitarios son los preferidos por las almas que acechan a los viajeros sin mostrarse, mimetizán-dose en árboles secos, plantas sagradas, piedras, sendas, travesías... y hasta en el viento susurrante. Por eso hay que andar con mucho cuidado, con mucho respeto y, sobre todo, con buenas ofrendas...
La existencia del gualicho ha sobrevivido al avance de la cultura del blanco y convive con ella. Es tan poderoso este espíritu que todavía hoy habita en el campo y en la meseta, asustando a paisanos y también a pueblerinos. No distingue, no le importa, él solo disfruta haciendo el mal sin mirar a quién. ¡Espíritu democrático si los hay!
Es porque al gualicho no le gusta que en las zonas rurales no se cante de noche o no se use sombrero dentro de las casas; porque al gualicho sí le gusta que se tema y se respete al aire malo, ya que se sabe que está cargado de su espíritu.
¿Por qué se creen que en las ciudades se usan amuletos, cintas rojas contra el mal de ojo, ruda macho o ajo macho, o se encienden velas, o se compran hierbas para infusiones mágicas y lociones que todo lo pueden? Solo para ahuyentarlo. También, los más viejos les confian a los más jóvenes las palabras secretas para usar junto con los rezos y así estar a salvo por un tiempo.
Los más viejos también dicen que Gualicho es un diablo hembra, en realidad... y tal vez así sea porque quienes alguna vez estuvieron cerca para ver, hicieron dibujos que se asemejan más a una contextura femenina que masculina. Quizá por eso es que asusta a las mujeres y les roba sus niños. De puro celo o pura envidia. ¿Quién sabe?
Pese a esa posibilidad, este espíritu maligno se puede encontrar en actividades que se relacionan con lo masculino como el loncomeo, una danza netamente varonil que el araucano tomó del tehuelche, en la secreta ceremonia de iniciación ritual de los más jóvenes.
El arte rupestre que se puede ver en las cuevas del sur patagónico posible-mente sea una de sus gloriosas obras. Y sí, se dice que además de cruel y pícaro, es el artista hacedor de las míticas pinturas donde manos fantásticas y extraños laberintos, huellas de pisadas humanas y no humanas, animales estilizados y siluetas de cazadores, guardas de tigres, máscaras que aterran, no hacen otra cosa que reproducir su inocultable espíritu mágico. Si realmente fueron hechos por sus manos es que allí está su secreto para cuando podamos descifrarlo...
Mientras tanto, ¿cómo conocer más de su vida? ¿Cómo saber el porqué de su maldad? ¿Es acaso el gualicho el ancestro de las razas aborígenes de la tierra austral? ¿O quizás, una versión americana del universal espíritu guardián?
Siempre podemos seguir aprendiendo sobre él porque... ¡nuestro gualicho está vivo! Tal vez la vieja sapiencia de los chamanes pueda ayudarnos.
Pero esa es otra historia.

055. anonimo (tehuelche)

