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sábado, 15 de septiembre de 2012

La sombra de atxular

Leyenda del pirineo

Sin duda que habéis oído hablar de Zugarramurdi, el pueblecico pirenaico del valle del Baztán en Navarra. Fueron famosas sus cuevas porque en ellas tuvieron lugar los más famosos aquelarres de la brujería del Pirineo y hasta hubo varios procesos contra las brujas que allí se reunían y actuaban. Pero las leyendas nos cuentan más cosas sobre Zugarramurdi.
Una de ellas que quiero contaros está relacionada con un famoso sacerdote y escritor navarro que vivió entre los siglos XVI y XVII y fue párroco del puebleci­llo de Sara. Se llamaba Atxular.
Dice esta leyenda que el diablo Etsai organizó un curso de brujería y curanderismo, precisamente en una cueva de Zugarramurdi. Debieron acudir bastantes apren­dices de brujos. Nos han llegado algunos nombres: don Juan, Ondarrabio, Arruit, el Atxular de nuestra historia y otros más. El precio que ponía el catedrático sería que uno de los discípulos entregaría su alma al demonio.
Se echaron suertes y precisamente le tocó ser víctima a un hermano de Atxular que tuvo compasión de su hermano y pensando que él se arreglaría mejor para escapar de las garras de Etsai se ofreció a entregar él su alma en vez de su hermano. El diablo aceptó ya que le parecía más aprovechable por su inteligencia.
Pero le impuso un trabajo interminable: tenía que trasvasar toda el agua de un estanque grandísimo con una caldera cuyo fondo era una criba. Ni qué decir tiene que cada vez que pozaleaba con la caldera se le escurría toda y solamente conseguía sacar algunas gotas. No terminaría nunca.
Además, estaba obligado a contestar "aquí estoy" (emen nago), cada vez que el diablo desde otra estancia le preguntaba "Atxular, nun haiz?" (Atxular, ¿dónde estás?) cosa que hacía a cada momento.
Atxular estudió su situación y como en principio lo más importante era escapar del control del diablo se entretuvo unos días en enseñarle a hablar a la boina. Como era muy habilidoso no le resultó difícil que aprendiese a contestar "aquí estoy" cada vez que Etsai le preguntaba a su dueño.
Un día, en un descuido del diablo que en aquel momento se encontraba en otra habitación de la cueva, se dirigió presuroso a la salida y pudo evadirse corrien­do, justo en el momento en que se acercaba Etsai que al verlo en el umbral le lanzó un garfio de hierro. Pero era tarde: sólo alcanzó el talón y la sombra de su prisionero porque era lo único que en aquel instante estaba todavía en su jurisdicción.
Atxular, pues, pudo huir, aunque, eso sí, sin el talón izquierdo y sin su sombra. Pero ya era libre. Y por el miedo que había pasado sirviendo al diablo decidió dedicarse al servicio de Dios y se marchó al seminario. Cuando salió de él, ordenado de sacerdote, le destinaron a la parroquia de Sara, como ya hemos dicho.
El diablo se sentía desgraciado por haber perdido el control de su antiguo servidor. Le parecía poco tener sólo el talón y la sombra del cura y se las ingenió como él sólo sabe para tenderle una trampa. La ocasión le llegó ni pintiparada, al cabo de algunas semanas:
Un día vio a un aldeano que muy desasosegado parecía buscar algo por cerca de las cuevas de Zugarra­murdi. Se hizo el encontra-dizo con él. Para eso se disfrazó primero de caballero y se acercó a él con un paquete en la mano:
-Pareces muy preocupado. ¿Es que se te ha per­dido algo?
-Sí, señor: no puedo encontrar mis vacas por ningún sitio.
Yo te indicaré dónde están tus vacas para que puedas recuperar-las, pero a cambio tendrás que hacerme un favor.
-Sí, señor. Me gusta hacer favores siempre que puedo y lo haré muy gustoso. Y tanto más si vuelvo a encontrar mis vacas.
-Pues, mira, es muy sencillo. No tienes más que llevar este paquete que tengo aquí al cura de Sara.
El se lo prometió. Cogió el paquete que le entrega­ba y al momento encontró las vacas extraviadas. La verdad es que se quedó muy impresionado y hasta pensó si sería cosa del diablo, pero ¿cómo iba a ser algo malo si andaba un cura por medio?
Se dirigió, pues, a Sara. El párroco le preguntó de parte de quién venía y él le explicó el encuentro con el caballero, la conversación que había tenido, lo de las vacas, en fin todas las circunstancias.
Atxular, que era muy largo, algo debió olerse cuando abrió el paquete. En él había una caja con un obsequio: unos ceñidores rojos de seda de los que usaban antiguamente los campesinos. Entonces le dijo al aldeano que cogiese los ceñidores de la caja y que los enrollase alrededor de un árbol que allí había. El hombre lo hizo, pero mada más atarlos el árbol se partió de cuajo y se vino al suelo. De esta manera pudo escapar el cura de las malas artes del diablo.
Atxular tenía poder, como antiguamente casi todos los curas, para exconjurar las tormentas. Cuando se presentaba una tronada ellos iban al "exconjuradero" y con un libro en latín que tenían y el hisopo con agua bendita las hacían desaparecer sin que apedreasen en el lugar. Pero él empleaba además artes mágicas.
Por ejemplo, un día que estaba el cielo calmizo le dijo al ama:
-En cuanto veas que asoma una nube por Larru­ne, me avisas.
Luego apareció una nubecilla insignificante sobre aquella montaña y el ama acudió corriendo a comunicár­selo al cura. El marchó al llano de Buluntegui, pero con las prisas se había olvidado coger el libro y el agua bendita. Cuando llegaba allí ya estaba encima la tormen­ta y empezaba a granizar. Entonces Atxular sacudió fuerte un pierna y lanzó al aire su zapato. Este desapa­reció, pero también la tormenta escapó y el pedrisco no cayó en los trigales de Sara.
Iban pasando los años. Atxular se iba haciendo viejo y quería hacerlo en la paz de Dios. Tenía pánico de morir sin su sombra porque su alma podía estar en ella, y la sombra seguía en poder de Etsai.
Unicamente cuando celebraba la santa misa, en el momento de la Consagración le volvía la sombra. Era solamente un momento, porque luego, terminada la consagración volvía a desaparecer. Por eso el pobre cura deseaba morir en ese momento. Una mañana, cuando se disponía a celebrar le dijo al sacristán:
-Mira: cuando esté diciendo misa, en el instante de la consagra-ción, mátame.
-¿Cómo ha pensado que puedo hacerle eso, se­ñor?
-Tienes que hacerlo, pues únicamente así puedo salvarme.
-Yo no puedo hacerlo, señor cura. Busque otro para eso.
-Mátame, por favor; de lo contrario nunca podré entrar en la gloria eterna.
-Bueno, si es así, lo mataré.
Sin embargo el sacristán no tuvo valor para matar­lo ni el primer día ni el siguiente. Al final, ante los ruegos insistentes de Atxular, durante la consagración del tercer día, lo mató. Y de esta manera el cura de Sara pudo salvar su alma que había pertenecido al diablo.
Una vez muerto se vio que le habían sido devueltos su talón y su sombra.

0.128. anonimo (navarra)

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