Leyenda del pirineo
Si miramos las cosas y la
vida con candor y con ilusión siempre recomenzada todo lo teñiremos de poesía
y la realidad se nos hará menos prosáica y menos chata y el mundo de los niños,
de las nubes, los pájaros y las leyendas adquirirá una consistencia nueva que
jamás habíamos sospechado. Esto lo digo a propósito de la silueta de Guara.
Miradla bien; la mejor
perspectiva la tenéis desde Siétamo. Gratal, alejándose, ha perdido la morbidez
que tiene vista desde Huesca o Igriés. Sivil se adivina entre brumas, allá a la
derecha. Pero Guara se nos entrega en toda su plenitud. Ahora entornad un poco
los párpados y miradlo con los ojos semicerrados pero abriendo los de la
imaginación. ¿No lo veis? Guara es un gigantón tumbado. Yaciente. Muerto.
Fraginete es la cabeza,
con su nariz afilada por la muerte y que apunta al cielo. El pico de Guara es
el pecho. Tiene las manos cruzadas sobre él, debajo del sudario blanco.
Vallemona, con su cuerpo estirado en el que destaca la tumergencia de las
rodillas en el Cabezón de Guara. Majestuoso ¿verdad?
Pues ahora escuchad la
leyenda tal como a mí me la contaron aquella noche de luna llena y cielo
sereno, cuando el perfil nevado del "hombre grandaz" se recortaba
nítido, claro, contra un firma-mento azulado y sin estrellas.
***
Gabardón tenía dos hijas,
orgullo de su vejez: Gabarda y Gabardiella. Los tres vivían felices en su
palacio de cristal, asomados a la vitalidad del Valle del Ara y de la Guarguera. Allá
abajo los pueblecicos parecían rebaños de corderos pastando por sus prados.
Más lejos, los picos del Pirineo se asomaban al mismo espectáculo y las nubes
blanquísimas eran como pañuelos que se agitaban saludándolos desde la lejanía.
El mundo estaba bien hecho.
Gabarda, la hija mayor,
soñaba con correr mundo y conocer los horizontes infinitos de la tierra baja en
donde ninguna montaña se interpone a la vista hasta donde alcanza la mirada. Y
a esas llanuras de los Monegros quiso marchar y allá fue con la bendición de su
padre. Allí se casó y allí vive feliz en el campo de Grañén. Preside los
inmensos trigales, verdes en primavera, amarillos en verano, salpicados de
amapolas.
Gabardiella, la pequeña y
revoltosa Gabardiella, había salido a su padre. Amaba los riscos y las breñas
de la montaña, las cascadas de los ríos que se despeñan desde lo alto, las
nieves eternas, los ibones y lagos, los bosques impenetrables, las praderías
siempre de color esmeralda. Sí, era montañesa: había salido a su padre.
Un día conoció al altanero
y gallardo Gratal y se enamoró locamente de él. Las boiras de la mañana eran
sus mensajes encendidos que corrían a engancharse entre las rocas de su cima.
Gabardiella se pasaba los días y las noches suspirando. Tanto, que Gabardón
tuvo que notarlo:
-¿Qué te pasa, mi pequeña
Gabardiella?
Ella, ligeramente
ruborosa y entrecortada lanzó un profundo suspiro y confesó:
-Suspiro por un pico
maravilloso.
-Algo de eso estaba yo
imaginando. Y es natural, hija mía, ya no eres una niña. ¿Y quién es ese feliz
caballero que merece tus suspiros?
-Míralo, papá: allí
enfrente está; es Gratal, el más hermoso monte de la Sierra.
-¿Has dicho Gratal? ¡Si
es el más pobretón de todos los picos que se conocen! Todo él es maleza,
carrascales, pedruscones y algún pino escuchimizado: ésos son sus tesoros. No
tiene bosques, no tiene flores, ni siquiera tiene pueblos.
-Me gusta tal y como es y
lo quiero.
-No. Olvídate de él.
Encontraremos otros muchos con mejor fortuna y que valen más la pena. Nunca consentiré
en ese amor tuyo tan loco.
