Leyenda del pirineo [1]
Ya no existe el dolmen
que señalaba el paraje en el precioso rincón del Pirineo catalán cerca de los
lagos de Carancá. Como tantos y tantos megalitos fueron arrasados por las
gentes que buscaban nada menos que tesoros. La obsesión por los tesoros
escondidos es constante en todo el Pirineo desde el Bidasoa hasta el cabo de
Creus.
Unas veces son cabras de
oro, otras, toros de oro, otras, en fin, montones de monedas de plata y oro que
encubren otras piezas engastadas con piedras preciosas. La imaginación popular
siempre ha estado dispuesta a creer en tales hallazgos. Cuando las gentes de
los pueblos descubren algún estudioso excavando restos arqueológicos piensan
que lo que busca es un tesoro y por esa razón se han destruído tantos y tantos
yacimientos prehistóricos.
Cerca del dolmen que
decimos y que ya desapareció está el paraje que todavía hoy siguen llamando
"la Fosa
del Gigante" porque se pensaba que allí estaba enterrado el moro gigantón
Ferragut y, por supuesto, con sus tesoros.
La leyenda dice que
Ferragut era el jefe que capitaneaba a los sarracenos que invadieron Cataluña
por los Pirineos. Debía ser muy fuerte porque la tradición le adjudicó el
título de gigante. Los cristianos que se oponían a la invasión estaban al mando
del caballero Rotlá.
Los dos caudillos
adversarios debían tener mucho sentido común y con objeto de ahorrar la sangre
de sus pueblos en una lucha que tenía que ser terrible y acabar en el
exterminio de mucha gente, tomaron una decisión que ojalá se adoptase siempre
en las guerras de pueblos contra pueblos: luchar los dos entre sí y decidir de
este modo cuál era el ejército vencedor. El que quedase derrotado dejaría el
campo libre a sus contrincantes.
Se dice que Rotlá y Ferragut
se enzarzaron en una pelea a brazo partido que duró nada menos que seis días.
Pero era una lucha noble, ya que nobles eran los dos caballeros. En cuanto se
hacía de noche dejaban de pelear y con toda normalidad se preparaban la cena
por turno, uno cada día. Luego cenaban juntos charlando de cosas indiferentes y
despues dormían también juntos como si fueran dos buenos camaradas. A la mañana
siguiente se reanudaba el combate.
Rotlá era hercúleo.
Parecía como forjado en hierro y además era invulnerable como él. En vano
golpeabas su cuerpo en el que parecían rebotar las espadas sin hacerle mella.
Pero tenía un punto débil, al igual que Aquiles: los pies.
Las plantas de sus pies
eran tiernas como hechas de mantequilla y por lo tanto sumamente débiles, de
forma que le hubiera bastado con pisar una piedrecita pequeña para quedar
herido, lo suficiente como para desangrarse por la herida y quedar derrotado.
Claro que, como conocía
su punto vulnerable se había preocupado por poner el remedio y para eso se calzaba
con unas botas que le habían fabricado exclusivamente para él, que tenían
siete suelas de hierro y jamás se descalzaba ni de día ni de noche por nada del
mundo. Por si faltaba poco, siempre dormía de pie para que nadie intentase
hacer nada en sus botas.
También Ferragut era
invulnerable y no existía arma alguna capaz de hacerle daño en toda su
anatomía. Aunque igualmente tenía un punto débil en donde se le podía lastimar,
que era la parte baja del vientre. Y como también conocía este fallo se
protegía con una piedra plana a modo de blindaje que llevaba atada con disimulo
al vientre.
Una noche, cuando los dos
caudillos se disponían a dormir, al desnudarse el moro, Rotlá observó que le
asomaba un trozo de piedra por debajo de los calzones. Dándole vueltas a la
cabeza al asunto dedujo que tenía que ser una protección y aprovechando que su
enemigo tenía el sueño muy profundo y que nada había que le despertase, le robó
la piedra protectora, salió de la habitación y la tiró a cien leguas de
distancia.
