En la isla de Lesbos vivía un muchacho llamado Faón
que se ganaba la vida llevando pasajeros en su barca.
Cierto día una mendiga le pidió que la trasladase
hasta Asia Menor. Era evidente su pobreza, pero a Faón le conmovió su aspecto
y, olvidándose del dinero, decidió llevarla.
Al llegar a la costa de Asia y desembarcar la pobre
mujer, Faón aún quiso tener un detalle más con ella.
Sacando la mayor de las monedas que llevaba, se la
tendió a la vieja mendiga.
Ella le había contado que aún tenía que continuar
viaje y Faón pensó que no tendría con qué pagarse más transportes, de ahí su
generosidad.
-Gracias, muchacho -dijo ella agradecida. A cambio, recibe
este obsequio.
La mujer le entregó un frasco de perfume tan exquisito
que el joven Faón supo en ese momento que la viajera era la diosa Venus.
De vuelta a Lesbos, contento por su encuentro con la
diosa, Faón se refrescó el rostro con aquel perfume extraordinario.
Al instante quedó convertido en el hombre más hermoso
de la Tierra. Desembarcó y se dirigió a Mitilene, donde a su paso fue provocando
el asombro de todas las doncellas, que se prendaban de su belleza. Pero
especialmente cautivó a Safo, una mujer noble, que se enamoró perdidamente de Faón.
Hasta tal punto que, sin el menor pudor, decidió perseguirle sin cesar con sus
requerimientos procurando ablandar su corazón.
Sin embargo Faón no demostraba estar enamorado de Safo
y ella, dolida por el desprecio de quien había elegido su corazón, un mal día
decidió ir al salto de Léucades para curarse de su mal de amor. Allí acudían los
enamorados desdichados desde que Venus se había curado del amor que sentía por
Adonis tras bañarse en él. Safo se embarcó hacia Léucades, pero, desfallecida
como estaba, cayó al agua. Un remolino la enredó entre sus garras y Safo
desapareció para siempre.
0.999.3 anonimo leyendas,
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