Leyenda del pirineo
En Biescas, a la entrada
del Valle de Tena, encima de un fortín militar que gracias a Dios está en
desuso desde hace mucho tiempo, se levanta como una atalaya la ermita de Santa
Elena. Desde ella se domina perfectamente el estrecho congosto del Gállego,
único camino hacia Francia. Su pequeña pero airosa torre puntiaguda se divisa
desde todos los sitios.
Todos los años, una
nutrida procesión que llaman "de las Cruces", sube hasta la ermita.
Va por el camino viejo, a la orilla izquierda del río. Hasta tres veces al año
es costumbre subir en romería al santuario: el tercer día después de la Virgen de agosto, el 13 de
junio, día de San Antonio y además ocho días antes de esta fecha, que es el día
de las Cruces porque todos los pueblos de alrededor acuden a ella con su cruz
parroquial al frente.
El camino es tortuoso,
empinado y a veces bordea casi el abismo. Aquí y allá quedan todavía algunos
vestigios de una (o varias) calzada antiquísima, probablemente anterior a la
dominación romana que nunca consiguió ser plena en el Pirineo.
Algo antes de llegar al
"Puente del Diablo", en el Acrucifierro, los romeros se detienen
junto a un pedruscón a orillas del camino. Tiene forma de rústica butaca, con
su respaldo y todo.
Se llama "la silla
de Santa Elena" y es que la tradición dice que en ella se sentó la santa a
descansar, después de apagar su sed y lavarse los pies en la fuentecilla que
mana unos cuatro metros más arriba de la silla. La fuente se conserva en
perfecto estado, y por supuesto también la silla.
Pocas mujeres en la
antiguedad latina han estado tan rodeadas de leyendas como Santa Elena, la
esposa de Constancio Floro, que fue luego cristiana penitente y finalmente
madre del Emperador Constantino el Grande y emperatriz ella misma.
Lo más importante de su
vida y lo que le dio mayor fama parece haber sido la expedición a Jerusalén, en
pleno siglo IV, en busca de la
Cruz del Salvador. De ahí que su culto se relacione
frecuentemente con la Cruz.
Precisamente, excavando
en el monte Calvario de Jerusalén encontraron no una cruz, sino muchas ya que
era el lugar en donde se ajusticiaba, crucificándolos, a los malhechores. Era
difícil adivinar cuál era la auténtica cruz de Jesús y entonces a la santa
esperatriz se le ocurrió lo que podría ser una prueba definitiva. Había en la
expedición un soldado de su escolta que había contraído la lepra en el viaje.
Elena hizo que tocara las diversas cruces que habían encontrado y al llegar a
una determinada, solamente con rozarla quedó instantáneamente curado de la
enfermedad maldita. De esta manera se descubrió la que empezó a llamarse desde
entonces "Vera Crux", la cruz verdadera.
Entre las muchas leyendas
antiguas referidas a Santa Elena, contamos con una, preciosa, en el Alto
Aragón, y más concretamente en el valle que nos ocupa en donde se le tributa
especial veneración y no es para menos.
Perseguida por cristiana,
antes de la conversión de su hijo al Cristianismo tras la batalla de Puente
Milvio que ganó a los bárbaros del norte gracias a la Cruz , Elena huyó a Francia y
de ahí a España. Y aquí llegó, tal vez con la intención de trasladarse luego a
Inglaterra de donde era oriunda, y se refugió en las anfructuosidades del
Pirineo.
Pero sabía que sus
enemigos no iban a dejarla tranquila tan fácilmente. Por odio a lo cristiano.
Porque temían su influencia materna en el Emperador que podía llegar a
abandonar los dioses del Imperio, como efectivamente sucedió más tarde. Era
para ellos importantísimo capturar a Elena y seguían su pista con tenacidad. Y
tras sus huellas llegaron también a España y al Pirineo.
Y sigue la leyenda
diciendo que unos labradores estaban sembrando mijo en un campo cercano cuando
la vieron sentarse agotada en la piedra. Al ver su tristeza y abandono se
acercaron a consolarla. Ella les explicó la persecución de que era objeto a
causa de su fe en Jesucristo. Les habló con tal dulzura y convicción del joven
Maestro muerto en la cruz que aquellos fueron los primeros cristianos de
Aragón. Ellos le indicaron el camino de una cueva muy oculta en donde podía
esconderse. La santa les agradeció su acogida y sólo les pidió que si llegaban
por allí sus perseguidores, que no la delatasen. Pero que tampoco les dijeran
mentiras, porque el embustero no puede agradar a Dios. Por fin, reanimada,
siguió su camino monte arriba buscando el cobijo de la gruta que le habían
indicado los labradores.
Por un milagro divino
aquella noche creció y floreció el mijo del campo que habían sembrado los
campesinos el día anterior. Cuando aparecieron los perseguidores y les
preguntaron si habían visto a Elena, ellos contestaron que sí, porque no podían
mentir: que había pasado por allí el día en que ellos estaban sembrando ese
campo. Esto les desconcertó completamente ya que creían estar muy cerca de
ella, y pensaban con razón que el mijo tarda unos cuantos meses en dar su
cosecha.
Naturalmente, no pudieron
encontrarla. Y eso que estuvieron muy cerquita de ella: en la misma entrada de
la gruta. Pero aquella noche, una araña había tejido su tupida tela en la misma
entrada de la cueva con lo que ellos desistieron de entrar. Santa Elena pudo
escapar y más tarde sería coronada Emperatriz.
Las gentes del valle
edificaron una ermita junto a la cueva que le había servido de refugio y al
lado brotó "la Gloriosa ",
fuente de agua intermitente que los tensinos aseguran que tiene propiedades
curativas.
La "Gloriosa"
siempre ha estado rodeada de misterios; es imposible saber cuándo va a manar.
Cuando lo hace su caudal es abundantísimo, más que todas las demás fuentes
intermitentes que se conocen en el valle.
Y cuenta otra leyenda que
un vagabundo de esa comarca peregrinó a Tierra Santa por un voto que tenía
ofrecido al Señor. El viaje fue muy historiado ya que estuvo a punto de caer en
manos de piratas. Pero al cabo de unos meses, con su bastón y su calabaza de
"palmero" pudo llegar a Palestina.
Como todos los
penitentes, también él bañó sus pies en el río Jordán, en el sitio en que la
tradición asegura que fue bautizado Jesús. Pero tuvo la mala suerte de perder
el bastón que había tallado con verdadera ilusión para que le acompañara en su
caminata.
Aunque algo contrariado
por el percance, volvió a España y a Biescas. El viaje le había impresionado
mucho y deseaba dedicarse a Dios. Un día subió a la ermita de Santa Elena para
rezar y allí se quedó de ermitaño.
Pasados unos meses, en
una de las inesperadas apariciones de la "Gloriosa", con el agua que
manaba apareció ante sus ojos atónitos su bastón perdido en el Jordán.
0.013. anonimo (aragon)