Leyenda del pirineo
Que las brujas pueden
convertirse en gatos (especialmente en gatos negros) nadie lo ignora. Nuestros
pueblos están llenos de historias y cuentos de gatos y brujas entremezclados.
Pero tembién pueden hacerse lobos. En Centroeuropa fue el caso más frecuente de
épocas pasadas y de ahí viene el nombre de "licantropía" y
"licántropo" que significa hombre lobo pero que se aplica a todos los
casos de conversión de hombres en cualquier animal o de un animal en hombre.
Sin embargo tenemos en el
Pirineo una historia bastante reciente que hace referencia a otra transformación
más extraña, ya que no se trata de ningún animal diabólico.
Empezamos por el
principio.
Tres mozos amigos del
pueblecillo de Aísa en el Campo de Jaca salieron a cazar un domingo por la
mañana. Daban vueltas y vueltas pero no veían ninguna presa sobre la que
disparar. Andando, andando, se metieron en el monte de Borau que linda con su
pueblo. Se pararon a descansar un rato cuando en éstas que ven entre unas matas
unas ropas como escondidas. Se trataba de vestidos de mujer. ¿Qué pintarían
allí esos vestidos?
Uno de los jóvenes creyó
adivinarlo:
-Seguro que se trata de
alguna bruja que se ha convertido en lobo o en gato y ha dejado aquí su ropa...
-Pronto lo sabremos -dijo
otro. -Mi madre, esta mañana al salir de misa me ha dado su rosario para que se
lo guardara y lo tengo aquí. Si lo ponemos en la ropa, la bruja no se atreverá
a tocarla.
Y diciendo esto, sacó,
efectivamente del bolsillo un rosario y lo depositó encima de las prendas, sin
cambiarlas para nada. Luego se escondieron por allí cerca los tres para esperar
acontencimientos. Pasó más de una hora sin que sucediera nada. Ellos esperaban
en silencio. Y de pronto, que se presenta en el lugar una liebre.
Uno de los mozos agarró
inmediatamente su escopeta y ya se disponía a apuntar el arma, cuando otro
compañero le sujetó del brazo, impidiéndoselo y se llevó el dedo índice a los
labios pidiéndole silencio. La liebre no se había percatado de su presencia y
se acercaba paso a paso hacia ellos.
Al llegar a la ropa debió
quedar desconcertada. La miró atentamente y empezó a dar vueltas alrededor de
ella, sin tocarla. Luego empezó a mirar hacia todos los lados hasta que
descubrió a los muchachos.
Ellos quedaron pasmados
cuando vieron que, lejos de huir, se les aproximaba más y luego, con una voz
extrañísima, pero claramente humana, les pidió:
Quitad "eso" de
encima de la ropa, que no me puedo vestir.
El muchacho que parecía
más enterado de las cosas de brujería le contestó:
-Sí, lo quitaremos. Pero
antes tienes que decirnos de dónde vienes y qué mal has hecho.
-Vengo de Borau de casa
Tal, porque le tenía que dar el mal de ojo a un niñer que tienen.
-Pues vuelve a Borau, a
esa casa, y quítale el mal al niñer y nosotros quitaremos el rosario.
La bruja no se lo hizo
repetir dos veces y desapareció a todo correr.
Como el pueblo no estaba
demasiado lejos y uno de ellos era buen andador, marchó corriendo tras la
liebre a comprobar los hechos. Conocía a la familia que había dicho la bruja y
se dirigió directamente a su casa.
-Buenos días, señora
Felisa. ¿Qué tal están todos? Nada, que pasaba por aquí y se me ha ocurrido
parar a saludarles.
-Gracias, hijo mío. Todos
estamos bien, ¿y vosotros? ... Bueno, al nene esta mañana de repente se le ha
puesto una fiebre muy alta, sin saber por qué. Y no se la podíamos quitar ni
con pañuelos mojados con colonia en la frente. Pero, de pronto, hace un ratico,
igual que le ha venido la calentura se le ha marchado. Ya está jugando otra vez
tan campante. Pero, pasa y tomarás un traguico de vino.
-No, señora, no: que me
están esperando unos amigos en Sandianar. Con que, nada. ¡A plantar fuerte!
-¡Gracias, hijo, que vaya
bueno!
El mozo volvió corriendo
a donde sus compañeros. La liebre estaba ya esperando agazapada. El contó todo
y se decidieron a quitar el rosario. La liebre se convirtió en una vieja que
ellos no conocían. Se vistió y desapareció por el bosque.
La verdad es que tuvo más
suerte que otra bruja de otro pueblo de la montaña que se convirtió en cabra
pero todo el mundo se dio cuenta porque se le olvidó quitarse los pendientes y
a la pobre la persiguieron y hasta un zagal, bastante bruto, le cortó una
oreja.
Desde aquel día, otra
abuelica que llevaba fama de bruja en el pueblo se puso un pañuelo en la cabeza
tapándose las orejas y nunca la vieron sin él.
0.013. anonimo (aragon)
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