La historia de los tehuelches se remonta a tiempos
muy antiguos... Pero antes hubo alguien que siempre estuvo: Kóoch, "el que
siempre existió". Este ser sufría de eterna soledad, la tierra de entonces
era solo bruma y niebla, él solo habitaba en ella. El silencio era apenas
interrumpido por sus profundos y dolorosos suspiros.
Kóoch no conocía el amor pero su cuerpo, aún sin
saber qué era, añoraba el roce de una caricia; sus oídos buscaban desconcertados
el murmullo de algún canto y sus ojos trataban de descubrir la maravilla de los
colores. Pero nada de eso existía. Entonces, un día, cuando la tristeza
desbordó, su corazón y la soledad se impregnó en lo más profundo de su alma: no
pudo más y lloró.
Su llanto fue copioso; cuando por fin sintió que no
quedaba ni una gota salada en su interior, secó sus ojos, los abrió y asombrado
pudo ver a su lado una maravillosa extensión de agua: sus lágrimas habían dado
vida a Arrok, el mar primitivo. En medio de su asombro y ya más calmado Kóoch,
el eterno, volvió a suspirar… Y lo hizo más profundamente que nunca, tanto que
el aire comenzó a bailar con tales bríos que sus cabellos se alborotaron y su
cara se enfrió: había creado el viento...
El viento poderoso sopló todo el dolor de Kóoch,
que, satisfecho, observó sus creaciones. Pero como no podía apreciar tanto mar
de tan cerca se alejó lo más que pudo y desde el espacio levantó su mano y
chasqueó los dedos de puro contento. Una inmensa chispa brillante que surgió
como por arte de magia de sus, todavía, incrédulas manos, casi lo encegueció
con su potente luz y bañó de claridad todo el entorno: el sol tenía su lugar en
ese paraje solitario. Y con él no solo llegó la luz sino el calor del fuego.
Para suavizar el intenso calor de aquella gigantesca bola de fuego, Kóoch
atrapó un poco de viento con sus grandes manos, le echó unas gotas de agua de
mar y con cuidado completó el preparado con una suave bocanada de aire tibio.
Amasó todo con delicadeza y esparció por el cielo las primeras nubes blancas.
Muchos años después, en una de esas nubes sería
engendrado Elal. De ella heredaría su delicada percepción y ternura por la vida
y, de su temible padre ‑el inmenso Nóshtex‑ la fuerza de la lucha y el tesón,
pero esa es otra historia.
055. anonimo (tehuelche)
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