En una llanura de las tierras bajas de Austria se
alzaba un árbol antiquísimo al que, por su porte, llamaban «el pino orgulloso».
Cuentan que había vivido en el árbol durante años un
hada convertida en una mujer vieja y fea que pedía limosna al pie del pino sin
que nadie sospechara de su naturaleza. Vivía también en la comarca un campesino
tan rico como avaro que cada mañana paseaba ante el pino junto a una criada
compasiva que compartía con la mendiga el poco alimento que llevaba.
Cuando el avaro campesino se enteró de que la muchacha
lo compartía, redujo la ración de pan que le daba y, como ésta seguía dándoselo
a la vieja, llegó un día en que el amo no le dio ya nada. La criada lloraba al
pasar delante del pino porque ya no tenía con qué socorrer a la pobre mendiga.
Un día invitaron al campesino a una boda donde comió y bebió hasta hartarse. De
vuelta a casa, al pasar cerca del pino de la mendiga, pensó que se había
equivocado de camino pues, en lugar del árbol, vio un palacio bellísimo.
Estaba espléndidamente iluminado y en su interior
sonaba una música celestial. Animado por la bebida, el campesino quiso incorpo-rarse
a esa fiesta y, sin pensarlo dos veces, entró en el palacio. Allí se encontró
con varios enanitos que, en torno al hada, se daban un festín. Éstos le invitaron
a sentarse y compartir la mesa. El avaro campesino no se hizo de rogar, a pesar
de que no le cabía ni una miga de pan en el estómago, y aprovechó para meterse
en los bol-sillos cuantos manjares le cupieron.
Acabó el banquete y el hada y los enanitos pasaron al
salón de baile.
El campesino se retiró entonces y regresó a su casa.
Cuando llegó, reunió a su familia y a los criados para
presumir con la historia del hada. Quiso corroborar sus palabras sacando lo que
guardaba en los bolsillos, pero... ¡caramba!, sólo apareció boñiga de caballo.
Hubo grandes risotadas y al avaro sólo se le ocurrió
obligar a la criada a que se quedara con el «obsequio».
La muchacha, sin rechistar, recogió la porquería y
salió al patio a tirarla para que sirviera de abono a los campos cuando... ¡oh,
sorpresa!, de súbito algo brilló en su delantal. Al instante comprobó que se
trataba de monedas nuevas y relucientes. ¡Un montón de ellas que no dejaban de
crecer y que corrían por su delantal justo donde antes había tenido que
ensuciarse con el estiércol!
Tan contenta estaba que, en lugar de regresar al
hogar, lo primero que hizo fue acordarse de aquella vieja mendiga del pino, y
hacia allá se dirigió.
Corrió tan deprisa como pudo hasta que divisó la
figura de la mendiga bajo el pino. La muchacha repartió con ella su tesoro y en
ese momento la anciana se convirtió en hada, recompensando a la joven con riquezas
aún mayores, además de dotarla de una belleza equiparable a la de cualquier princesa.
Un mes después, un rico príncipe la tomó por esposa y
se dice que el campesino avaro cayó enfermo, presa de la terrible envidia que
le causó la suerte de su antigua criada.
0.999.3 anonimo leyendas,
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