Donde hoy se alzan los hoteles de Baden-Baden antes
había un bosque de abetos y las praderas de alrededor eran tierra de nadie.
Allí llevó cierto día su piara de cerdos un joven porquerizo que se pasó la
jornada haciendo cestos y, entretenido, no reparó en que se le escapaba un animal.
Se puso a buscarlo entre la espesa fronda y ya temía el castigo por haberlo perdido
cuando, por suerte, el cerdo resurgió de la maleza.
Al día siguiente, el porquerizo tuvo más cuidado con
sus animales y, aunque los dejó libres, hizo como si no se diera cuenta cuando
el mismo cerdo se volvió a escapar. Siguiendo al fugitivo, observó que éste descendía
hasta un llano del bosque y allí se revolcaba en el suelo. De repente, justo en
el mismo sitio del que acababa de levantarse el cerdo, comenzaron a elevarse
humos y vapores cálidos que el porquerizo jamás había visto antes.
Se acercó más el muchacho y clavó la punta afilada de
su cayado en el centro de la charca de donde manaban los vapores.
De hecho, se clavó tan profundamente que al porquerizo
le costó sacarlo. Cuando lo consiguió, brotó de la tierra un chorro de agua que
bañó la mano del muchacho: era un agua hirviente que despedía un olor amargo.
Todo aquello le pareció tan extraño al joven que se
apresuró a contar a sus vecinos el hallazgo. En la región descubrieron pronto las
virtudes curativas de aquellos chorros de agua cálida y allí instalaron el
primer balneario de la hoy famosa Baden-Baden.
0.999.3 anonimo leyendas,
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