Leyenda del pirineo
Todos saben que el Aneto
es el pico más alto de los Pirineos. El techo. Y todos saben también que, con
ser el más alto, jamás se le ve. Siempre tienes otro pico delante que lo hurta
de la vista. Pero hay pocos que conocen su historia y que todo se debe a una
especie de maldición.
Los libros no nos lo
cuentan. Es necesario hablar con las personas mayores del valle de Benasque
para enterarse con pelos y señales. Lo que no saben con toda seguridad, se lo
inventan, que para eso está la imaginación. Ellos sí, están en el secreto.
Para que no tengaís que indagar vosotros recojo aquí la leyenda del Aneto.
Cuando se apagaron las
últimas ascuas del Pirineo en la inmensa hoguera que la diosa Pirene había encendido,
todo empezó de nuevo poco a poco a llenarse de alegría. Primero las nieves lo
cubrieron todo y luego, al deshila-charse durante la primavera en miles de
riachuelos, fueron remansándose en los ibones, empapando los prados y los
bosques fueron creciendo de nuevo.
Las flores de nieve
volvieron a tachonar nuestras tascas; los sarrios reanudaron sus ágiles saltos
y carreras por las breñas; las águilas y quebrantahuesos volvieron a dominar
los riscos y los cielos; las ardillas, las mariposas, todos los animalillos
del bosque animaron su vida; y los hombres, por fin, comenzaron a levantar sus
pueblecitos en los valles. El Pirineo se convirtió en el precioso jardín que
ahora conocemos.
Y, pronto también, los
gigantes se prendaron de ese parque, único en el mundo y quisieron adueñarse de
él.
Los antiguos griegos nos
hablaron ya de la lucha titánica de los gigantes con los dioses. Los gigantes,
según los poetas helenos, colocaban montaña sobre montaña para desalojar a los
dioses del Olimpo, manejaban los grandes árboles que encendían para convertirlos
en antorchas y los blandían amenazadores contra el cielo para provocar el
pánico de hombres y dioses.
Y siguen diciendo,
curiosamente, las leyendas, que los dioses jamás podrían con los gigantes si no
se incorporaba a la lucha contra ellos algún mortal, pues así lo habían
anunciado los oráculos.
Fueron los dioses al
final los vencedores y aquella raza terrible y maldita de los gigantes
desapareció de la tierra. Pero parece que fue sólo aparente-mente. Algunos de ellos
se escondieron de los dioses y las gentes. Entre los terribles gigantones que
se agazaparon entre las montañas el más perverso de todos era Netú. Vivía
oculto entre los recovecos más escondidos. Era pastor y todo lo quería para sus
ganados y cualquier persona que se cruzaba en su camino era inmediatamente
presa de sus furores.
Netú era especialmente
cruel. ¡Ay del que se acercase demasiado! Aparecía repentinamente, se lo
tragaba y jamás se volvía a saber nada de él. ¡Qué de hombres desaparecidos de
la misma manera! A veces devolvía alguno en la morrena de sus glaciares,
momificado y resultaba que había desaparecido ochenta años antes. Pero era
pocas veces. Los benasqueses sabían que el hombre que no volvía al día
siguiente, ya no volvía nunca.
Netú, altivo, siempre
enfadado parecía disfrutar haciendo daño a todos los que se ponían a su
alcance. Era, pues, el terror de toda la montaña.
Y cuenta la leyenda que
cierto día apareció en el valle un peregrino.
Nadie sabía de dónde
venía ni a dónde se dirigía. Había estado viviendo casi de limosna por los
pueblos vecinos, trabajando en lo que le pedían a cambio de la comida. Con muy
poco tenía bastante y nunca se le oyó protestar si era pequeña la recompensa de
su trabajo.
Al atardecer todos los
días jugaba con los niños y les contaba historias preciosas. Pronto se ganó el
afecto de la buenas gentes que querían retenerlo para siempre entre ellos. Pero
él, cuando veía que la alegría y la concordia había llegado a un lugar, se
marchaba a otro, como si toda su tarea fuera sembrar la paz.
Cuando sus amigos
supieron que quería atravesar las montañas quisieron quitarle la idea de la
cabeza porque forzosamente tenía que cruzar los dominios del terrible Netú.
El los tranquilizó. Nunca
se había peleado con nadie y esta vez tampoco iba a dar motivo alguno al cruel
gigante para merecer su castigo. Y una mañana, cogió su bordón de peregrino y
marchó hacia el norte con intención de cruzar el Pirineo.
Era un verano abrasador y
mientras caminó por la orilla del río Ésera no tuvo problemas para refrescarse.
Lo malo fue cuando abandonó el valle y empezó a ganar altura.
Las torrenteras acusaban
el estiaje y no disponían más que de un hilillo de agua. También la sobria
alforja que le habían preparado en el pueblo se le fue vaciando y al tercer día
ya no tenía nada para llevarse a la boca. Pero él continuó caminando.
Sudoroso y casi agotado
vio a lo lejos un vallecito en el que parecía pastar un numeroso rebaño.
Pensó, con razón, que al menos allí habría agua para beber y además podría
trabajar para los pastores a cambio de un corrusco de pan y un trozo de queso.
Hacia allá, pues, se dirigió.
La marcha le resultó
dura. Las distancias engañan mucho en la montaña: parece que puedes tocar un
monte con la mano y resulta que faltan horas y horas para llegar a él.
Completamente extenuado
alcanzó el vallecico al atardecer. Se había puesto el sol y le resultó menos
trabajoso el andar aunque todas las fuentecillas que encontró estaban secas.
Por fin llegó hasta el
rebaño. Calculó que por la hora pronto aparecerían los pastores ya que ninguno
se veía por allí.
Y de repente se encontró
frente a un gigantón, aparecido no se sabía por dónde. Iba sucio, astroso, con
barba de muchos días y cara de muy pocos amigos.
Sin ningún temor el
peregrino se acercó a él para pedirle agua.
Netú (pues se trataba de
él), poco dispuesto como siempre a hacer favores, desde su orgullo altivo, se
la negó:
-No tengo agua para tí.
Sólo para mis rebaños. Y date por satisfecho con que te deje marchar vivo. Ni
siquiera sé por qué lo hago.
El peregrino, con voz
tranquila, le repondió:
-Veo que tienes el
corazón duro como la piedra. Ojalá que todo tú te conviertas en piedra.
Y en ese momento el
gigante quedó petrificado y convertido en lo que es hoy: en el pico de Aneto.
Las gentes de la montaña
aseguran que el peregrino no era Dios.
0.013. anonimo (aragon)
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