Y nada pudo vencer la
testarudez de Gabardón. Ni siquiera le conmovió la languidez de su hija que
nunca ya volvió a asomarse a la
Guarguera ni al reidor valle del Ara, y menos aún a los
remotos montes que seguían agitando sus pañuelos en la lejanía.
***
Quien no se resignaba era
Gratal. Quería de corazón a Gabardiella y lo intentó todo. Visitó al viejo
Gabardón para explicarle que el amor era más importante que las riquezas, pero
ni le dejó hablar. Lo echó a cajas destempladas. Buscó la intercesión de Sevil,
pero de nada le valió. Por fin se decidió a raptar a Gabardiella. Nada podía
frenar su amor correspondido.
Urdieron juntos sus
planes y en un atardecer tormentoso, cuando todas las montañas se afanaban por
encender sus chispas y fabricar sus truenos, Gabardiella huyó de casa en busca
de Gratal. Es verdad que tenía que atravesar el Guarga, desbordado en terrible
riada, esquivar Aineto y Lastanosa, cruzar el vallón de Nocito... pero la
ilusión era más fuerte y apagaba sus temores. Sabía además, y esto le daba
inusitada fuerza que en aquellos momentos su amado también corría hacia ella.
Y dicen que un pastor
(ellos se enteran de todo) dió la noticia a Gabardón. Pero el pobre viejo, con
sus achaques, ya no estaba para echar a correr detrás de su díscola hija. En
su amargura pidió ayuda al poderoso Guara.
El gigantón amigo acudió.
Su potente vozarrón airado sobresalía entre todos los truenos de la noche. Su
talla descomunal se perdía por encima de las nubes. Su temible clava se blandía
en el aire amenazando despedazar la sierra. Hasta Aneto y Cotiella y Balaitús
lo observaban con mirada torva conteniendo el aliento. Los tozales y cabezos se
acurrucaban como podían ante su paso de zancadas colosales. Toda la tierra
estaba amedrentada, igual que aquella noche en que Pirene, acosada por
Hércules incendió la montaña desde el cabo de Creus hasta el Atlántico.
Eructando amenazas, Guara
se avalanzó implacable sobre los dos amantes que por fin se habían encontrado
y los separó de un manotazo revolcándolos por tierra. Con un tajo de su clava
partió en dos la montaña de roca y el Flumen comenzó a correr por la Foz de Salto de Roldán recién
nacido, entre las peñas de Man y de San Miguel.
Gratal y Gabardiella, los
encendidos amantes, quedaron separa-dos para siempre, condenados a mirarse
eternamente cara a cara sin poder ya juntarse jamás.
Pero Gabardiella seguía
enamorada de Gratal, llorando todas las tardes un amor imposible: las fuentecillas
del Guatizalema son precisamente las lágrimas de Gabardiella.
Era mucho pedir que el
orgulloso Gratal se resignase ante el injusto castigo de Gabardón y menos aún
al abuso del gigante Guara.
Al principio rumiaba su
dolor en silencio. Más tarde, el dolor de la separación definitiva,
irremediable, cedió paso al rencor y el rencor al odio más enconado y al anhelo
de venganza. Era más pequeño que Guara y se sabía menos fuerte, pero siempre
había sido luchador.
Y una noche, cuando el
coloso de la sierra descansaba se acercó a él sigilosamente y le asestó un
golpe mortal clavándole el picacho en sus entrañas que saltaron salpicando la
montaña ladera abajo y formando las Pedreras.
Los aullidos lastimeros
de Guara fueron inútiles. Tras un estertor terrible que hizo temblar todo el
Pirineo, Guara quedó definitivamente tumbado. Yacente. Muerto.
Cuando pases por la
carretera que va de Huesca a Barbastro, en cualquier tramo desde el Estrecho
Quinto hasta Angüés, detente un momento y verás al hombre grandizo muerto. Y
revivirás nuestra prehistoria, cuando los dioses eran montañas, cuando las
montañas vivían pasiones humanas y susurraban canciones y venganzas y esta
corteza áspera de nuestro Aragón se te hará leyenda en el alma.
0.013. anonimo (aragon)
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