En una pequeña aldea de
la montaña alemana se celebraban con gran brillantez las fiestas de Pentecostés.
Todos los vecinos engalanaban la noche de vísperas sus balcones con colgaduras
y guirnaldas de flores, y al amanecer de aquel día aparecía la aldea radiante
de flores, animación y alegría.
Habitaba en el pueblo un
pobre anciano con dos hijas mozas, muy bellas, pero que vivían tan estrechamente
que no tenían siquiera una tela con que adornar la sola ventana de su humilde
choza. Las muchachas estaban apenadas de que fuera su casa la única del pueblo
que no se sumase a la fiesta religiosa, y, entristecidas, se acostaron,
pensando en el despertar del día siguiente. Ya en la cama, las dos hermanas
idearon que podían lavar aquella noche la única sábana que tenían y adornar con
ella, cubriéndola de flores, su ventana. Callandito, se levantaron, para no
hacer ruido, para que el padre no se enterara de que se iban.
Tenían que atravesar un
espeso monte para llegar al río, y las dos hermanas iban muy cogidas del brazo,
con gran miedo, sobresaltándolas todas las sombras que veían. La noche estaba
envuelta en tiniebla, un viento huracanado movía los árboles, haciendo crujir
las ramas, que se inclinaban amenazadoras sobre las muchachas, que temblaban
de espanto. El viento aullaba como manadas de lobos hambrientos.
Las jóvenes, con el
miedo, se perdieron y tardaron en encontrar el río. Por fin, vieron relucir el
agua y se arrodillaron a la orilla para lavar con gran prisa entre las dos. Una
de ellas dijo:
-¿Qué hora será? