Leyenda del pirineo
Si ahora nos impresionan
los desfiladeros que casi indefectiblemente tenemos que atravesar para llegar
a los valles altos de nuestro Pirineo, ¿qué no sería antes de abrir los túneles
y diseñar las carreteras semicolgadas entre sus paredones? Antiguamente, los
caminos de herradura no tenían otro remedio que escalar como Dios les daba a
entender por riscos amenazadores y hacer equilibrios a veces a centenares de
metros de altura sobre las gorgas del río que rebullían hasta el abismo y
rascaban un trozo de pared rocosa para abrirse paso por enmedio. Eso, cuando no
venía riada...
Todos nuestros ríos y
barrancos se conoce que jugaban a ser ingenieros de minas y con paciencia benedictina
iban tajando los roquedales de la montaña y de las sierras en eterna porfía de
fuerzas.
Así lo hizo el Bellós en
el cañón de Añisclo, sin parangón posible en ninguna geografía que no sea la
nuestra (el barranco de Mascún o las gargantas de Escuáin); así el Veral en la
foz de Biniés, y el Escalete, y el Flumen en el Salto de Roldán, y el Ésera en
el Ventamillo y luego en los estrechos de Olvena. Así trabajó el Vero en
Alquézar y el Cinqueta en la
Enclusa y el Subordán en la Boca del Infierno y el Isábena en el congosto de la Croqueta.
Los geólogos tienen sus
explicaciones técnicas. El pueblo las suyas, que son poéticas. Y por eso cada
congosto tiene su leyenda o su historia (vaya usted a saber!) como la del
Guatizalema y el puente del Diablo en el Entremón.
Pero hoy la leyenda nos
lleva al Cinca ("La Cinca
traidora -como dicen por allá arriba- que beyes as piedras y la chen s'afoga"). Y al Congosto de las Devotas que también tiene su historia o su
leyenda, que no siempre están tan claras las fronteras entre la una y la otra,
al menos en mi tierra.
Lo que sí es historia,
seguro, es el Monasterio de Badáin, de monjas benedictinas, a sus orillas. La
magnífica iglesia de Badáin que se conserva intacta es el único resto del
antiguo monasterio que debió abarcar todo el lugar (que por lo demás solamente
cuenta con tres casas) a juzgar por la grandiosidad del templo.
La comunicación normal
que tenían las monjas con el beatorio de Saravillo y el Convento de Santa Cruz,
les hizo abrir un camino atajo junto al Cinca que, en algunos tramos, como en
el Congosto, debía ser particularmente peligroso. Y de ahí que recibiera el
nombre de "el Paso de las Devotas".
Y devotas tenían que ser
las que se arriesgaban a seguir el sendero. No todo el mundo tenía estómago
para hacerlo: un simple traspiés o resbalón era suficiente para despeñarse en
el acantilado y acabar con la vida en el río.
Sin embargo, las
religiosas que habían diseñado su trazado parece que lo recorrían como si tal
cosa. Es más: el trecho que era especialmente peligroso les duraba justo el
rezo del rosario, lo tenían muy bien medido; o si no, cinco salves cantadas. Y
por cierto que lo hacían con toda la fuerza de sus pulmones, de forma que
dominaban el estruendo de la corriente que tenía que conformarse con añadirles
la música de fondo.
Sí. Paso de las Devotas.
La leyenda nos dice que
una mañana de verano, un grupo de siete monjas novicias de Badáin, que aquel
día disfrutaban de vacación, decidieron visitar a la Comuni dad del Convento de
Santa Cruz para pasar juntas la jornada. Como jóvenes que eran y con el alma en
paz de Dios, salieron del monasterio alegres como unas Pascuas.
El rosicler de la
alborada anunciaba un tiempo espléndido. Ni una nube asomaba por el circo de
Pineta que es el que amasa las tormentas estivales. Allá iban, pues, las
religiosass charlando anima-damente. Cuando el sendero se estrechó tuvieron que
caminar una tras otra en fila india y como así era más complicado lo de hablar,
se pusieron a cantar a la Reina
de los Cielos.
Hasta los pájaros se
callaban para escucharlas. Y pasada la dificultad del camino, de nuevo se
pudieron agrupar para charlar y reir todas juntas.
En Saravillo pasaron un
día maravilloso con sus compañeras de vocación y al caer la tarde decidieron
que era el momento de volver a su monasterio. Tanto más cuanto que por la parte
de Parzán asomaba una nubecilla tímidamente, pero que podía anunciar tronada.
Se despidieron del
convento que las había acogido en aquella jornada estupenda y empezaron a
caminar a buen paso. Un vientecillo, más bien calentucho, les advirtió del
peligro. Aún hubo una que propuso tomar el camino más largo pero más seguro,
pero la mayoría se opuso. ¿Para qué renunciar al atajo que tan bien conocían?
Sólo tenían un cuarto de hora de peligro y juntas lo pasarían sin problemas.
Yo no sé si conocéis las
tormentas del Pirineo y más concreta-mente las que "fabrica" Monte
Perdido y que pueden competir con cualquier otra de cualquier parte del mundo.
