Hace muchísimos años vivía en Mitila el buen rey Nami.
Poseía un hermoso palacio con siete salones: el primero de plata purísima, el
segundo de oro, el tercero de diamantes, el cuarto de rubíes, el quinto de esmeraldas,
el sexto de zafiros y el séptimo de marfil. Era tan rico que se había cansado
de contar sus riquezas, pero no era feliz.
Por fin, un día el rey abandonó sus posesiones y todos
los placeres y abrazó la vida de asceta, refugiándose en el corazón del espeso
bosque.
Allí se entregó a la oración y todos en el reino
lloraron su ausencia. El dios Indra, que oyó la historia del rey Nami, bajó a la
Tierra para probar su virtud y ponerle a prueba. Primero le engañó diciéndole que
en su palacio se estaban quemando todos sus tesoros, pero Nami permaneció
impasible. Después le tentó para que fortificara su ciudad convirtiéndose en
el más poderoso guerrero de la Tierra. Nami dijo que él sólo creía en la
victoria de dominarse a sí mismo mediante la paz y la serenidad, sin guerrear.
Indra le preguntó entonces por qué no castigaba a los
malhechores de su reino para que fuera un lugar seguro y alcanzara la gloria
como el gobernante más justo, a lo que Nami respondió esta vez:
Con frecuencia los gobernantes castigan de forma
injusta: se apresa a los inocentes y quedan libres los malvados. ¿De qué sirve entonces
someter a los otros?
Indra se quitó su disfraz de sabio y alabó al virtuoso
rey Nami por la fuerza y sabiduría de su espíritu, y le aseguró un lugar en el
cielo.
0.999.3 anonimo leyendas,
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