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sábado, 15 de septiembre de 2012

La basa de la mora

Leyenda del pirineo

Cuenta una leyenda antiquísima que un montañés se enamoró de un hada que vivía en un lago del Pirineo. No he podido saber de qué ibón se trata. El hada debía ser bellísima, como las que aparecen en los cuentos y para hacerse valer puso sus condiciones al montañés:
-"Me casaré contigo el día que te presentes aquí, ni en ayunas ni comido; ni vestido ni desnudo; ni a pie ni a caballo".
Naturalmente, tales condiciones eran una negativa rotunda. Pero significa-ban también ignorar el ingenio y la tenacidad de los hombres de mi tierra.
Nuestro hombre le dio muchas vueltas en su cabe­za al asunto. Y finalmente, una mañana se presentó en el lago con tres granos de ordio en la boca, cubierto con una red de pescador y montado en una cabra: había cumplido las condiciones impuestas y el hada se tuvo que casar con él.
Antes de su casamiento todavía tubo que prometer­le no volverse nunca al pueblo y que jamás la llamaría "muller de fumo" ni "muller d'aigua" (mujer de humo mujer de agua), que al parecer repugna especialmente a las hadas.
Una mujer de humo -o tal vez de agua- parece que habita también en el ibón de Estanés. Los ansotanos no la han visto nunca, ni tampoco los chesos. Sin embargo, así lo afirman sus vecinos franceses del pueblecillo de Lescun. "Dona de fun" la llaman ellos porque es tan bella como imprecisa, y también "dona de l'aigua", móvil como el sueño, escurridiza como el amor. Sola­mente puede verse en la madrugada de la noche de San Juan y antes de salir el sol.
Sin embargo, en nuestras montañas se habla raras veces de hadas. Prefieren que haya una mayor sensación de realidad en sus leyendas y como somos tan aficiona­dos a relacionarlo todo con la invasión de los moros, a las hadas las llaman "moras".
Así pues, los castillos y los puentes son de los moros. Las leyendas, de las moras. Por eso tenemos "La losa mora" con una leyenda preciosa sobre el dolmen de Mascún, la Mora encantada dela cueva de Solencio, la Mora de Oza, la basa de la Mora, de Plan...
Precisamente, esta última es la que me ha evocado la leyenda del ibón de Estanés.
No sabemos por qué está allí. Pero si subes al ibón de Plan en la noche de San Juan, te lavas la cara y mejor todavía te zambulles entero en sus aguas heladas y azules, y por añadidura tienes el corazón limpio de envidias y ambiciones, verás que antes de salir el sol se empieza a remover el agua que hasta ahora era un espejo bruñido en donde las estrellas de junio se miraban embelesadas.
Al principio el movimiento es muy suave, como si un angelico travieso hubiera echado una china en el agua, o como si una de las estrellicas hubiera caído al agua para jugar a hacer ondas y festonear el lago.
Pero no: luego el movimiento se va acelerando po­quito a poco y al final forma un verdadero remolino cada vez más vertiginoso como si el fondo del lago tuviera un tragadero que hubieran abierto de repente. Casi da vértigo al mirarlo.
Y en el mismo instante en que aparece el primer rayo de sol por Armeña, se levanta lentamente del centro de la vorágine una forma brillante que va tomando la figura de una hermosa señora.
Se queda plantada encima de la superficie del agua, como si fuera una reina en su palacio de cristal arrancado de un libro de cuentos de fantasía. Mira hierática a su alrededor y en seguida da comienzo a su danza mágica, armoniosa, cimbreante. Se va deslizando por el agua como si careciera de peso.
Los que han tenido fortuna de contemplar su figura y sus danzas, aseguran que va vestida desde el cuello hasta los pies, con serpien-tes enroscadas en el cuerpo, brazos, piernas, tobillos. Serpientes de todos los colores, rojas, verdes, amarillas, azules... Por entre las serpientes brilla alucinante la plata, el oro, las piedras preciosas, los corales, los rubís, topacios, diamantes... Las culebras se le enroscan por todas partes y van moviéndose gracio­samente al compás de la danza.
Dicen que quizás es el alma en pena de una princesa mora que se perdió por entre los riscos de Xistau, cuando buscaba a su príncipe que tal vez quedó también encantado y convertido en piedra. Hay que subir a la Basa de la Mora en la noche de la sanjuanada. Y si es que no ves a la mora es señal clarísima de que no tienes el corazón limpio.
Los chistabinos nunca llaman al lago "el ibón de Plan" como aparece en los mapas, sino con mucho mayor sentido poético, y convencidos de la veracidad de la leyenda, "la Basa de la Mora".
No es ésa la única "mora" que tenemos en nuestra tierra. En el Prepirineo, en el barranco de Mascún, que parece arrancado de las mil y una noches, está también "la losa mora". Los eruditos la llaman "el dolmen de Mascún" a esa piedra plana de tres o cuatro metros de anchura que parece invitar a un banquete. Dicen que los moros enterraron allí a su rey. De hecho se encontraron restos humanos y hasta hay quien asegura que se halló un puñal.
Una mora lloraba la muerte de su dueño y vagaba por todo el valle con la losa apoyada en la cabeza, mientras deambulaba con su rueca bajo el brazo hilando sin cesar y desgranando los suras del Corán con labios temblorosos hasta que encontró los restos de su amor. Y allí depositó la losa que sigue estando en nuestros días.
Más terrible parece que fue la Mora de Oza. Vivía en un paraje de su selva, la más cerrada y preciosa selva que vio monte alguno, y sin más compañía que su avaricia y su odio a todo lo santo. Siempre empleaba sus artes mágicas para hacerse con un inmenso tesoro de cálices, patenas y otros objetos sagrados robados Dios sabe dónde.
Un buen día, un pastor de Echo que apacentaba su rebaño por los alrededores de la selva, se metió dentro para sestear en las horas de mayor calor del día. Y héte aquí que, medio escondido entre unas matas de boj, encontró un cáliz precioso. Miró a su alrededor y al comprobar que nadie lo estaba observando lo guardó en su zurrón con intención de llevárselo al Monasterio de San Pedro de Siresa.
Creía que nadie lo había visto, pero es que las moras-hadas no necesitan estar presentes para enterar­se de todo. Al despertar de su siesta el cáliz seguía estando en su zurrón pero en todo el ambiente flotaba un halo de misterio que lo sobrecogió.
Pronto se sintió como perseguido por unas fuerzas sobrenaturales que le oprimían por todas partes. Dejó allí el ganado y huyó despa-vorido hacia el pueblo.
Corría con todas sus fuerzas porque pensaba que si conseguía refugiarse en el Monasterio, allí se sentiría seguro y protegido contra todo mal. Pues no cabía duda que era algo infernal lo que le perseguía.
La mora que ya estaba pisándole los talones no pudo alcanzarle. Justo en aquel momento penetraba el pastor en la basílica.
Ella, enfurecida al no poder entrar y verse burlada por el pastor y privada de uno de sus preciados tesoros, se convirtió en serpiente y con saña infinita pegó un terrible coletazo contra uno de los bancos de la entrada,
Cuando visitéis ese cúmulo de arte y de misterios que se llama San Pedro de Siresa, todavía podréis ver en el banco de piedra marcada la huella inconfundible de su cola.

0.013. anonimo (aragon)

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