La isla de Kóoch vibraba de placer con las nuevas
experiencias que se desarrollaban en su superficie, pero algo no previsto
descompaginó la alegría incipiente: Tons, la oscuridad, procreó dos gigantes.
Estas criaturas no resultaron muy buenas personas: un día, una de ellas,
llamada Nóshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caverna. Sus
desesperadas hermanas buscaron a la desaparecida por todo el cielo, pero no
había sido vista por nadie. Entonces, furiosas, provocaron una gran tormenta:
el agua corría por las laderas de las montañas, llevaba consigo rocas que
destruían todo a su paso. Las cuevas de los animales comenzaron a inundarse,
los nidos a deshacerse, las plantas rodaban arrancadas de raíz y los poderosos
árboles perdían sus ramas, hojas y frutos. En fin... era un caos.
Después de tres días y tres noches Xàleshen, el sol
quiso saber el motivo de tanto enojo y apareció entre las nubes. Enterado de lo
sucedido, esa tarde, al retirarse detrás de la línea donde se junta el cielo
con el mar, le contó a Kóoch las novedades, y este, muy molesto, vociferó:
‑¡Quién sea que haya raptado a Teo, será castigado
por mí y si ella espera un hijo, ese niño tendrá el don de ser mucho más
poderoso que su padre!
A la mañana siguiente, apenas amanecido, el sol
compartió la profecía de Kóoch con las nubes que, aún furiosas, se agolpaban en
el horizonte. Enseguida ellas se lo contaron a Xóchem, el viento, que voló
hacia la isla y difundió la noticia por todos lados, anunciándola a quien
quisiera oírla. Y los animales se encargaron del resto: el chingolo se lo dijo
al guanaco, el guanaco al ñandú, el ñandú a zorrino, el zorrino a la liebre, al
armadillo, al puma... Rapidito, Xóchem sopló el mensaje en las puertas de las
cavernas de los gigantes, para que no quedara nadie sin enterarse.
Así fue como finalmente la profecía llegó a oídos
del malvado Nóshtex, que tembló de rabia y miedo porque su futuro enemigo ya
vivía en el vientre de la desdichada Teo. No dudó un solo instante, se decidió
por lo que consideró más eficaz: "Los mataré ahora mismo", pensó,
"los voy a matar y luego me los comeré a los dos". Sacudió y golpeó
con tanta furia a Teo que logró arrancarle al niño de sus entrañas y, sin mirar
a su pequeño hijo, lo dejó abandonado en el suelo de la caverna mientras
descargaba su rabia despedazando a la madre.
Sin embargo, alguien más, adentro de la cueva, había
escuchado a Xóchem: Terr‑Werr, una tuco‑tuco que vivía en su casa subterránea
excavada en el fondo de la gruta. Dicen que fue ella la que salvo al bebé, que
no era otro que el futuro héroe de los tehuelches: Elal.
Pero el salvataje es parte de otra maravillosa e
increíble historia.
055. anonimo (tehuelche)
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