A la mañana siguiente, al
vestirse el otro, buscó inútilmente la piedra desaparecida pero no la
encontró. No dijo nada para no alertar al cristiano.
Pero ya estaba decidida
la victoria. Cuando, después de desa-yunar, comenzaron la lucha y Ferragut
abrazó a su contrincante para derribarlo y terminar pronto la contienda, Rotlá
se agachó, embistió a su rival y le asestó un cabezazo terrible en el bajo
vientre que dio con el otro en tierra y poco después murió. Los cristianos
quedaban de amos del Pirineo.
Rotlá tomó el cuerpo del
moro vencido y lo enterró en el dolmen que hemos dicho.
Pero no busquéis el
dolmen. Ya hemos dicho que no existe.
Un buen día, hace ya
mucho tiempo se presentó un francés por el contorno preguntando por el paraje
de la "Fosa del Gigante". Tenía interés por conocerlo. Un pastor que
por allí estaba pastando su ganado lo condujo hasta el lugar que buscaba.
Cuando llegaron al
monumento prehistórico, el extranjero sacó de su alforja un libro viejo escrito
con caracteres muy extraños, encendió un quinqué provisto de tres mechas que
daba una luz verdosa y comenzó a leer en el libro mágico.
El pastor no comprendía
nada de lo que el otro decía y menos todavía la razón de aquel misterioso rito.
Pero llegado a un punto de la lectura la piedra más gorda se abrió en dos por
en medio, como si fuese un portalón que daba entrada a un pasadizo. Se
deslizaron los dos por él y llegaron a una pequeña cueva. Allí, a la derecha,
en un rincón, había unos montones de lentejas.
El francés le dijo al
pastor que cogiera unas cuantas para su chavalito y el pastor se echó un
puñadito pequeño al macuto sin mucha ilusión. Siguieron pasillo adelante hasta
que toparon con otra piedra que hicieron abrir igual que la primera y que iba a
parar a otra cueva en la que se veían montones de alubias. De nuevo indicó el
extranjero al pastor que cogiera las que quisiese y el otro se echó al zurrón
un puñadico más pequeño que el de lentejas, pensando que no le iban a sacar de
ningún apuro y no queriendo, además, cargarse con un peso inútil.
Todavía partió el
forastero una tercera piedra, igual que había hecho con las anteriores y de
nuevo encontraron una covacha, esta vez con habas. Otra vez el extraño le dijo
a su acompañante que cogiera las que quisiese y otra vez éste cogió unas cuantas,
menos que nunca. Salieron de la "fosa" y las paredes se volvieron a
cerrar. Con esto el forastero se despidió del pastor, después de darle un duro
por haberle acompañado, y siguió su camino.
Pero ¿cuál no sería la
sorpresa del pastor cuando al día siguiente vació el zurrón para darle las
legumbres a su hijo? Sin saber cómo, los guisantes se le habían convertido en
monedas de cobre, las judías en monedas de plata y las habas en oro.
Marchó presuroso hacia la Fosa del Gigante, pero las
piedras estaban como siempre. Intentó abrirlas con todas sus fuerzas pero no lo
consiguió. Se maldecía a sí mismo por no haber cogido mayor cantidad de legumbres,
sobre todo habas y judías, porque ahora sería riquísimo. Como no pudo hacer
nada por entrar en las cuevas se bajó al pueblo y contó a sus familiares y
amigos lo sucedido y les mostró las monedas como señal de que decía la verdad.
En seguida un grupo
grande de gente se dirigió hacia el dolmen con picos y palas y trabajaron como
negros para deshacerlo. Pero cuando al fin lo consiguieron, no encontraron
nada. En la parte inferior de la piedra más gorda en la que esperaban encontrar
los montones de habas, al darle la vuelta encontraron una inscripción grabada
que decía:
"Hacía años que estaba acostada en esta postura
¡gracias a Dios que me habéis dado vuelta!"
0.103. anonimo (cataluña)
[1] Leyenda recogida por Joan Amades "La fossa del gegant" en
"Les millores llegendes populars". Barcelona, 1983. Traducción y
adaptación del autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario