Había un gaitero al que la gente creía idiota porque
no sabía más que una canción.
Cierto día que regresaba a casa borracho, un fantasma
se le acercó y le dijo:
-Agárrate a mi vestidura para no caerte; y si quieres llegar
sano y salvo a casa tendrás que tocar el «Shan Van Vocht» para mí.
-¡Pero si no me la sé! -dijo el gaitero asustado.
-¡Toca y calla! -volvió a ordenarle el fantasma.
Y claro: el gaitero tocó.
Éste quiso escucharlos y, después de que el tabernero
hablara, lo hizo el hidalgo:
Al soplar la gaita sonó la melodía que le había pedido
el espectro, así que confió en él.
-Ahora tendrás que venir conmigo -le ordenó el
misterioso espíritu.
Fueron volando hasta una cumbre, el fantasma dio tres
patadas en el suelo y se abrió la tierra bajo sus pies. Llegaron a una estancia
donde había miles de mujeres.
-Toca para ellas y te recompensarán -le dijo el
espectro al gaitero.
Así lo hizo el músico y, al terminar, cada mujer le
entregó una moneda de oro.
-¡Soy rico! -repetía el gaitero mientras el fantasma
le llevaba de vuelta al viejo camino en donde lo había recogido.
Las mujeres le habían regalado también una gaita.
-Ahora tienes dos cosas que antes no tenías: sentido
común y música -dijo el espectro.
«Y mucho dinero», pensó también el gaitero.
Así que, tan contento, se despidió del espíritu y se
dirigió a su casa, donde le esperaba su madre.
-¡Madre! ¡Soy rico y además el mejor gaitero de
Escocia! -grito en cuanto abrió la puerta.
Su madre vio que no parecía bebido.
Él le entregó las monedas de oro y quiso que escuchase
las nuevas melodías. Pero cuando se llevó el instrumento a la boca salió un ruido
parecido al graznido de un pato.
¡Había desaparecido la magia!
Se despertaron todos los vecinos y enseguida empezaron
a burlarse de él.
Entonces el gaitero tocó la gaita vieja y de ella
salió una música deliciosa que dejó boquiabiertos a todos.
En aquel momento decidió el gaitero que no debía
despreciar su viejo instrumento a cambio del nuevo.
A la mañana siguiente, el gaitero y su madre abrieron
el saco de monedas y vieron que se habían convertido en hojas secas.
El gaitero fue a ver al párroco, pero éste, que no
confiaba demasiado en el músico, no quiso creerle.
Entonces el gaitero tocó su vieja gaita. ¡Qué
maravilla! Hasta el cura quedó prendado de las melodías. Desde entonces, el gaitero
se ganó honradamente la vida y, aunque habían desaparecido sus monedas de oro,
no tardó en hacerse rico
0.999.3 anonimo leyendas,
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