Elal, el padre de los pájaros

Los pájaros fueron los que con su dedicación y cuidado hicieron posible la vida de los tehuelches. ¿Cómo? Cuando obedecieron al gran cisne, pusieron en práctica todo su amor para cobijar entre sus plumas al pequeño Elal, futuro hacedor de los chóneks, hombres de la Patagonia. ¿Qué le hubiera pasado en el inmenso Chaltén sin el abrigo y el alimento que cada día ellos se turnaban para darle? ¿Y no fueron acaso las aves las que ayudaron a la tuco‑tuco a esconder al niño de las crueles manos del gigante que estaba casi pisándole los talones para comérselo? Luego de los tres días y las tres noches que el héroe necesitó para ser fuerte y bajar por la ladera del Chaltén, los pájaros de puro contento nomás, se instalaron para siempre en las grutas y acantilados poblando de colores y trinos las tierras australes.
Fue Terr‑Werr, la tuco‑tuco, la que acomodó a Elal en su cueva junto a sus hijitos para salvarlo de su padre furioso que lo buscaba desespera-damente para deshacerse de él. Esto sucedía en la isla de Kóoch cuando Elal fue arrancado del vientre de su madre, la nube Teo. Terr‑Werr, lo escondió pero no estaba tranquila porque su cueva se hallaba a un solo paso de la caverna del cruel Nóshtex y en cualquier momento el gigante encontraría al niñito y se lo comería. Entonces, desesperada, pidió ayuda a Kiken, el chingolo.
Ahí nomás, a orillas de la laguna, Terr‑Werr se topó con Kiken, que buscaba muy tranquilo su alimento removiendo con su pequeño pico el espeso barro de la costa. Cuando vio a la tuco-tuco se puso más que contento, le gustaban mucho los chismes y Terr‑Werr siempre tenía los más nuevos. A los saltitos avanzó a su encuentro, pero muy otra era la causa de su visita: necesitaba de sus servicios, le pidió que, por favor, volara hasta el medio de laguna porque para una tuco‑tuco era imposible llegar allí con la rapidez que se precisaba y que le contara al gran cisne sobre el peligro que corría Elal. Con poco de chisme pero con mucho de emoción, el chingolo voló lo más rápido que pudo para cumplir el encargo. Parece que por eso, por haber tenido el honor de ser el primer mensajero en favor de Elal, todavía hoy Kiken es tan amigable con los hombres y los animales, como agradecimiento a la confianza que depositaron en él: todos los cielos son su cielo, todas las tierras su tierra, y basta que el amanecer comience pintando de suaves colores el horizonte para que con gusto ofrezca su canto matinal.
Pero volvamos al destino de nuestro héroe: no fueron solo el chingolo, el cisne y la tuco‑tuco los que se movilizaron para salvarlo, sino que todos los animales se convocaron con la idea de reunirse en asamblea y resolver juntos el mejor lugar para Elal. Cuando estuvieron dispuestos ‑en realidad todavía no sabían muy bien para qué‑ Terr‑Werr les habló del pequeño, de la furia y crueldad de Nóshtex, su padre, y del terrible peligro que corría si daba por fin con él. Justo en ese momento se escucharon los gruñidos del gigante y el rodar de las rocas que lentamente, al caer, irían descubriendo el escondite del bebé.
El primero en hablar fue Kíus, el chorlo:
‑Muy lejos de aquí, hacia el Oeste, del otro lado del mar, hay un lugar que solo yo he visitado. Propongo que allí se lleve al niño;
Nóshtex es un gigante muy fuerte y poderoso, sin embargo, nunca podrá alcanzar a nado esa tierra. En realidad, nunca llegará a saber que existe.
Y así fue, el resto de la reunión se destinó a ultimar detalles. A los animales les resultaba natural escucharse y respetaban a todos sus compañeros, por eso no les costó nada darse cuenta de la sensatez de la propuesta de Kíus.
Después Kókeske y Shíe, el frío y la nieve, supieron que la idea de que Elal los importunara con su visita había sido de Kíus, por eso quisieron vengarse de él: el chorlo solo vive en la Patagonia cuando hace calor y se va hacia el Norte, cuando el frío se acerca para no encontrarse jamás con los rencorosos hermanos.
¿Cómo se concretó la idea de Kíus?
Debido a que los animales son muy organizados, distribuyeron las tareas y le tocó a Kápenk‑Och, un pajarito negruzco, entretener al malvado padre, el temible Nóshtex, a fin de darle tiempo a Terr‑Werr a preparar al niñito para la travesía. A Kápenk‑Och no le costó demasiado esta tarea. De por sí era muy inquieto, disfrutaba la búsqueda de comida diaria porque lo estimulaba a caminar por aquí y por allá, cosa que hacía muy rapidito. También le gustaba descansar con su compañera bajo los arbustos, silbando y cantando a los cuatro vientos. Y eso fue lo que hizo: mientras Nóshtex con sus grandes pies aplastaba todas las plantas y matas que encontraba en su camino rastreando a Elal por todos los rincones de la isla, Kápenk-Och, revoloteaba muy cerca de él y lo ensordecía con sus estridentes silbidos. En un momento Nóshtex se acercó con peligro a donde organizaban la partida y entonces, molesto, le gritó al pajarito:
‑¡Silencio!
Por supuesto, Kápenk‑Och continuó con sus silbidos cada vez más agudos; el gigante gritó aún más fuerte:
‑¡Que te calles, he dicho! ‑mientras, levantó una rama de entre los matorrales y se la tiró al pájaro con tanta puntería, que una filosa astilla se le incrustó en la pechera gris.
