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martes, 27 de agosto de 2013

El porquerizo y su piara

Donde hoy se alzan los hoteles de Baden-Baden antes había un bosque de abetos y las praderas de alrededor eran tierra de nadie. Allí llevó cierto día su piara de cerdos un joven porquerizo que se pasó la jornada haciendo cestos y, entretenido, no reparó en que se le escapaba un animal. Se puso a buscarlo entre la espesa fronda y ya temía el castigo por haberlo perdido cuando, por suerte, el cerdo resurgió de la maleza.
Al día siguiente, el porquerizo tuvo más cuidado con sus animales y, aunque los dejó libres, hizo como si no se diera cuenta cuando el mismo cerdo se volvió a escapar. Siguiendo al fugitivo, observó que éste descendía hasta un llano del bosque y allí se revolcaba en el suelo. De repente, justo en el mismo sitio del que acababa de levantarse el cerdo, comenzaron a elevarse humos y vapores cálidos que el porquerizo jamás había visto antes.
Se acercó más el muchacho y clavó la punta afilada de su cayado en el centro de la charca de donde manaban los vapores.
De hecho, se clavó tan profundamente que al porquerizo le costó sacarlo. Cuando lo consiguió, brotó de la tierra un chorro de agua que bañó la mano del muchacho: era un agua hirviente que despedía un olor amargo.
Todo aquello le pareció tan extraño al joven que se apresuró a contar a sus vecinos el hallazgo. En la región descubrieron pronto las virtudes curativas de aquellos chorros de agua cálida y allí instalaron el primer balneario de la hoy famosa Baden-Baden.

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