Leyenda del pirineo
Por la montaña aseguraban
hace años que las brujas tienen un poder especial la noche de Navidad. No
sabían decir por qué pero lo cierto es que tomaban todas las precauciones que
estaban a su alcance para evitar que la bruja del pueblo (que nadie sabía a
ciencia cierta quién era) no les jugase alguna mala pasada.
Procuraban cerrar bien
todas las ventanas y entradas posibles aunque con frecuencia era inútil ya que
la bruja tenía la facultad de convertirse en algún animal, con frecuencia en
gato negro, y se colaba por cualquier sitio, aunque fuese por la misma
chimenea. Esa es la razón de por qué en la mayoría de las chimeneas se colocaba
un "espantabrujas" que era una especie de moñaco de piedra con los
brazos abiertos en cruz o una cabezota redonda y fea, también de piedra.
Todavía pueden verse muchos de estos espantabrujas por las casas de los
pueblecillos.
En Nochebuena se evitaba,
naturalmente, dejar a los niños solos pues la bruja se los llevaba de la cuna
aunque, gracias a Dios, luego aparecían en los sitios más inverosímiles, como
en el tejado o en la falsa.
Y menos mal si todo se
quedaba en susto ya que otras veces la bruja daba el mal de ojo al niño y
entonces se iba consumiendo poco a poco porque no quería ningún alimento y
podía llegar hasta morirse si no se consultaba a tiempo al adivino para poner
el remedio.
En un pueblecico cercano
al pico del Turbón, cuyo nombre me callo, empezaron a pasar cosas extrañas.
Y aclaro lo de "El
Turbón" porque éste ha sido siempre el lugar favorito para las reuniones
de brujas de todo el Pirineo. Allí acudían las noches de los viernes, volando
en sus escobas para celebrar sus aquelarres, venerar al diablo convertido en
macho cabrío y recibir de él las órdenes oportunas para los males que tenían
que provocar la semana siguiente.
En una casa, pues, del
pueblo que no digo, empezaron a pasar cosas raras, precisamente en la Nochebue na.
Aquél año, igual que
siempre, como buenos cristianos todos marcharon a la Misa de Gallo, a pesar de la
fortísima nevada que había caído aquella tarde y que hacía impracticables todos
los caminos a la iglesia que se encontraba en la parte alta del pueblo.
Con las palas abrieron
diferentes senderon desde el barrio alto y bajo y todo el lugar se reunió para
la misa. Allí rezaron, cantaron villancicos, se felicitaron unos a otros a la
salida de la iglesia y todos los vecinos se volvieron a sus casas para terminar
la Nochebuena
en familia, comiendo turrón casero, hecho de almendras con miel y echar el
último trago del día antes de acostarse.
Pero en casa del señor
Tomás no terminó bien la fiesta. Llegaron todos felices cantando en la noche
estrellada y haciéndose bromas unos a otros.
Se metieron en la cocina,
echaron al fuego unas aliagas para reavivar la llama y poder encender
"la tronca de Navidad", la dueña fue a buscar el turrón a la despensa
y su marido cogió el porrón y se bajó a la bodega para llenarlo de vino del
toneler viejo que se guardaba para las grandes ocasiones.
Para llegar a la bodega
tenía que pasar por la puerta de la cuadra y se le ocurrió entrar a darse una
vuelta por las caballerías y echarles un pienso extra para que también ellas, a
su manera, pudiesen celebrar la
Navi dad.
Pero nada más entrar en
la cuadra y encender el candil, se quedó de una pieza: una mula,
"Capitana" la llamaban porque era la mejor, estaba tumbada en el
suelo de mala manera. Se acercó preocupado para comprobar, desolado, que no
estaba dormida, sino muerta.
La repasó despacio buscando
el motivo de su muerte ya que nunca había estado enferma. Después de mucho
mirar observó que en el cuello, cerca de la cruz del animal, había unos
arañazos insignificantes que bien podía haberse hecho al rozar cualquier clavo
o astilla. Pero la mula estaba muerta y bien muerta.
Allí terminó la fiesta
por aquel año: la muerte de un animal de trabajo era una auténtica desgracia en
una casa de la montaña, aunque fuera la mejor casa del pueblo, como era la del
señor Tomás.
Mucho tiempo se habló de
aquel percance, y precisamente por haber ocurrido en Nochebuena y en circunstancias
tan extrañas. Pero al cabo de los meses ya dejó de ser tema de conversación. Se
compró otra caballería que costó sus buenos duros en la feria de Graus y para
las labores del verano ya parecía haberse rehecho todo.
Nada hubo de anormal ya
en todo el año y el pueblo se metió en diciembre y en la Navidad.
También aquel año acudió
a Misa de Gallo todo el vecindario. El señor Tomás y su familia también, aunque
con un dejo de tristeza al recordar los acontecimientos del año anterior.
No había caído nieve y a
la salida de la iglesia, el señor Tomás invitó a echar un trago en su casa. A
los chiquillos se les pasó el sueño cuando les dijo que la "tronca"
estaba encendida y aseguró que guardaba algún regalo para todos.
