Leyenda del pirineo
Al igual que nuestra
fabla y nuestras tradiciones más ancestrales, también la mitología aragonesa
parece que se ha refugiado entre los escondrijos del Pirineo. Allí es preciso
acudir en busca de nuestras esencias y de nuestro pasado.
Allí se conservaban de
padres a hijos hasta que la televisión rompió el hechizo de las largas veladas
de invierno que reunían a la mor de la lumbre a abuelos y críos y aquellos
escanciaban en las almas curiosas de sus nietos todo lo que ellos, a su vez,
habrían de transmitir a los suyos. Pero la televisión astilló las cadieras y
apagó para siempre el calibo.
Pero quedan todavía las
purnetas para reconstruir nuestra mitología. Yo no sé si es que los bosques y
las montañas, las grutas y las cumbres, las nieves y los cierzos crean el caldo
de cultivo adecuado a la leyenda o si el contagio de la mitología latina que
humanizaba y multiplicaba dioses ayudó a crear el mito.
La montaña, imponente,
recorta su blancura contra el cielo azul.
Miras a lo alto y sigues
caminando. Y a cada instante la perspectiva te cambia la figura. Aquel picacho
que antes parecía la quilla de un velero solitario es ahora una pirámide
gigantesca; luego, el perfil inmaculado de una diosa, mientras sus compañeros
de decoración han convertido sus gestos serenos en rictus avasalladores de
dolor.
Por eso no es extrañar
que los montañeses hayan encontrado siempre en todas sus montañas y heleros y
rocas y lagos, la personificación más absoluta de lo humano, prestándoles a
todos sus sentimientos y pasiones de hombres y mujeres.
La leyenda, que en tantas
culturas ha servido para difuminar la historia de los pueblos o la ha
interpretado, es aquí leyenda pura que nos sirve, no para descifrar la
naturaleza, sino para descubrir el alma poética de sus hombres.
Es el caso de la leyenda
de Formigal.
Formigal en aragonés
significa "hormiguero", como todo el mundo sabe. No obstante, cuando
uno visita ese precioso paraje tensino, ya famoso en el mundo del esquí, queda
sorprendido por la ausencia de hormigas. Sobre todo, de hormigas blancas que en
tiempos antiquísimos, por lo visto, abundaban allí.
Y entre Formigal y
Sallent de Gállego destaca una de las peñas más emblemáticas de nuestro Pirineo.
Su silueta, con una doble punta a manera de bonete, se refleja ahora en el lago
artificial de Lanuza porque le gusta repetirse ya que es única. La llaman
"La Peña Fo ratata"
y los que la han escalado aseguran que está casi hueca. Una boca, en su cima,
parece la entrada del mundo del más allá: un volcán que nunca ha tenido
erupción: la puerta del centro de la tierra.
Todos estos datos han
forjado la leyenda.
El anciano que me la
contaba hablaba con voz bajita y susurrante, como soñadora; y la vivía de tal
modo que daría yo algo por reproducir exactamente sus palabras, ya que no sus
gestos:
Anayet y Arafita eran tal
vez los dioses más pobres de la montaña. Les habían despojado de sus pinares y
abetales. En sus umbrías ya no se encontraban ni siquiera fresas o chordones.
Hasta sus ganados escaseaban. Tampoco acudían ya los sarrios que no encontraban
en ellas nada para comer. Sus senderos se habían convertido en pasos de
contrabandistas.
Anayet y Arafita eran
pobres pero trabajadores y honrados. Poco les importaba que los otros
dioses-montañas los despreciasen porque ellos, en su pobreza, eran felices. Es
más: tenían un tesoro que por nada del mundo cambiarían: una hija preciosa -la
diosa Culibilla - a la que el cielo había adornado con todas las gracias
imaginables entre las que destacaban sin duda el candor y la hermosura. Nada
quería saber nunca de las pretensiones de todos los otros dioses pirenaicos.
Sus mejores afectos eran,
sencillamente, hacia los corderillos que competían en blancura con los inmensos
heleros y glaciares que rompían el verdor de sus montañas. Y más aún amaba a
las humildes y trabajadoras hormigas blancas que durante el verano continuaban
blanqueando la montaña, hasta el punto que Culibilla la bautizó con el nombre
de Formigal.
La bucólica paz se acabó
el día en que Balaitús se enamoró ardientemente de Culibilla.
Balaitús era el reverso
de la medalla: fuerte, poderoso, temido de todos. Ningún obstáculo se oponía jamás
a sus deseos. El amasaba las terribles tormentas del Pirineo y forjaba los
rayos capaces de destruir todo lo que a él se le antojara. Violento como
ninguno, cuando se enfadaba y hacía correr sus carros por encima de las nubes,
se extremecían hasta los cimientos de las montañas.
¿Cómo iba a ser Culibilla
feliz con ese dios? Naturalmente, lo rechazó igual que a los demás que la
habían pretendido. En mal momento para ella porque el desairado Balaitús, que
era la primera vez que no colmaba sus deseos, juró raptarla. Anayet y Arafita
temían sus furores pero ¿Qué podían hacer los pobres para defender a su hija?
En tres zancadas dicen
que se presentó Balaitús ante Culibilla, decidido a cumplir sus propósitos. Las
montañas todas estaban atónitas, sin atreverse a defender a la hermosa y
desgraciada diosa. Balaitús era el Zeus de aquel Olimpo Pirenaico. Y dice la
leyenda que entonces Culibilla, al verse perdida, gritó:
-¡A mí las hormigas!
A millares acudieron de
todos los sitios las hormigas blancas que empezaron a cubrir a Culibilla ante
los ojos de Balaitús que, horrorizado, emprendió la huída.
Culibilla, en el colmo de
la amistad y el agradecimiento, se clavó un puñal en el pecho para guardar
dentro, junto a su corazón, todas las hormigas: es el forau de Peña Foratata.
Y cuentan que los que
suben al forau de la Peña ,
pueden oir claramente los latidos de Culibilla, la diosa agradecida.
Y aseguran también que en
Formigal, desde entonces, ya no hay hormigas blancas: todas las tiene ella.
0.013. anonimo (aragon)
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