Leyenda del pirineo
Por Graus no se pasa. Es
obligatorio detenerse. Y mejor aún, ir de propio y perderse por ese medallón de
recuerdos aragoneses. Allí la iglesia de la Compañía de los tiempos en que Baltasar Gracián
vivía en la villa ribagorzana e incordiaba a sus superiores con su pluma. Y la
casa de Costa, el "León de Graus". Y la de Torquemada, de tristes
recuerdos para la
Inquisición.. .
Es preciso visitar la
impresionate plaza del Ayuntamiento, con los más maravillosos aleros que jamás
se hayan colgado de un tejado. Y la desafiante basílica de la Virgen de la Peña , encaramada en esa
"montaña precipitante -que ha tantos siglos que se viene abajo", y
que sin embargo jamás se caerá "que está atada con cadenas".
Y errar por sus
misteriosas callejas varadas en el tiempo; por Barrichós, Coreche... Al llegar
a Coreche, sí, deteneos otra vez. Y leed esas inscripciones repetidas:
"Rodrigo ama a Marica". Es la leyenda hecha piedra, de los Amantes de
Graus.
No sé por qué razón son
casi desconocidos: Conocemos con pelos y señales los amores de Romeo y
Julieta, de la Verona
medieval, que poetizó Shakespeare; los amores de Abelardo y Eloísa del París
del siglo XIII, y, más cercanos a nosotros, los amantes de Teruel, Isabel Segura
y Diego Marcilla que yacen juntos bajo su mausoleo que los reproduce.
¿Por qué no los
conocemos? ¿Porque terminaron bien? Parece que cuando una ardiente pasión llega
a consumarse felizmente, automá-ticamente pierde interés. Siempre es más fácil
sintonizar con la tristeza de los otros que con sus alegrías.
No obstante, y a pesar de
los siglos, en Graus se conserva intacta la memoria de sus amantes, que acaban
en un final rosa. Sólo sabemos de ellos lo que nos cuenta la leyenda, con
infinidad de variantes, de manera que resulta harto complicado darle forma.
Bien es verdad que hace
unos años la pluma de Miguel Palau emprendió la ardua tarea de tirar por tierra
la leyenda; y digo "ardua" porque gracias a Dios no lo consiguió a
pesar de sus elucubraciones filológicas y epigráficas. Pero en la villa
ribagorzana -de lo más culto de Aragón- la gente sabe leer muy bien y ama con
pasión sus cosas y la leyenda sigue en pie.
Además, el protagonista
de la leyenda, Rodrigo Mur, purifica la historia de su progenitor del mismo
nombre, señor de la Pinilla ,
que al parecer fue un verdadero pillastre, que andaba perseguido por la Inqui sición por tráfico de
caballos en la frontera y que para congraciarse con el Tribunal y con Felipe II
se vendió vergonzosa-mente y traicionó a Lanuza, intentando prender a Antonio
Pérez refugiado en Aragón. Más tarde fue ajusticiado en Francia tras fallar su
intento de asesinato del ex-secretario del Rey Prudente.
No sabemos demasiado de
los dos señores de la Pinilla ,
padre e hijo. Pero estrujando la leyenda adivinamos que don Rodrigo, padre,
quería casar a su vástago con doña Margarita de Solano, heredera de una de las
más sólidas fortunas grausinas. Probablemente los planes del caballero eran
reforzar la economía familiar harto resentida por su juego y por las fuertes y
frecuentes multas resultado de las irregularidades contrabandistas en las que
se hallaba zambullido junto con su "alter ego" el barón de Concas.
La tal Margarita, además
de mucho dinero y prestigio, es fama que tenía una belleza deslumbrante.
Cuando paseaba su figura por las calles de Graus, acompañada de sus dueñas, se
convertía en un imán irresistible que atraía todas las miradas y aceleraba
todos los corazones de los muchachos grausinos.
Pero sin embargo el
corazón del joven Rodrigo latía por otra damita del lugar a quien había jurado
fidelidad desde el primer día en que la conoció, Marieta o Marica.
Muy pronto se creó una
fuerte tirantez entre padre e hijo por motivo de esos amores. Las discusiones
iban en continuo aumento. Los razonamientos interesados del padre se
estrellaban violentamente en el ánimo del hijo. Y al final pudo más el amor
del uno que la avaricia del otro entre los dos tercos aragoneses.
Más todavía: el ardiente
amor se sobrepuso por encima de una ancestral tradición de casamientos entre
nobles; y por encima del amor a la
Casa , tan arraigado de padres a hijos en el Alto Aragón e
incluso hasta a la adhesión del joven a la última voluntad de su padre muerto
en el exilio.
La muerte del padre no
hizo sino allanar el camino que ya tenía decidido Rodrigo. Por fin, se fijaron
los desposorios para un día de junio del año de gracia de 1525.
La expectación en Graus
debía ser enorme: por la alcurnia de Rodrigo, barón de la Pinilla ; por la justificación
que todos esperaban que daría a la bellísima y desairada dama de la nobleza
doña Margarita de Solano que desde luego lo había intentado todo para ganarse
el corazón de Rodrigo al que amaba en secreto.
Había disparidad de
opiniones. Los unos aplaudían el amor y la libertad del muchorcho. Otros
todavía seguían pensando que, a última hora, el buen juicio de don Rodrigo y el
amor a la tradición cedería al otro afecto ante las poderosas razones que lo
contra-decían.
Pero esas conjeturas eran
desconocer la entereza del noble, sus profundos sentimientos y su fidelidad al
amor y a la palabra dada.
Aquel día, todo Graus se
apelotonaba a las puertas de la casa solariega de los Pinilla. No podían
perderse ningún detalle. Querían espiar y comentar la llegada de todos los
invitados, regiamente adornados, acompañados de lacayos ricamente trajeados; a
las damas de la más alta alcurnia ribagorzana. Querían enterarse de las músicas
y los bailes y los menús y, sobre todo, del desenlace final de un
acontecimiento largamente esperado en la villa.
Cuando todos los
invitados entraron en la casa palacio de Rodrígo -la actualmente llamada Casa
de don Carlos- encontraron a punto todas las reformas adecuadas a la nueva
vivienda. En los comedores, un alto zócalo de piedra estaba cubierto de cortinillas
que parecían esconder tal vez algún misterio.
Muy pronto se aclaró.
Cuando estaban todos los comensales reunidos para comenzar el yantar, don
Rodrigo se acercó a una esquina de la estancia y tiró de un cordoncillo. Todos
estaban expectantes.
Ante el rubor de la novia
y la admiración de los invitados se descorrieron las cortinillas del zócalo
para descubrir una inscripción en los sillares que repetía una y otra vez el
lema que definía la firmeza del noble grausino y daba razón de todo su proceder.
En sus grandes letras
talladas y caprichosamente entrelazadas todos pudieron leer:
RODRIGO AMA A MARICA.
Y es pena pero nada más
sabemos de ellos ni de su descendencia. Solamente pueden hacerse conjeturas
sobre la felicidad de un matrimonio defendido con tanta pasión.
Cuando la casa solariega
de los Mur, señores de la
Pinilla , pasó con el tiempo a otros propietarios, los nuevos
dueños quisieron hacer constar la leyenda grabada en la piedra y dos de las
inscripciones de los comedores pasaron a la fachada de la mansión, en donde
todos los visitantes pueden verlas y en donde los grausinos recuerdan la
entereza del amor aragones, que esta vez no terminó en tragedia.
0.013. anonimo (aragon)
maría
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