Felices y cantando
marcharon todos, pues, a la casa que invitaba. La cocina era inmensa y habría
sitio de sobras. También el mosen estaba invitado, naturalmente y como era
músico se llevo la guitarra para colaborar en la juerga.
Pero la fiesta se quedó
aguada. Cuando Antonier, el hijo mayor, bajó a la bodega para coger vino, subió
todo desencajado llamando a su padre:
-¡Padre, baje corriendo a
la cuadra, que se ha muerto Carbonero!
Carbonero era el mejor
macho que tenían aquel año, capaz de tirar de un arado como si fuera una yunta
de bueyes.
Los hombres bajaron en
tropel a la cuadra y a la luz del candil pudieron comprobar que, en efecto, el
mulo había muerto. Y el señor Tomás constató, además, que también en. el cuello
tenía un rasguño que manaba un hilillo de sangre.
Las mujeres atendieron a
la chiquillería y todos provocaron a la tronca para que "cagara" sus
regalos, lo que hizo con generosidad. Mientras, los hombres arrastraron la
caballería muerta al muladar y pronto, muy pronto, cada uno marchó a su casa ya
que la del anfitrión no estaba para fiestas.
Dos años seguidos la
misma historia ya les parecía demasiado. Aquello no era normal. El hecho tardó
en olvidarse entre la gente del pueblo y algunos lo tuvieron presente todo el
año. Quien más, quien menos, seguían dándole vueltas a la cabeza y trataban de
encontrar alguna explicación.
Y así transcurrió aquel
año. El macho fue repuesto ya que la casa lo necesitaba y podía, además, permitirse
el lujo de comprar cada año una caballeria. Con esto llegó de nuevo la Navidad.
¿Irían a la misa de
Gallo? El señor Tomás insistía en que sí: ¿cómo iban a dejarla precisamente
cuando las cosas iban mal y más necesitaban la ayuda de Dios? Antonier propuso
la solución:
-Marchaos todos a misa.
Yo me quedaré en la cuadra y veremos qué pasa. Tengo mis propias ideas y quiero
comprobarlas.
A los demás pareció buena
la decisión y marcharon tranquilos todos, menos la abuela que ya era muy vieja
y que, como siempre, se quedaba en la cama. Una vez hubieron salido, Antonier
se dirigió a la cuadra. Todo parecía normal; algunos machos dormían, otros
estaban terminando su pienso y pronto lo harían también.
No hacía demasiado frío
en la cuadra gracias al calor animal, pero el mozo subió a su cuarto a por unas
mantas. Las colocó en una pesebrera que estaba libre, se puso cerca el candil
junto con la caja de cerillas y un buen garrote a mano y se dispuso a velar
aquella noche.
No lo consiguió: el
calorcillo y la digestión de la abundante cena de Nochebuena, regada con vino
viejo, hicieron su efecto; se fue amodorrando y no tardó en dormirse. Todavía
no era medianoche. Incluso dormido acariciaba el garrote que tenía al lado.
Tal vez no había dormido
ni siquiera media hora cuando se despertó sebresaltado. Las caballerías estaban
nerviosas y no dejaban de removerse. Algo raro parecía pasar. Antonier
despabiló en un momento. A tientas tomó la caja de cerillas, extrajo una, frotó
su cabeza contra el raspador de lija; el misto se encendió pero su pequeña
llamarada desapareció inmediatamente como si alguien hubiera soplado. Nervioso
sacó otra cerilla y al frotarla la protegió con la otra mano para que no se apagara
y consiguió encender el candil.
Todos los animales
estaban temblorosos, pero lo que vió le heló la sangre en las venas. A lomos de
un mulo, el mejor que tenían entonces, vió un gato, negro como el carbón, que
le miraba fijo con sus ojos redondos.
Antonier no lo dudó ni un
momento: agarró fuerte el garrote que tenía al lado y lo lanzó con rabia, como
un venablo, contra el gato. No lo cogió de lleno, sólo de refilón. El bicho,
con un chillido lastimero dió un salto y desapareció en la oscuridad.
El mozo se levantó y se
acercó a la caballería que era la víctima aquel año. Pero estaba bien;
solamente asustada y sin ningún rasguño por ninguna parte. La acarició para
tranquilizarla y al final lo consiguió. Poco después todos los animales dormían
pacíficamente.
El que no pudo conciliar
el sueño fue él. Cuando todos volvieron de misa contó lo sucedido. Estaba claro
que una bruja, con sus maleficios, había intentado matarles otro animal. ¿Pero
quién era la bruja que se convertía en gato?
Antonier prefirió acabar
la noche en la cuadra por si acaso. Pero aquel año no se murió ninguna mula ni
macho.
Y el misterio se desveló
a la mañana siguiente cuando todos se levantaron. La señora Pilar entró como de
costumbre en la alcoba de la abuela con el desayuno y se la encontró en un
quejido continuo: ¡Tenía una pierna rota con señales claras de haber recibido
un garrotazo!
0.013. anonimo (aragon)
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