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sábado, 15 de septiembre de 2012

La leyenda del santo grial

Son incontables las leyendas que en toda Europa han surgido a través de los siglos en torno al Santo Grial, de forma que se ha considerado la suya como "la reina de las leyendas". Es imprescindible traer aquí la más importante ya que está mezclada con la historia, por una razón muy clara: es en Huesca en donde empiezan todas las leyendas sobre el Sagrado Cáliz.
De aquí la tomó el poeta y compositor Wagner para base de dos magníficas óperas, Lohengrin y Parsifal. El Montsalvat no puede ser más que San Juan de la Peña.
El Grial -o Graal- como se le llama, es la copa que utilizó el Señor en su última cena para beber, y al final de ella para consagrar el vino y convertirlo en su sangre en el maravilloso milagro y misterio de la Eucaristía. Una tradición medieval pretende que luego lo utilizó el amigo de Jesús, José de Arimatea, para recoger en él la sangre que brotó del costado de Cristo cuando, estando en la Cruz, el centurió le asestó la lanzada del costado.
Es lógico que, entre los objetos especialmente unidos a Jesús que recogieron sus primeros descípulos, el Grial fuese el más preciado de todos y lo guardasen como preciadísima reliqiuia, escondiéndolo de posibles profana-ciones. Y muy probablemente debió llegar a Roma ya con San Pedro, el primer Papa de la Iglesia.
Aquí se bifurcan las leyendas orientales y centro­europeas que es imposible enumerar en estas páginas. La justificación de su presencia en Huesca es la más contundente.
En la época de las persecuciones de cristianos por parte del emperador Valeriano que se cebó de un modo especial en la jerarquía de la Iglesia, San Lorenzo era el primer diácono de Roma y encargado especialmente por San Sixto (el sexto papa después de San Pedro) de los tesoros de la Iglesia.
Ya podemos suponer cuáles eran esos tesoros, aunque el Emperador creía que debía poseer cantidad ingente de dinero. Por eso San Lorenzo era una víctima apetecible para él y le exigió que le entregase todos esos tesoros. El santo que tenía un conocimiento exacto de las cosas y que como buen oscense disfrutaba de un extraordinario sentido del humor, reunió a todos los pobres, lisiados, cojos, ciegos, que solía socorrer con sus limosnas y se los presentó al César, diciéndole:
-"Estos son los más preciados tesoros de la Iglesia”.
Esto molestó sobremanera al Emperador y lo envió al martirio. Antes, Lorenzo había guardado la reliquia más estimable que custodiaba, el santo Cáliz o santo Grial y lo envió a su tierra, Huesca, para tenerlo a buen recaudo lejos de la codicia romana.
Y aquí empieza la peregrinación del Graal por el Alto Aragón. Primero estuvo guardado en su catedral (actual iglesia parroquial de San Pedro el Viejo) durante varios siglos hasta que la invasión sarracena de España lo puso en peligro ya que se temía su inmediata llegada a Huesca, como efectivamente sucedió.
Se envió, pues, al monasterio de San Pedro de Tabernas. Luego se debió de pensar que el lugar era inseguro o se creyó que era importante que cambiase con frecuencia de escondite ya que fue llevado a Yebra, a Bailo, a la catedral de Jaca, al monasterio de Siresa y finalmente a San Juan de la Peña, último refugio del santo Cáliz en Aragón.
Hasta aquí todo es historia en cuanto es factible re­componerla. Pero ya hemos dicho que durante la Edad Media aparecen las leyendas más variadas. La más extraordinaria de todas ellas hace referencia a San Juan de la Peña y la recogemos aquí.

