Otra jornada amaneció con un temporal de lluvia que
se prolongó por varios días y provocó la escasez de alimentos. La oscuridad no
les permitía a los tobas conseguir comida. Les comenzaron a crecer dientes muy
filosos, como los de palometa. [1]
El hambre se hizo insoportable y las parejas atacaron a sus hijos y se los
comieron. Entre los adultos siguió la desconfianza y entonces nadie se animaba
a dormir. Pero cuando uno caía vencido por el cansancio, los demás lo consumían
rápidamente gracias a sus filosos dientes.
Un día, una vieja mujer se puso a moler. Para eso
empleó un mortero y, de esa manera, anticipó la llegada de la época de las
frutas. Salieron los rayos del sol y todo aclaró. Flacos y pálidos, los hombres
y las mujeres se encaminaron para conseguir comida. Probaron las chauchas
maduras, pero la carne humana que habían comido anteriormente les provocó
náuseas. Se separaron en campamentos y retornaron a la forma de vida anterior.
Finalmente, se reprodujeron y tuvieron paz.
056. anonimo (toba)
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