Nóshtex, indolente y furioso, decidió volver a su cueva. Kápenk-Och gritó y huyó sangrando. Cuando Elal lo vio llegar lastimado, sus pequeños ojos dejaron escapar una lágrima y con sus manos regordetas de bebé curó con delicadeza el pecho del ave. Pero como el rojo sangre le pareció un color hermoso decidió que quedara para siempre esa marca en su cuerpo a modo de distintivo por su valor y entereza. Desde ese entonces, se lo conoce como "pecho‑colorado".
Otros hicieron lo que pudieron para ayudar a Elal, aunque no todos lograron ser partícipes de la peligrosa empresa. Cuentan que primero Terr‑Werr, la tuco‑tuco, pensó en el flamenco para transportarlo a la Patagonia, puesto que es una de las aves más grandes. Llamó al pinche y le pidió que fuera en su búsqueda.
Muy obediente, el pinche salió para cumplir el pedido pero se cruzó en su camino a un gigante que, muy intrigado, comenzó a mirarlo. Como sabía que su misión era secreta, se demoró haciendo que buscaba comida como para no llamar la atención, y buscando y buscando logró ocultarse en los matorrales hasta que el gigante siguió su camino. Cuando el peligro desapareció, salió bien rapidito y corrió al otro lado de la laguna. Allí descubrió al flamenco, que estaba muy concentrado, mirando los círculos que provocaba al caminar en redondo por la orilla del laguna.
El animal, emocionado por la solicitud, con velocidad atravesó la masa de agua para encontrarse con Elal, pero, a causa de la demora del pinche, el niño ya subía sobre la espalda del cisne.
Dicen testigos que la tristeza del flamenco fue tan grande, que callado y quieto levantó una pata y escondió su cabeza en un ala y lloró. Al verlo así, Elal quiso alegrarlo con un obsequio. El amanecer pintaba de rosa el cielo y envuelto en esa hermosa visión, el niño le coloreó las plumas con ese tono tan bello: desde ese día los flamencos son rosados.
Parece que la pena quiso quedarse en el corazón del demorado. Primero intentó acompañar a Elal volando tras el cisne, luego se ocultó en las lagunas escondidas de la Patagonia y allí anda todavía, solito con el cuello encorvado y la cabeza gacha como para disimular su tristeza.
Hubo otro animalito con un problema parecido: Mexeush, el choique, al que hoy conocemos como ñandú. Resulta que Patenk, el zorro, le avisó que Elal lo aguardaba al borde de la laguna. Entonces Mexeush se preparó para ir al encuentro, pero se le apareció uno de los gigantes que habitaban la isla y se asustó tanto que cambió de rumbo y ni siquiera se animó a volar. Elal, cansado de esperarlo, decidió castigarlo y le sacó para siempre la posibilidad de remontarse. Entonces, el choique, pese a tener alas fuertes y grandes, no es capaz de levantar más que un palmo del piso impulsado por sus patas y mira desde abajo el maravilloso e imponente vuelo del cóndor, el estridente aleteo de los cormoranes y el simpático revolotear de los pequeños chingolos. Lo que sí puede hacer es correr muy veloz por la planicie, moviendo de puro deseo sus incapaces alas.
Fue por el fracaso del choique y del flamenco que finalmente Kóokne, el cisne, fue el responsable de llevar al niño. Cuentan los tehuelches que Elal aún no tenía nombre sino que fue elegido por el ave, que en el transcurso del viaje construyó una amistad tan sólida con el muchacho que duró para siempre. Y que cuando el héroe estuvo lo suficientemente fuerte como para quedarse solo y comenzar su obra en la Patagonia el cisne se fue a vivir a las lagunas. Pero como lo extrañaba, todos los días lo llamaba con un grito.
Hay quienes dicen que todavía hoy se lo escucha al amanecer.
Como el cisne fue tan buena compañía para Elal y quien les dio la oportunidad de existir a los tehuelches al traerlo a la Patagonia, para ellos, los cisnes son sagrados. Si un tehuelche llegara a cazar un cisne, la desgracia caería sobre él y su familia. Tampoco los domestican porque merecen la más absoluta libertad. Y cuando la muerte quiere llevarse un cisne ni los cóndores ni otras aves carroñeras se acercan a su cuerpo inerte. Los tehuelches lo saben, eso dispuso Elal.
En el comienzo de su historia, los tehuelches prevenían a sus niños sobre los peligros de la cercanía de un cóndor, porque cada tanto, cuando algún chico andaba extraviado por el cerro, la gigantesca ave lo atrapaba con su pico curvo y se lo llevaba a su nido. El pequeño Elal, con solo cuatro años fue quien le enseñó modales: una tarde estaba descansando sobre las rocas y miraba complacido las extrañas figuras que formaban las nubes en su incansable danzar en el cielo. Entonces, un puntito negro que crecía y crecía, llamó su atención. No tardó mucho en darse cuenta de que se trataba de un cóndor y, como sabía el temor que provocaba a los niños tehuelches, decidió acercarlo para tener una conversación. Tomó el arco que había fabricado con sus propias manos, acomodó en él una pequeña flecha y así, tendido como se encontraba, disparó hacia el ave que planeaba cada vez más cerca y terminó de descender con un ruido de alas que casi lo deja sordo. Protegiendo sus oídos, le dijo:
‑Sólo necesito que me entregues una de tus plumas,
Pero el cóndor, que ya no aleteaba, comenzó a gritar que ni loco se la daría.
Y así fue como el ave enojó al niño, tanto que con un solo movimiento de su manito le sacó todas las blancas plumas de la cabeza y quedó pelado como hoy lo conocemos.

