Son incontables las
leyendas que en toda Europa han surgido a través de los siglos en torno al
Santo Grial, de forma que se ha considerado la suya como "la reina de las
leyendas". Es imprescindible traer aquí la más importante ya que está
mezclada con la historia, por una razón muy clara: es en Huesca en donde
empiezan todas las leyendas sobre el Sagrado Cáliz.
De aquí la tomó el poeta
y compositor Wagner para base de dos magníficas óperas, Lohengrin y Parsifal.
El Montsalvat no puede ser más que San Juan de la Peña.
El Grial -o Graal- como
se le llama, es la copa que utilizó el Señor en su última cena para beber, y al
final de ella para consagrar el vino y convertirlo en su sangre en el
maravilloso milagro y misterio de la Eucaristía. Una tradición medieval pretende que
luego lo utilizó el amigo de Jesús, José de Arimatea, para recoger en él la
sangre que brotó del costado de Cristo cuando, estando en la Cruz , el centurió le asestó
la lanzada del costado.
Es lógico que, entre los
objetos especialmente unidos a Jesús que recogieron sus primeros descípulos, el
Grial fuese el más preciado de todos y lo guardasen como preciadísima
reliqiuia, escondiéndolo de posibles profana-ciones. Y muy probablemente debió llegar
a Roma ya con San Pedro, el primer Papa de la Iglesia.
Aquí se bifurcan las
leyendas orientales y centroeuropeas que es imposible enumerar en estas
páginas. La justificación de su presencia en Huesca es la más contundente.
En la época de las persecuciones
de cristianos por parte del emperador Valeriano que se cebó de un modo especial
en la jerarquía de la Iglesia ,
San Lorenzo era el primer diácono de Roma y encargado especialmente por San
Sixto (el sexto papa después de San Pedro) de los tesoros de la Iglesia.
Ya podemos suponer cuáles
eran esos tesoros, aunque el Emperador creía que debía poseer cantidad ingente
de dinero. Por eso San Lorenzo era una víctima apetecible para él y le exigió
que le entregase todos esos tesoros. El santo que tenía un conocimiento exacto
de las cosas y que como buen oscense disfrutaba de un extraordinario sentido
del humor, reunió a todos los pobres, lisiados, cojos, ciegos, que solía
socorrer con sus limosnas y se los presentó al César, diciéndole:
-"Estos son los más
preciados tesoros de la Iglesia ”.
Esto molestó sobremanera
al Emperador y lo envió al martirio. Antes, Lorenzo había guardado la reliquia
más estimable que custodiaba, el santo Cáliz o santo Grial y lo envió a su
tierra, Huesca, para tenerlo a buen recaudo lejos de la codicia romana.
Y aquí empieza la
peregrinación del Graal por el Alto Aragón. Primero estuvo guardado en su
catedral (actual iglesia parroquial de San Pedro el Viejo) durante varios
siglos hasta que la invasión sarracena de España lo puso en peligro ya que se
temía su inmediata llegada a Huesca, como efectivamente sucedió.
Se envió, pues, al
monasterio de San Pedro de Tabernas. Luego se debió de pensar que el lugar era
inseguro o se creyó que era importante que cambiase con frecuencia de escondite
ya que fue llevado a Yebra, a Bailo, a la catedral de Jaca, al monasterio de
Siresa y finalmente a San Juan de la
Peña , último refugio del santo Cáliz en Aragón.
Hasta aquí todo es
historia en cuanto es factible recomponerla. Pero ya hemos dicho que durante la Edad Media aparecen las
leyendas más variadas. La más extraordinaria de todas ellas hace referencia a
San Juan de la Peña
y la recogemos aquí.
***
El anciano de barba
blanca envolvió con una mirada de inmenso cariñó al muchacho. Le habían
conmovido sus palabras y su actitud, hasta sentir casi un escalofrío.
Solamente hacía unas horas que había llegado a San Juan de la Peña , a Mont Salvato, como
les gustaba decir a los caballeros teutónicos, y su pasión juvenil le había
ganado ya el corazón de todos los frailes.
El joven, casi un
muchacho, decía llamarse Parsifal y venía de la corte del Rey Arturo. El
anhelo de toda su vida era contemplar el Santo Grial. Después ya podía morir.
Se había educado en la
soledad y en la ingenuidad y había oído contar a unos cortesanos que aseguraban
volver de las Cruzadas por Tierra Santa, que la santa Reliquia ya no estaba en
Jerusalén, que había que buscarla en España. Se unió a dichos cortesanos y con
ellos marchó a la corte del Rey Arturo que también quedó prendado de él y le
dio las orientaciones necesarias para encontrar el Cáliz de la Ultima Cena.
Supo que se había
conservado en las catacumbas de San Calixto de Roma en los años en que el
diácono san Lorenzo era el guardián de los tesoros de la iglesia y que el papa
San Sixto lo había depositado en manos del santo oscense a condición de que
"no cayese en manos paganas".
