A mediados del siglo X en Castilla gobernaban el rey
de León, pero los castellanos deseaban la independencia y el conde Fernán
González era su líder. En cierta ocasión, acudió el conde a ayudar al rey
Sancho, acosado por las tropas de Abderramán. Una vez lograda la victoria, el
rey temía que el conde pidiera alguna recompensa a cambio, sin embargo nada
solicitó éste y regresó a Castilla. Como Sancho era un avaro, tampoco le
ofreció nada a caballero a cambio de la ayuda prestada.
Pasaron algunos años y el castellano se presentó ante
el rey montando un hermoso caballo árabe con un valioso azor en el puño,
perfecto para la caza. Cuando el rey vio a los animales, se quedó tan prendado
de ellos que ya no pensó más que en poseerlos. Se deshizo en elogios esperando
que, como era costumbre, el castellano ofreciera los animales al rey como
presente de honra. Pero Fernán González permanecía impasible, sin dar muestras
en absoluto de sentirse obligado por las palabras del monarca y sin intención de
regalarle los animales.
Tanta era la ambición del rey, que finalmente se los
pidió sin el menor reparo:
-Decidme, conde, ¿me cederíais vuestro caballo y
vuestro azor por mil monedas? Fernán González aceptó la propuesta y dijo:
-Señor, aquí os los entrego y no hace falta que me
paguéis ahora, sino en otro momento, pero ha de ser un día fijo. Si se retrasa
el pago, por cada día que pase el precio se duplicará. Es la única condición que
pongo.
El avaro rey sólo se fijó en que no tenía que pagar
entonces y firmó un papel con las condiciones.
Fernán González regresó a sus tierras castellanas y el
rey, por su parte, no tardó en olvidar su deuda y el día del vencimiento.
Sólo le interesaba disfrutar de aquello que creía
merecer sin un pago a cambio.
Y así fueron pasando los años. Hacía cinco del negocio
y durante ese tiempo el conde Fernán González había estado batallando contra
los moros, saliendo siempre victorioso. Cierto día regresó a la corte del rey Sancho
con su gran cortejo: quería exigir al monarca el pago de su antigua deuda.
Presentó la cuenta el conde y, aterrado, el monarca
comprendió que no había suficiente dinero en sus arcas para pagarla. Pero como
existía un documento firmado por él, debía cumplir el compromiso.
-De una forma puedo perdonar la deuda, señor -dijo el
conde castellano y es que reconozcáis la independencia de Castilla.
Sancho el Craso, que por este nombre se le conocía, sólo
pudo acceder.
Sabía que el castellano había sido hábil y paciente,
pero antes que poner su honor en entredicho, aceptó el trato de mala gana.
Y Castilla, desde entonces, fue un reino independiente.
Fernán González lo había conseguido.
Todo había sido cuestión de inteligencia, astucia y
buenas dosis de paciencia...
0.999.3 anonimo leyendas -
No hay comentarios:
Publicar un comentario