Leyenda del pirineo
Sin duda que habéis oído
hablar de Zugarramurdi, el pueblecico pirenaico del valle del Baztán en
Navarra. Fueron famosas sus cuevas porque en ellas tuvieron lugar los más
famosos aquelarres de la brujería del Pirineo y hasta hubo varios procesos
contra las brujas que allí se reunían y actuaban. Pero las leyendas nos cuentan
más cosas sobre Zugarramurdi.
Una de ellas que quiero
contaros está relacionada con un famoso sacerdote y escritor navarro que vivió
entre los siglos XVI y XVII y fue párroco del pueblecillo de Sara. Se llamaba
Atxular.
Dice esta leyenda que el
diablo Etsai organizó un curso de brujería y curanderismo, precisamente en una
cueva de Zugarramurdi. Debieron acudir bastantes aprendices de brujos. Nos han
llegado algunos nombres: don Juan, Ondarrabio, Arruit, el Atxular de nuestra
historia y otros más. El precio que ponía el catedrático sería que uno de los
discípulos entregaría su alma al demonio.
Se echaron suertes y
precisamente le tocó ser víctima a un hermano de Atxular que tuvo compasión de
su hermano y pensando que él se arreglaría mejor para escapar de las garras de
Etsai se ofreció a entregar él su alma en vez de su hermano. El diablo aceptó
ya que le parecía más aprovechable por su inteligencia.
Pero le impuso un trabajo
interminable: tenía que trasvasar toda el agua de un estanque grandísimo con
una caldera cuyo fondo era una criba. Ni qué decir tiene que cada vez que
pozaleaba con la caldera se le escurría toda y solamente conseguía sacar
algunas gotas. No terminaría nunca.
Además, estaba obligado a
contestar "aquí estoy" (emen nago), cada vez que el diablo desde otra
estancia le preguntaba "Atxular, nun haiz?" (Atxular, ¿dónde estás?)
cosa que hacía a cada momento.
Atxular estudió su
situación y como en principio lo más importante era escapar del control del
diablo se entretuvo unos días en enseñarle a hablar a la boina. Como era muy
habilidoso no le resultó difícil que aprendiese a contestar "aquí
estoy" cada vez que Etsai le preguntaba a su dueño.
Un día, en un descuido
del diablo que en aquel momento se encontraba en otra habitación de la cueva,
se dirigió presuroso a la salida y pudo evadirse corriendo, justo en el
momento en que se acercaba Etsai que al verlo en el umbral le lanzó un garfio
de hierro. Pero era tarde: sólo alcanzó el talón y la sombra de su prisionero
porque era lo único que en aquel instante estaba todavía en su jurisdicción.
Atxular, pues, pudo huir,
aunque, eso sí, sin el talón izquierdo y sin su sombra. Pero ya era libre. Y
por el miedo que había pasado sirviendo al diablo decidió dedicarse al servicio
de Dios y se marchó al seminario. Cuando salió de él, ordenado de sacerdote, le
destinaron a la parroquia de Sara, como ya hemos dicho.
El diablo se sentía
desgraciado por haber perdido el control de su antiguo servidor. Le parecía
poco tener sólo el talón y la sombra del cura y se las ingenió como él sólo
sabe para tenderle una trampa. La ocasión le llegó ni pintiparada, al cabo de
algunas semanas:
Un día vio a un aldeano
que muy desasosegado parecía buscar algo por cerca de las cuevas de Zugarramurdi.
Se hizo el encontra-dizo con él. Para eso se disfrazó primero de caballero y se
acercó a él con un paquete en la mano:
-Pareces muy preocupado.
¿Es que se te ha perdido algo?
-Sí, señor: no puedo
encontrar mis vacas por ningún sitio.
Yo te indicaré dónde
están tus vacas para que puedas recuperar-las, pero a cambio tendrás que
hacerme un favor.
-Sí, señor. Me gusta
hacer favores siempre que puedo y lo haré muy gustoso. Y tanto más si vuelvo a
encontrar mis vacas.
-Pues, mira, es muy
sencillo. No tienes más que llevar este paquete que tengo aquí al cura de Sara.
El se lo prometió. Cogió
el paquete que le entregaba y al momento encontró las vacas extraviadas. La
verdad es que se quedó muy impresionado y hasta pensó si sería cosa del diablo,
pero ¿cómo iba a ser algo malo si andaba un cura por medio?
Se dirigió, pues, a Sara.
El párroco le preguntó de parte de quién venía y él le explicó el encuentro con
el caballero, la conversación que había tenido, lo de las vacas, en fin todas
las circunstancias.
Atxular, que era muy
largo, algo debió olerse cuando abrió el paquete. En él había una caja con un
obsequio: unos ceñidores rojos de seda de los que usaban antiguamente los
campesinos. Entonces le dijo al aldeano que cogiese los ceñidores de la caja y
que los enrollase alrededor de un árbol que allí había. El hombre lo hizo, pero
mada más atarlos el árbol se partió de cuajo y se vino al suelo. De esta manera
pudo escapar el cura de las malas artes del diablo.
Atxular tenía poder, como
antiguamente casi todos los curas, para exconjurar las tormentas. Cuando se
presentaba una tronada ellos iban al "exconjuradero" y con un libro
en latín que tenían y el hisopo con agua bendita las hacían desaparecer sin que
apedreasen en el lugar. Pero él empleaba además artes mágicas.
Por ejemplo, un día que
estaba el cielo calmizo le dijo al ama:
-En cuanto veas que asoma
una nube por Larrune, me avisas.
Luego apareció una
nubecilla insignificante sobre aquella montaña y el ama acudió corriendo a
comunicárselo al cura. El marchó al llano de Buluntegui, pero con las prisas
se había olvidado coger el libro y el agua bendita. Cuando llegaba allí ya
estaba encima la tormenta y empezaba a granizar. Entonces Atxular sacudió
fuerte un pierna y lanzó al aire su zapato. Este desapareció, pero también la
tormenta escapó y el pedrisco no cayó en los trigales de Sara.
Iban pasando los años.
Atxular se iba haciendo viejo y quería hacerlo en la paz de Dios. Tenía pánico
de morir sin su sombra porque su alma podía estar en ella, y la sombra seguía
en poder de Etsai.
Unicamente cuando
celebraba la santa misa, en el momento de la Consagración le
volvía la sombra. Era solamente un momento, porque luego, terminada la
consagración volvía a desaparecer. Por eso el pobre cura deseaba morir en ese
momento. Una mañana, cuando se disponía a celebrar le dijo al sacristán:
-Mira: cuando esté
diciendo misa, en el instante de la consagra-ción, mátame.
-¿Cómo ha pensado que
puedo hacerle eso, señor?
-Tienes que hacerlo, pues
únicamente así puedo salvarme.
-Yo no puedo hacerlo,
señor cura. Busque otro para eso.
-Mátame, por favor; de lo
contrario nunca podré entrar en la gloria eterna.
-Bueno, si es así, lo
mataré.
Sin embargo el sacristán
no tuvo valor para matarlo ni el primer día ni el siguiente. Al final, ante
los ruegos insistentes de Atxular, durante la consagración del tercer día, lo
mató. Y de esta manera el cura de Sara pudo salvar su alma que había pertenecido
al diablo.
Una vez muerto se vio que
le habían sido devueltos su talón y su sombra.
0.128. anonimo (navarra)
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