El más joven de los hijos del rey del Norte, Svan,
deseaba recorrer mundo. Después de mucho caminar, llegó al hogar de un gigante
al que pidió trabajo. El gigante le encargó que limpiase la cuadra
advirtiéndole que no sería fácil y que, además, le prohibía que entrase en las
habitaciones de la casa. Pero el muchacho no pudo resistir la curiosidad y
decidió indagar aprovechando la ausencia del gigante.
En dos habitaciones encontró ollas llenas de plata y
oro. En la tercera había una bella joven a la que preguntó la razón de estar
allí cautiva. Ella le explicó que era una princesa prisionera del terrible
gigante.
La muchacha le explicó también que era muy difícil
realizar los trabajos que le encargaba el gigante, porque aquello parecía el
mundo al revés. El secreto para barrer era hacerlo con el mango de la escoba.
Recordando el consejo, Svan marchó a la cuadra, barrió
con el mango y lo dejó todo limpio. Cuando volvió el gigante, se quedó asombrado
y le encargó otra tarea a Svan: ir a recoger su caballo a un prado cercano.
Svan le contó a la princesa la misión cuando el
gigante salió de casa como cada día.
Ella le explicó que debía usar el bocado de la cuadra
y colocárselo al animal sin vacilar, aunque éste le asustase echando fuego por
la boca. Así lo hizo Svan y no tardó en regresar a la casa del gigante con el
caballo bien amarrado. Cuando el gigante lo vio, le preguntó cómo había
conseguido traerlo y el joven, orgulloso, le contestó que había montado en él.
Tanto sorprendió al gigante la respuesta de Svan que se temió que aquello era
cosa de la princesa, así que decidió ponerle al joven la prueba más difícil
para el día siguiente, a ver si era capaz de realizarla sin rechistar.
Y le envió al infierno, a recoger un tesoro.
La princesa, una vez más, le explicó lo que tenía que
hacer y cómo debía contestar cuando el diablo le preguntase qué había ido a
buscar.
-Debes decirle que sólo te llevarás lo que un hombre
pueda cargar.
Se marchó Svan al lugar indicado por la princesa y,
con sus indicaciones, consiguió abrir las puertas del temido infierno.
Cuando el diablo le hizo la pregunta que Svan
esperaba, le contestó lo que le había indicado la princesa y así se llevó tantos
tesoros como consiguio cargar.
El gigante, cuando lo vio aparecer sano y salvo, se
llenó de ira y volvió a pensar que la princesa aleccionaba a su joven criado
para cumplir sus encargos.
El siguiente encargo se lo hizo el gigante a la princesa
en vez de a Svan: le ordenó que cortase el cuello al muchacho y echase su
cabeza a la sopa.
Cuando el gigante se marchó, ella hizo un corte en el
dedo del joven del que salió sangre que echó al puchero. Tambié llenó un cofre
de oro, tomó una porción de sal, una manzana dorada y un par de gallinas
mágicas, también de oro. Sin más, ambos huyeron espe-rando alejarse antes de
que regresara el gigante.
Cuando alcanzaron el mar, embarcaron en una nave con
rumbo al país del Norte, de donde era originario Svan, aunque nadie sabe de
dónde sacaron el barco...
Lo cierto es que el gigante, al darse cuenta de la
huida, salió en su persecución. Pero como los jóvenes llevaban mucha ventaja, no
consiguió alcanzarles y al gigante no le quedó más remedio que quedarse en la orilla,
maldiciendo su suerte por haber perdido a los prisioneros y tirándose de los pelos,
porque no se le ocurría qué otra cosa podía hacer para recuperarlos.
Entre tanto, Svan y la princesa ya estaban cerca del
palacio del padre del joven. Svan le pidió a ella que le esperase en una tierra
cercana, pues volvería a buscarla como príncipe para llevarla en carroza al
palacio.
Ella temía que Svan se iba a ver envuelto en algún
maleficio que le hiciera olvidarla, pero consintió. La princesa sabía que el
gigante era amigo de alguna bruja y suponía que ya le habría pedido ayuda para
conseguir que a ambos les ocurriese alguna desgracia.
Svan se fue convencido de que no ocurriría nada y así
llegó al palacio de su padre, dispuesto a prepararlo todo para recibir a su amada,
ya que iba a hacerla su esposa y un día reinarían en aquellas tierras.
Pero la princesa tenía razón: una bruja, disfrazada de
pariente de Svan, le ofreció una manzana encantada y él la mordió. Al instante
se olvidó de la muchacha y de todo lo que le había prometido. La princesa, al
ir pasando los días y ver que Svan no regresaba, imaginó lo ocurrido.
Entonces decidió construirse una casa y quedarse allí a
esperar por si cambiaba su suerte en algún momento.
Algunos días después, se casó el hermano mayor de Svan
y, camino de la iglesia, el cortejo pasó ante la casa de la joven. Sin motivo aparente,
los caballos se desmayaron y ella prestó a los príncipes el suyo para que arrastrara
la carroza. A cambio, la invitaron la boda y ella llevó las dos gallinas
mágicas y la manzana de oro que había sacado de casa del gigante. En el
banquete, puso las gallinas sobre la mesa y se lanzaron a pelear por la
manzana. Entonces la princesa, mirando a Svan, le dijo:
-Así peleamos nosotros para llegar aquí. ¿No me
recuerdas?
En ese instante Svan recordó todo lo que había
ocurrido desde que llegara a casa del gigante y pidió perdón a la mujer que siempre
le había ayudado y querido tanto.
Ella le explicó que la culpa no había sido suya, sino
del hechizo de una bruja a las órdenes del gigante.
Así las cosas, aquel mismo día Svan consiguió que expulsaran
del reino a la falsa y malvada pariente, y por fin, en medio del regocijo de la
fiesta por la boda de su hermano, anunció en público que se casaría con la
princesa que amaba.
0.999.3 anonimo leyendas,
No hay comentarios:
Publicar un comentario