Leyenda del monasterio de
piedra
-Desengáñese, hermano
Rafael; nuestro reverendo padre (hablando con el debido respeto) ha hecho mal
en poner al converso Matías al cuidado de los enfermos. Es, sin duda, entre
todos el más infeliz de esta santa casa.
-Le ha negado Dios la
inteligencia, es verdad, pero le tengo por muy bueno, padre Policarpo.
-No quisiera ofenderle,
pero siempre que le veo exclamó interiormente: Andas "en dos pies por la
misericordia de Dios".
-Más caridad con los
pobres de espíritu; no olvide que de los pobres de espíritu es el reino de los
cielos.
Acertó a pasar cerca de
los interlocutores el converso Matías, con los ojos fijos en el suelo y andando
muy despacio, como absorto en sus meditaciones.
-¿En qué estará pensando
el lego? -le preguntó el padre Policarpo; y aquél ni siquiera levantó la
cabeza.
-¿Pobre necio, es sordo o
mal criado? ¿No oye lo que le pregunto? -prosiguió, levantando la voz.
-Perdone, padre -repuso
el lego, no le había visto.
-¿No tiene ojos?
-No le había oído.
-¡En qué iría pensando!
-Padre -contestó el lego
humildemente, en nada.
-Necesario es que se
despierte en el oficio que el reverendo padre abad le ha señalado; si no,
¡pobres enfermos!
-Dios suplirá en su
infinita misericordia las faltas en que, sin quererlo, incurra este pobre
lego.
Quedáronse solos los dos
padres, y cuando el converso Matías no podía oir sus palabras dijo el padre
Rafael al padre Policarpo.
-La contestación del lego
no es de un ignorante ni mucho menos.
El padre Policarpo
encogióse de hombros demostrando que no quedaba convencido.
Al mismo tiempo que tenía
lugar la sencilla escena que acabamos de describir, el padre abad y su
compañero el P. Antonio, ambos doctos y ejemplares varones, hablaban del lego
Matías:
-Vuestra reverencia,
decía el P. Antonio, ha obrado con discretísimo acuerdo colocando en la
enfermería a ese lego, a quien me parece que mira con especial predilección
nuestra Safitísima Madre. Un día le vi delante del altar de la Inmaculada , y era tal
su arrobamiento, que el rumor de mis pisadas no le distrajo. Coloquéme junto a
él, y permaneció inmóvil contemplando a la imagen, con una sonrisa tan dulce,
con una expresión de beatitud que no es para explicada.
-En ninguna parte podrá
prestar mejores servicios que al lado de los enfermos: allí ejercitará en bien
de ellos y de sí propio su inagotable paciencia, su exquisito cuidado y su
ardiente amor a Dios.
Algunos meses después de
estas escenas, el padre Policarpo estaba enfermo de muchísimo cuidado, y quien
le asistía de día y de noche era el converso Matías. No dice la tradición qué
dolores le aquejaban, pero sí que el doctor no acertaba con los remedios. A
veces caía el padre en un profundo abatimiento, a veces era presa de una
excitación que le llevaba a cometer actos de increíble violencia, arrojándose
de la cama y tirando sillas y mesas y maltratando de palabra y obra a los que
le rodeaban. Temíanse que se le hubieran metido los demonios en el cuerpo; a
ello se inclinaba el doctor, fundado en que los remedios no habían producido en
el enfermo su natural efecto.
¡Cómo referir lo que
padeció durante dos meses el hermano Matías, los arañazos, los golpes, las heridas
que recibió del P. Policarpo! Y no sólo nadie le oyó murmurar, pero ni siquiera
se advirtió en él la más leve señal de cansancio ni impaciencia.
-Más padeció por nosotros
Nuestro Señor Jesucristo, solía decir sonriendo dulcemente.
Saliendo el P. Rafael y
el R. P. Abad de la celda del enfermo, dijo éste:
-El lego es un santo.
¿Cómo, sin el favor de Dios y la intercesión de su Santísima Madre, podría
soportar tantas fatigas?
-La asistencia de lo alto
es evidente, replicó el P. Rafael.
Una noche el P.
Policarpo, en un acceso de furor, cogió al lego y lo arrojó por la ventana,
después de haber tirado por el suelo vasos, tazas, sillas y cuanto tuvo al
alcance de su brazo.
Acudieron los monjes,
enteráronse del hecho, y corrieron en dirección al patio, y en la escalera
encontraron al lego que subía tranquilamente.
-¿Qué os ha sucedido,
hermano? -le preguntó con viva inquietud el P. Rafael.
-Pudo ser mucho; pero,
gracias a Dios, no ha pasado de una ligera contusión.
Ni una queja contra el
agresor; al contrario, salió a su defensa y se obstinó en seguir a su lado
velándole aquella misma noche. A altas horas de élla se apagó la luz de la
celda, y para encenderla ft nuevo bajó a la cocina a buscar una brasa, que
llevó largo trecho en la palma de la mano sin quemársela, y como se repitiese
este hecho varias veces, dieron todos en llamarle el lego de la brasa.
Agravóse la enfermedad
del P. Policarpo, y en sentir del médico se acercaba la hora de su muerte. Se
había cubierto su cuerpo de repugnantes pústulas de carácter contagioso. Cuenta
la tradición que dijo el doctor que sólo podía salvar al enfermo una fuerte
reacción promovida por un sudor copioso.
Oyóle el hermano Matías,
e invocando el nombre de Dios y haciendo votos por la salvación del monje
moribundo, abrazóse a él, y con el calor de su cuerpo y con su aliento,
determinó la salvadora reacción por el doctor indicada.
¡Raro ejemplo de sublime
abnegación!
A los pocos días el P.
Policarpo había entrado en plena convalecencia, y estaba expirando el converso
Matías, víctima de su amor al prójimo y de su bondad inextinguible.
Es fama que al morir se
esparció un suavísimo aroma por su reducida estancia y que brilló por breves
instantes una blanca y purísima aureola alrededor de su rugosa frente.
El P. Policarpo derramó
abundantes lágrimas sobre el cadáver del pobre lego de la brasa a quien tanto había ofendido y a quien debía la
vida, y se ciñó el agudo cilicio con que había morticado sus carnes. Todos los
días, hasta que Dios le envió su última enfermedad, bajaba al patio de San
Martín, y por espacio de dos horas permanecía hincado de rodillas en el mismo
sitio adonde había arrojado al lego, y se golpeaba el pecho y rogaba a Dios por
el descanso del alma del converso Matías, el lego de la brasa.
0.013. anonimo (aragon)
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