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jueves, 23 de agosto de 2012

El perro y el fuego

Bastante tiempo pasó. Un día apareció una mujer que practicaba el canibalismo; los tobas se unieron contra ella y lograron vencerla. Una vez dominada, la echaron al fuego para terminar simbólicamente con la transgresión.
Otro día llegó una tiniebla muy espesa que todo lo cubría. Había sido precedida por un perro enfermo que se paseó por el caserío de los tobas. Todos lo despreciaron y lo quisieron fuera del poblado: le arrojaron piedras, hasta que se marchó hacia otro, del que también fue expulsado con violencia. De noche regresó y después de andar recorriendo las casas, llegó a la morada de una pareja que no tenía hijos. Sintieron pena por él y lo llamaron para que se acercase al fuego. Le prepararon un sitio con abundante pasto para que se recostase y después lo alimentaron. Pensaron en curarlo y conservarlo como guardián de la casa.
Se acostaron tarde y, una vez dormidos, el sueño del hombre fue interrumpido por un mensajero. Le indicó que debían empezar a trozar madera de árbol Francisco Álvarez exclusivamente. La pila de leña tenía que alcanzar una altura determinada bajo la copa de otro árbol. Durante su tarea, le aseguró que padecerían sed pero nunca hambre, le señaló que tendrían que transcurrir dos jornadas oscuras antes de iniciar la quema de la madera trozada y dedicarse a cocinar.
El mensajero ‑que llevaba una muy buena vestimenta, desconocida por esas tierras‑ convenció al hombre, que, por su parte, realizó lo encomendado con precisión. A la mañana siguiente, él y su mujer emprendieron la tarea. Alcanzada la altura prevista, pudieron descansar. Al mediodía siguiente comenzó a llover y toda la leña del poblado ‑salvo la de árbol Francisco Álvarez cortada por la pareja‑ se mojó, y nadie pudo encender el fuego.
Todos se les acercaron solicitándoles madera, pero ellos no los ayudaron, ya que se habían comprometido a respetar las instrucciones recibidas.

056. anonimo (toba)

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