El ambicioso rey Fion tenía dos hijas: Kara, luminosa
y rubia como el sol, y Difa, morena y brillante como el azabache.
Cierto día que paseaba por el bosque, encontró a la
reina de las hadas que le hizo una proposición:
-Haré de ti el soberano más poderoso de la Tierra si
nos entregas a tu hija Kara. Te doy también cuatro regalos: un almohadón
mágico, que quien se apoya en él se duerme al instante; una botella que nunca se
vacía; una antorcha que lo ilumina todo...
Y un silbato: al oírlo, las hadas acudirán rápidas a
satisfacer tus deseos.
El ambicioso rey aceptó el trato, a pesar de la
advertencia:
-Sólo si algún día nos devuelves estos cuatro objetos
mara-villosos, nosotras podremos devolverte a tu hija Kara.
Sin pérdida de tiempo, y ante la indiferencia del rey
Fion, que no hacía caso de los lamentos de la joven y menos aún de los de su
hermana Difa, las hadas se llevaron a Kara a las secretas grutas de los
pantanos en los que habitaban sólo seres maravillosos.
Desde el primer momento, Difa, la hermosa joven de
melena oscura y brillante como el azabache, recorrió de día y de noche las orillas
de los pantanos llorando por la desaparición de su hermana. Ella no sabía por
qué las hadas las habían separado ni por qué no se la habían llevado también a
ella, desconocía que a los seres mágicos les repelen los cabellos negros.
Pasaban los años y aunque Kara vivía mimada por las
hadas, no olvidaba a su hermana Difa y lo que más anhelaba en la vida era
recobrar su naturaleza humana para volver junto a los suyos.
Pero el rey Fion murió sin devolver los objetos
mágicos y Kara perdió toda posibilidad de volver con los humanos.
Pasaron los años y se perdieron también aquellos
objetos. Se cuenta que Kara, dotada de vida eterna, aún espera su rescate; y algunas
noches, cuando se apagan los fuegos fatuos de las hadas y brilla la luna, se ve
vagar a las hermanas, Difa convertida en espíritu errante, ambas destinadas a
no encontrarse jamás.
0.999.3 anonimo leyendas,
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