Dicen que una paloma cayó un día a los pies del rey
Brisdharba de Benarés, suplicándole:
-¡Protegedme! ¡El gavilán me persigue!
El rey, famoso por prestar ayuda a los necesitados,
tranquilizó a la paloma y le aseguró que sería capaz de protegerla con su propia
vida. El gavilán, que lo había oído todo, se presentó ante el rey y le habló
así:
-Señor, ese pájaro es mi comida y así lo han dispuesto
los dioses. ¿Qué poder tienes sobre el bien y el mal? Si eres tan bueno, ten consideración
conmigo para que no muera de hambre.
El rey, entendiendo que el gavilán tenía razón, le
dijo que haría que preparasen para él los más exquisitos manjares.
Una mirada cruel apareció en los ojos del ave rapaz,
que habló con voz dura:
-Yo no como jabalí ni ciervo, así que no hay animal de
tus establos que puedas ofrecerme.
Mi comida siempre ha sido la paloma, pero si has
tomado a ésta que perseguía, podemos hacer otra cosa: dame lo mismo que pesa de
tu propia carne y así me conformaré.
Brisdharba contestó que, puesto que había dado su
palabra a la paloma de protegerla, aceptaba lo que el gavilán le proponía.
Al terminar de decirlo, el rey se cortó una mano y la
puso en el platillo de una balanza. En el otro puso a la paloma.
Entre tanto, la reina y toda la corte clamaban al
cielo pidiendo ayuda para su soberano. El cielo escuchó su clamor y una lluvia
de pétalos de flores cayó sobre todos, cubriendo al rey al tiempo que se oía una
música celestial.
Luego, la misma brisa se llevó al gavilán.
Al quedar al descubierto el rey, todos vieron que la
mano que se había cortado estaba de nuevo unida a su muñeca y, a su alrededor, revoloteaba
feliz la paloma, que jamás abandonó a su salvador.
0.999.3 anonimo leyendas,
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