055. anonimo (tehuelche)

De cómo elal llegó al mundo

La isla de Kóoch vibraba de placer con las nuevas experiencias que se desarrollaban en su superficie, pero algo no previsto descompaginó la alegría incipiente: Tons, la oscuridad, procreó dos gigantes. Estas criaturas no resultaron muy buenas personas: un día, una de ellas, llamada Nóshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caverna. Sus desesperadas hermanas buscaron a la desaparecida por todo el cielo, pero no había sido vista por nadie. Entonces, furiosas, provocaron una gran tormenta: el agua corría por las laderas de las montañas, llevaba consigo rocas que destruían todo a su paso. Las cuevas de los animales comenzaron a inundarse, los nidos a deshacerse, las plantas rodaban arrancadas de raíz y los poderosos árboles perdían sus ramas, hojas y frutos. En fin... era un caos.
Después de tres días y tres noches Xàleshen, el sol quiso saber el motivo de tanto enojo y apareció entre las nubes. Enterado de lo sucedido, esa tarde, al retirarse detrás de la línea donde se junta el cielo con el mar, le contó a Kóoch las novedades, y este, muy molesto, vociferó:
‑¡Quién sea que haya raptado a Teo, será castigado por mí y si ella espera un hijo, ese niño tendrá el don de ser mucho más poderoso que su padre!
A la mañana siguiente, apenas amanecido, el sol compartió la profecía de Kóoch con las nubes que, aún furiosas, se agolpaban en el horizonte. Enseguida ellas se lo contaron a Xóchem, el viento, que voló hacia la isla y difundió la noticia por todos lados, anunciándola a quien quisiera oírla. Y los animales se encargaron del resto: el chingolo se lo dijo al guanaco, el guanaco al ñandú, el ñandú a zorrino, el zorrino a la liebre, al armadillo, al puma... Rapidito, Xóchem sopló el mensaje en las puertas de las cavernas de los gigantes, para que no quedara nadie sin enterarse.
Así fue como finalmente la profecía llegó a oídos del malvado Nóshtex, que tembló de rabia y miedo porque su futuro enemigo ya vivía en el vientre de la desdichada Teo. No dudó un solo instante, se decidió por lo que consideró más eficaz: "Los mataré ahora mismo", pensó, "los voy a matar y luego me los comeré a los dos". Sacudió y golpeó con tanta furia a Teo que logró arrancarle al niño de sus entrañas y, sin mirar a su pequeño hijo, lo dejó abandonado en el suelo de la caverna mientras descargaba su rabia despedazando a la madre.
Sin embargo, alguien más, adentro de la cueva, había escuchado a Xóchem: Terr‑Werr, una tuco‑tuco que vivía en su casa subterránea excavada en el fondo de la gruta. Dicen que fue ella la que salvo al bebé, que no era otro que el futuro héroe de los tehuelches: Elal.
Pero el salvataje es parte de otra maravillosa e increíble historia.