El joven llegó hasta
Huesca. Entonces la ciudad era mora. Pudo encontrar a un viejo canónigo que
había visto la sagrada reliquia y que lo encaminó hacia Jaca. En Jaca lo
orientaron hacia Siresa.
Nada más entrar en la
basílica comprendió que estaba en el buen camino: el templo tenía en su empedrado
un laberinto. Se hincó de hinojos y así, arrodillado, siguió penitencialmente
todo el laberinto. Ahora ya se había purificado y podía encontrar el Graal.
Observó que en el
interior de la iglesia, a su entrada se dibujaba en el suelo una estrella de
cinco puntas. La punta oriental estaba orientada hacia el altar mayor, y por
tanto hacia el Este, hacia Jerusalén. ¿Significaría que el Santo Cáliz había
vuelto a su país originario?
Estaba meditando la
explicación cuando cayó en la cuenta de que la punta de la estrella no señalaba
exactamente el centro del presbiterio sino que más bien estaba un tanto ladeada
apuntando a la pared lateral izquierda. Registró el sitio que señalaba y
descubrió que una de las piedras de la pared resultaba postiza, como colocada
después de la obra. La retiró con mucho cuidado. Y detrás de ella apareció una
horacina.
Ya no cabía duda de que
el Santo Grial había estado escondido exactamente allí, pero ahora estaba
vacío.
De nuevo tuvo que ponerse
en camino reconstruyendo el recorrido que antes había seguido el Cáliz y así
llegó por fin a Mont Salvat, a San Juan de la Peña. Ahora se encontraba
en el Monasterio y estaba a punto de contemplar el sueño de toda su vida y de
su fe. Escucha-ba impaciente las palabras del viejo abad, que ahora le
contemplaba con una sonrisa bondadosa que a él le parecía de aprobación.
Después de escuchar la odisea
del viajero, el monje pareció reconcentrarse y al final, con voz pausada y
grave, le comentó:
-Quien contempla el Santo
Grial con ojos de pureza, no puede morir en una semana...
-¿Eso explica, Padre, la
longevidad de los monjes de este monasterio?
El anciano abad sonrió,
pero no contestó a esta pregunta. Y continuó:
-Quería advertirte, hijo
mío, de una cosa. Hace ya unos cuantos años que un caballero de tu tierra,
llamado el noble Anfortas, hijo de Titurel, cometió una impureza y al
contemplar la sagrada Copa cayó herido, fulminado...
-Ya lo sabía, Padre:
aquel caballero era mi tío. Y precisamente estoy aquí para buscar una solución para él. Anfortas no se recupera de ninguna manera. Los sabios de su palacio
dicen que es el Santo Grial el que lo debe sanar.
-Antes tienes que hacerte
digno. Eres muy joven.
El joven Parsifal salió
del monasterio reconfortado, lleno de ilusiones y decidido a realizar todas
las hazañas que fuesen necesa-rias para hacerse digno de contemplar la sagrada
reliquia.
Partió a lejanas tierras.
Luchó en las Cruzadas contra los infieles. Tuvo la mala suerte de tropezarse
con una mujer horrible, la bruja Kundrie cuyos consejos siguió ingenuamente al
pie de la letra, y que tuvieron la virtud de confundirle todos los caminos.
Durante más de cinco años anduvo errante de acá para allá por todas las rutas
de Europa, casi desesperado, odiando todo y a todos.
En la ópera de Wagner,
inspirada en esta leyenda, Parsifal encuentra finalmente a un viejo ermitaño
que le aconseja la práctica del amor y la caridad y movido por estos nobles
impulsos retorna a la corte del Rey Arturo y allí el monarca, entusiasmado con
él le nombra "Rey del Graal".
Así, coronado rey, se
pone a la cabeza de sus caballeros, consigue salvar a su tío Anfortas y
trasladan el Graal a Oriente de donde dicen que no volverá a aparecer ni verse
hasta el Juicio Final.
El final de la leyenda,
convertida ya en historia, es muy diferente en el Alto Aragón. En San Juan de la Peña (el Mont Salvat de la
leyenda) estuvo custodiado, efectivamente, hasta que a principios del siglo
XV, el rey Martín de Humano lo mandó pedir.
Los frailes decidieron no
entregarlo a no ser por orden papal. El rey recabó el permiso del Papa Luna en unos
momentos en que no podía negarle nada: el reino de Aragón estaba a punto de
separarse del papa de Avignon. Benedicto XIII dio la orden de entrega. Muerto
el rey, el Santo Grial fue a parar a la catedral de Valencia. En vano la
catedral de Huesca pidió su devolución.
En la catedral de Huesca,
un Lignum Crucis forrado de plata repujada enaltece el tesoro catedralicio: es
el obsequio de la catedral valenciana a cambio de retener la más fabulosa
reliquia que durante toda la
Edad Media palarizó el corazón y la atención de todos los
caballeros de la nobleza europea.
0.013. anonimo (aragon)
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