La figura del duende ha sido representada
universalmente; en la Puna ,
recibió el nombre de dobente. Este personaje se constituyó a partir de
una doble valoración: se creía en él tanto como se lo temia.
Los duendes siempre se caracterizaron por su andar
continuo e inquieto entre los solitarios territorios de los campos. En las
diferentes recreaciones populares se los ha reconocido por su breve tamaño y su
capacidad de inmiscuirse mediante travesuras en las vidas de hombres, niños y
doncellas.
El dobente en su versión del altiplano tenía 50 centímetros de
altura y vagaba desnudo exhibiendo sus particulares manos: una de hierro y otra
de lana. Esta fisonomía combinaba el cuerpo humano con un componente de metal
vinculado directamente con los españoles. Su gran sombrero de ala ancha era
capaz de ocultarlo totalmente ante los ojos de quien lo observara desde lo
alto.
Se lo ha reconocido por sus buenas hazañas y temido
por sus malas acciones, y sin embargo estas valoraciones no lo definen, ya que
la travesura constante de su ingenio era la esencia de su naturaleza.
En la provincia de Jujuy se ocultaba tras las
solitarias rocas de las áridas alturas o elegía las oscuras profundidades de
las fuentes de aguas naturales. Los descubiertos terrenos de la llanura no
podían albergarlo, y en las regiones selváticas se lo llegó a conocer poco.
Según las creencias que han sido transmitidas y
recreadas de generación en generación, el consejo para evitar ser víctima ocasional
de su travieso genio y mantenerlo alejado, consiste en llevar o bien un
rosario, o bien un lazo. El más atrevido de los más bravos duendes no hubiese
dudado en continuar su inquieto andar por los campos y los cerros, antes de
osar a acercarse al portador.
Desde las lejanas soledades se los ha confundido con
cantares melan-cólicos y tristes guitarras.
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