***
El anciano de barba blanca envolvió con una mira­da de inmenso cariñó al muchacho. Le habían conmovi­do sus palabras y su actitud, hasta sentir casi un escalo­frío. Solamente hacía unas horas que había llegado a San Juan de la Peña, a Mont Salvato, como les gustaba decir a los caballeros teutónicos, y su pasión juvenil le había ganado ya el corazón de todos los frailes.
El joven, casi un muchacho, decía llamarse Parsi­fal y venía de la corte del Rey Arturo. El anhelo de toda su vida era contemplar el Santo Grial. Después ya podía morir.
Se había educado en la soledad y en la ingenuidad y había oído contar a unos cortesanos que aseguraban volver de las Cruzadas por Tierra Santa, que la santa Reliquia ya no estaba en Jerusalén, que había que buscarla en España. Se unió a dichos cortesanos y con ellos marchó a la corte del Rey Arturo que también quedó prendado de él y le dio las orientaciones necesa­rias para encontrar el Cáliz de la Ultima Cena.
Supo que se había conservado en las catacumbas de San Calixto de Roma en los años en que el diácono san Lorenzo era el guardián de los tesoros de la iglesia y que el papa San Sixto lo había depositado en manos del santo oscense a condición de que "no cayese en manos paganas".
El joven llegó hasta Huesca. Entonces la ciudad era mora. Pudo encontrar a un viejo canónigo que había visto la sagrada reliquia y que lo encaminó hacia Jaca. En Jaca lo orientaron hacia Siresa.
Nada más entrar en la basílica comprendió que estaba en el buen camino: el templo tenía en su empe­drado un laberinto. Se hincó de hinojos y así, arrodilla­do, siguió penitencialmente todo el laberinto. Ahora ya se había purificado y podía encontrar el Graal.
Observó que en el interior de la iglesia, a su entrada se dibujaba en el suelo una estrella de cinco puntas. La punta oriental estaba orientada hacia el altar mayor, y por tanto hacia el Este, hacia Jerusalén. ¿Sig­nificaría que el Santo Cáliz había vuelto a su país originario?
Estaba meditando la explicación cuando cayó en la cuenta de que la punta de la estrella no señalaba exacta­mente el centro del presbiterio sino que más bien estaba un tanto ladeada apuntando a la pared lateral izquierda. Registró el sitio que señalaba y descubrió que una de las piedras de la pared resultaba postiza, como colocada después de la obra. La retiró con mucho cuidado. Y detrás de ella apareció una horacina.
Ya no cabía duda de que el Santo Grial había estado escondido exactamente allí, pero ahora estaba vacío.
De nuevo tuvo que ponerse en camino reconstru­yendo el recorrido que antes había seguido el Cáliz y así llegó por fin a Mont Salvat, a San Juan de la Peña. Ahora se encontraba en el Monasterio y estaba a punto de contemplar el sueño de toda su vida y de su fe. Escucha-ba impaciente las palabras del viejo abad, que ahora le contemplaba con una sonrisa bondadosa que a él le parecía de aprobación.
Después de escuchar la odisea del viajero, el monje pareció reconcentrarse y al final, con voz pausada y grave, le comentó:
-Quien contempla el Santo Grial con ojos de pureza, no puede morir en una semana...
-¿Eso explica, Padre, la longevidad de los monjes de este monasterio?
El anciano abad sonrió, pero no contestó a esta pregunta. Y continuó:
-Quería advertirte, hijo mío, de una cosa. Hace ya unos cuantos años que un caballero de tu tierra, llamado el noble Anfortas, hijo de Titurel, cometió una impureza y al contemplar la sagrada Copa cayó herido, fulmina­do...
-Ya lo sabía, Padre: aquel caballero era mi tío. Y precisamente estoy aquí para buscar una solución para él. Anfortas no se recupera de ninguna manera. Los sabios de su palacio dicen que es el Santo Grial el que lo debe sanar.
-Antes tienes que hacerte digno. Eres muy joven.
El joven Parsifal salió del monasterio reconforta­do, lleno de ilusiones y decidido a realizar todas las hazañas que fuesen necesa-rias para hacerse digno de contemplar la sagrada reliquia.
Partió a lejanas tierras. Luchó en las Cruzadas contra los infieles. Tuvo la mala suerte de tropezarse con una mujer horrible, la bruja Kundrie cuyos consejos siguió ingenuamente al pie de la letra, y que tuvieron la virtud de confundirle todos los caminos. Durante más de cinco años anduvo errante de acá para allá por todas las rutas de Europa, casi desesperado, odiando todo y a todos.
En la ópera de Wagner, inspirada en esta leyenda, Parsifal encuentra finalmente a un viejo ermitaño que le aconseja la práctica del amor y la caridad y movido por estos nobles impulsos retorna a la corte del Rey Arturo y allí el monarca, entusiasmado con él le nombra "Rey del Graal".
Así, coronado rey, se pone a la cabeza de sus caballeros, consigue salvar a su tío Anfortas y trasladan el Graal a Oriente de donde dicen que no volverá a aparecer ni verse hasta el Juicio Final.
El final de la leyenda, convertida ya en historia, es muy diferente en el Alto Aragón. En San Juan de la Peña (el Mont Salvat de la leyenda) estuvo custodiado, efec­tivamente, hasta que a principios del siglo XV, el rey Martín de Humano lo mandó pedir.
Los frailes decidieron no entregarlo a no ser por orden papal. El rey recabó el permiso del Papa Luna en unos momentos en que no podía negarle nada: el reino de Aragón estaba a punto de separarse del papa de Avignon. Benedicto XIII dio la orden de entrega. Muer­to el rey, el Santo Grial fue a parar a la catedral de Valencia. En vano la catedral de Huesca pidió su devo­lución.
En la catedral de Huesca, un Lignum Crucis forra­do de plata repujada enaltece el tesoro catedralicio: es el obsequio de la catedral valenciana a cambio de retener la más fabulosa reliquia que durante toda la Edad Media palarizó el corazón y la atención de todos los caballeros de la nobleza europea.

0.013. anonimo (aragon)

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