Cuando menos lo esperas
vienen los nubarrones a velas desplegadas deslizándose desde el fondo de Pineta
por entre la sierra de Espierba y las Sucas. Desafiantes salen otras nubes a su
encuentro desde la Val
de Xistau: son las huestes de Lardana. Para no ser menos, las que Peña
Montañesa tiene preparadas suben por Labuerda para arriba y cuando se juntan
todas entre Bielsa y Salinas parece que se viene abajo el cielo entero.
Las nubes, que antes
parecían de algodón se hacen negras como el hollín y aun en pleno día parece
que asistes a un eclipse de sol. Como si fuera de noche. Sólo los relámpagos
alumbran las montañas y los valles. Los rayos dibujan en el cielo como
esqueletos de árboles en invierno. Los truenos van de un valle a otro y el eco
los va repitiendo una y otra vez apagándose poco a poco en la lejanía para
engancharse con el trueno siguiente. Sería un espectáculo mara-villoso si no
resultase tan estremecedor.
No hay manera de
guarecerse en ningún cobijo del granizo, enorme, como huevos de golondrina, ni
de las centellas que las ves venir, no de arriba sino rastreando el suelo. El
hombre, realmente, se siente así de pequeñico ante las formidables fuerzas de
la naturaleza desatada.
Así fue el final de
aquella tarde verano entre Saravillo y Badáin cuando nuestras novicias,
temblorosas, cogidas de la mano, avanzaban empapadas por el sendero hacia el
congosto de las Devotas. El suelo embarrado era casi intransitable y en los
trozos en que el piso era de piedra parecía que una bruja mala lo había untado
con jabón por lo resbaladizo que se encontraba.
Una chispa que cayó muy
cerca de ellas acabó casi con su moral. Se desasieron y cada una buscó abrigo
por su cuenta en donde pudo. Alguna continuó su camino.
La tormenta duró unos
pocos minutos pero a ellas les pareció una eternidad. Poco a poco los truenos
fueron debilitándose y los relám-pagos se alejaron hacia el valle vecino. Las
novicias, despiertas de su aturdimiento empezaron a buscarse y llamarse unas a
otras. ¡Y qué alegría al encontrarse con otra compañera! ¡Les parecía como si
estuvieran asistiendo a la resurección!
Al cabo de un rato ya
estaban juntas. Pero faltaba una: la hermana Carmen, que no se había reunido
con ellas. La llamaron a gritos. Pero nada. Con el corazón golpeándoles
aceleradamente en el pecho la buscaron por todos los sitios. Ni rastro. ¿Quién
la había visto por última vez? ¿Si habría cruzado ya el Paso de las Devotas?
Una de ellas, la que
mejor conocía el sendero corrió como una exhalación para intentar alcanzarla.
Pero pronto deshizo su camino. Tenía que estar más cerca.
Se temían lo peor. Ya se
estaba haciendo de noche y la hermana Carmen no aparecía por ningún sitio.
Además no iban provistas de ningún tipo de farol para continuar la búsqueda.
Dos de las novicias se
dirigieron a toda prisa a Salinas, el pueblecito más cercano, para pedir ayuda.
Otras dos marcharon hasta el convento de Badáin para dar la noticia de la
tragedia. Pronto se organizaron varios grupos de socorro con luces y cuerdas,
para rastrear la zona palmo a palmo.
Al cabo de algunas horas
de angustiosa búsqueda pudo compro-barse con horror que la desgraciada novicia
se había despeñado en el abismo, precisa-mente en el sitio más peligroso.
Enganchada entre unas zarzas de junto a la senda y al pie del acantilado se
encontró la prueba: un girón desgarrado de su toca. En el sendero, la señal
inconfundible de un resbalón hacia el río. De ella, nada.
Muchos días más tarde,
unos nabateros de Laspuña que andaban por el Cinca encontraron sus restos
aguas abajo.
Pronto las gentes de la
redolada bautizaron la senda que bordea el abismo y el paraje en donde ella
cayó como "La infortunada". Y ese mismo nombre recibió el pequeño
barrio (de tres casas) de enfrente de Badáin.
Muchos años después el
primitivo núcleo creció como verdadero pueblo gracias a la central eléctrica
que en él se construyó. Los moradores de la urbanización decidieron cambiarle
el nombre: no les gustaba lo de la "infortunada" y le pusieron
"Lafortunada" que suena mucho mejor.
Cuando subáis desde
l'Aínsa por la carretera hacia Bielsa y Francia, los letreros seguirán
recordándoos esta leyenda con muchas probabilidades de ser historia. Pasaréis
por el pueblo que ostenta a su entrada el nombre de "Lafortunada". Lo
mejor es detenerse para descansar un poquillo y visitar la espléndida iglesia
de Badáin, resto del antiguo convento.
Y cuando continuéis
vuestro viaje, en el precioso congosto que forma allí el Cinca, con un hermoso
túnel que lo facilita todo, otro letrero os anunciará: "Paso de las
devotas".
0.013. anonimo (aragon)
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