055. anonimo (tehuelche)

De cómo el fuego protegido por los tehuelches

Para los tehuelches el origen del fuego, por supuesto, estuvo a cargo de su héroe, Elal... Sin embargo otros pueblos han explicado a su modo la génesis de tan preciado elemento que aseguró la vida de las culturas aborígenes patagónicas...
Una vieja historia cuenta que los mapuches no conocían el fuego, pero que lo descubrieron gracias a dos hermanitos que, mientras jugaban, se desafiaron para ver quién hacía girar más rápido un palito en un nido de pasto seco... ¡Y casi queman todo con su juego! Dicen los que estuvieron allí que el incendio fue tan grande que devoró los bosques y corrió a los animales hasta atraparlos. Después de tan terrible catástrofe los hombres se quedaron sin presas para cazar. Esto produjo una angustia muy profunda: ¿morirían todos?
Entonces convocaron a los ancianos de la tribu. Ellos, sabiamente, dijeron que la carne de esos animales quemados no podía ser impura porque el fuego venía del Dios Padre... Y comieron así por primera vez carne asada y la encontraron deliciosa. Tan rica les resultó que, desde ese entonces, los mapuches quisieron hacer fuego y conservarlo porque les daba la posibilidad no solo de cocinar sus alimentos sino de disfrutar su mágica luz y su intenso calor. Así aprendieron a reunirse en ronda alrededor de las llamas amarillas y rojas como pequeños soles.
Fue tan maravilloso el descubrimiento que ninguno de los pueblos de la Patagonia quiso privarse de él, entonces aprendieron a encender el fuego como lo hicieron jugando los niños: frotaban un palo sobre una superficie de piedra, o dos piedras entre sí, cerca de hierba seca para que una chispa la hiciera arder.
Pero claro, era dificil provocarlo... y más dificil todavía era conservarlo. ¿Cómo convencer a los vientos para que no soplaran? ¿Cómo explicarle a la lluvia que no lloviera? ¿Cómo protegerlo del malvado Gualichú que por pura diversión intentaría robarlo o apagarlo? ¿Cómo entretenerlo para que no se cansara de arder y se fuera de nuevo?
A los tehuelches se les ocurrió encerrarlo en vasijas de barro y lo cuidaron ofreciéndole alimento y protección. Como las mujeres fueron las que se ocupaban de él, tal como de un niño más, cuando lo necesitaban, con suavidad y dulzura le solicitaban algunas brasitas y con ellas encendían nuevos fuegos.
Pero, ¿si el fuego se apagaba?
Cuentan los que estuvieron allí que había terribles castigos para la mujer que se dormía o se olvidaba. Es que el frío resultaba muy intenso y los hombres no podían permitirse perder el sagrado tesoro que había sido otorgado como don de Dios. Por eso también, en las ceremonias, el fuego volvía a Dios a través de las ofrendas: animales, frutos de la tierra, o hermosas vasijas hechas por sus propias manos.
Tampoco se olvidaban de celebrar, con mucho respeto, el fuego de Pillán, que es el fuego de lo más hondo de la tierra que escupido por las bocas enojadas o los dolientes volcanes. ¿No es Pillán, desde las montañas el que maneja y destina las terribles tormentas de fuego del cielo y de la tierra? Es necesario que esté contento para que sus rayos no destruyan y quemen el corazón de la vida. Por eso lo respetan y lo veneran, para que no se enoje y traiga el fuego que devora.
También reconocen la fuerza de Cherufe, el fuego celeste de los aerolitos que caen y misteriosamente se vuelven piedra colorada y ya nunca más arden. Porque no es cuestión de que el fuego se despierte y se encuentre solitario y abandonado por los hombres.
Los ancianos dicen que en las lejanas estrellas viven los espíritus de los antepasados, las almas de los que se fueron, y desde arriba contemplan a sus parientes con el permiso del Elal. Por eso tampoco desatienden a esos fuegos tan lejanos en sus rituales.

055. anonimo (tehuelche)