Leyenda del pirineo
En el Altoaragón las
gentes atribuyen a los moros todas las construcciones que perduran por su
solidez a través de los siglos. Parece que no hicieron otra cosa que dedicarse
a la albañilería. Todos los castillos los han hecho los moros. Todas las
atalayas y torreones se llaman "el castillo del moro", las
acequias... todo. Y, naturalmente, también los puentes.
Todos los puentes, pues,
son de los moros; menos tres que por su atrevimiento se asegura que fueron
fabricados por el mismo diablo. El uno está en el congosto de Olvena, sobre el
Ésera, y a fe que parece cosa del demonio pensar cómo pudieron colgar allí ese
increíble paso de piedra sobre el abismo. El otro se encuentra en el valle de
Tena, en el camino viejo de Biescas. Los dos se conservan perfectamente a pesar
de su avanzada edad. Y todavía queda otro con una leyenda preciosa que
forzasamente tenemos que contar.
No intentéis verlo porque
ya es imposible. Estaba en el Entremón no lejos de l'Aínsa en el paraje más
angosto del Cinca, allí donde más tarde se estrellarían muchas nabatas al bajar
sus troncos por el río y donde más nabateros perdirían su vida. Era el único
puente que aguantaba las terribles avenidas del río y es lógico que la leyenda lo
aureolase con su imaginación. Pero hoy yace bajo las aguas del pantano
esforzándose por resistir entero.
Dicen que se construyó
por el año de Maricastaña, que viene a ser algo así como el siglo VIII. Fijaos
si tenía años. Pero lo más curioso es toda la leyenda que rodea su
construcción.
El rey del lugar -no
sabemos su nombre- estaba muy preocupado ante las inquietantes noticias del
avance del Islam hacia el norte. Le iban llegando las noticias de sus
emisarios:
-Los moros van a salir de
Huesca y de Barbastro con intención de atacaros a vosotros.
-Los moros han cruzado la
sierra de Sevil y se dirigen hacia allí.
-Una bandada de
sarracenos viene por la Carro dilla
y van hacia el Entremón.
-Los de El Grado dicen
que han visto una polvareda de caballos a lo lejos y tomaban esa dirección.
Y así todos los días.
Los cristianos caían en
la cuenta de que un ataque por la orilla derecha del Cinca significaría
cogerlos en una ratonera ya que no tendrían posibilidad de defensa y menos aún
de una escapatoria por el Entremón. Sólo un puente hubiera podido solucionar el
problema pero eso tenían que haberlo previsto muchos años antes. El puente no
existía y ya era demasiado tarde para pensar en él.
Meditaba el rey todas las
soluciones y todas le parecían imposibles. Mientras, las noticias de la
proximidad del enemigo llegaron alarmantes. En menos de cuatro días se
calculaba que los moros llegarían a Mediano. Empezó a encomendarse a todos los
santos cuando de repente recibió la visita más inesperada: el diablo en persona.
Ya se sabe que Belcebú
trata de sacar partido en todas las dificultades de los hombres y la ocasión se
le presentaba de perlas. Aunque el rey no esperaba precisamente su presencia
estaba dispuesto a recibir la ayuda viniese de donde viniese. El ya sabía que
el diablo es el padre de la mentira y que nadie puede fiarse de él, pero
también era indudable que tenía mucho poder.
El demonio hizo una
cortesía al rey, con una sonrisa de conejo, y con mucha soma le espetó:
-Parece que los santos no
te tratan demasiado bien. Menos mal que estoy yo también aquí.
-Espero que San Miguel
nos eche una mano, porque nunca nos ha dejado en la estacada. Pero ya que estás
tú aquí, supongo que nos traes alguna proposición.
-Nunca he oído decir que
ese santo se dedicara a la construcción. Porque ése es vuestro verdadero problema.
Yo sí. Y mi propuesta es muy concreta y muy buena para vosotros: nada menos que
construiros un puente antes de que lleguen los moros.
-Tengo mis dudas de que
un pobre diablo pueda hacer eso. Y en todo caso, me imagino que algo querrás a
cambio...
-Naturalmente. Yo os
construyo el puente y vosotros me regalaís las tres doncellas más hermosas del
pueblo.
El rey palideció porque
entre esas tres doncellas, es claro que se contaban sus dos hijas. Pero ¿Qué podía
hacer? Si entraban los moros en el pueblo también se perderían sus hijas y toda
su familia y todo el lugar. Pensó que podía engañar al diablo poniendo él
también una condición que Belcebú no podría cumplir, pero que adelantaría la
construcción. Luego ya se las ingeniaría para terminar él la obra.
-Acepto tu condición,
pero yo pongo otra: tienes que construir el puente tú solo y en una sola noche.
El demonio sonrió y debió
pensar que los mortales desconocen su verdadero poder. Le contestó con aplomo:
-Entonces, estamos de
acuerdo. En una sola noche. Hoy mismo os construyo el puente y mañana me
entregáis las doncellas.
Casi se arrepintió el rey
al ver con qué seguridad hablaba y quiso atar los cabos:
Empezarás justo al
anochecer y tienes que acabar antes de que cante el primer gallo del pueblo.
El diablo desapareció de
su presencia frotándose las manos de satisfacción.
Sabía lo que tenía que
hacer. La primera faena que acometió Belcebú fue degollar todos los gallos y
aun los pollos jovencitos del pueblo y de sus alrededores para asegurarse que
nada impediría la terminación de su trabajo. A continuación, puso manos a la
obra al aparecer la primera estrella en el firmamento.
Era pasmosa la rapidez
con que reunía, una tras otra las piedras del puente que se convertían en
sillares perfectos casi con sólo tocarlas: igual que si fueran de barro.
Hacia la media noche los
vecinos, que vigilaban el trabajo, comunicaron al rey la muerte de los gallos.
No quedaba ni uno y ninguno cantaría. La partida estaba perdida.
Aquella noche nadie
dormía en el pueblo. Miraban asombrados y consternados cómo el diablo, con un
pie a cada lado del río iba colocando las piedras una encima de otra con una
rapidez increíble. Los soportes de los dos extremos habían subido ya hasta el camino
y ahora se empezaba a formar el arco del puente.
Todos rezaban a San
Miguel, el arcángel que siempre ha derrotado al diablo y todos esperaban un
milagro, no sabían cómo.
Al asomar por la sierra
de Campanué el primer resplandor del alba ya estaba casi cerrado el ojo del
puente. Sólo faltaba colocar la última piedra. Ya la tenía el diablo en las
manos. Su carcajada sardónica y su grito de triunfo se pudo oir desde todo el
contorno. Pero cuando iba a colocarla para cerrar definitivamente el puente se oyó
el canto del gallo.
Belcebú, desesperado, se
arrojó al Cinca.
El rey había enviado a
los dos pretendientes de sus hijas, uno a Naval y el otro a l'Aínsa en busca de
un gallo. Justo llegaron a tiempo. Pero los gallos, por la fatiga del viaje se
negaron a cantar. Ya estaba todo perdido. Entonces, una de las hijas, al ver al
diablo con la última piedra en sus manos imitó con todas sus fuerzas el
quiquiriquí del gallo, de un modo tan perfecto que engañó al rey del infierno.
0.013. anonimo (aragon)
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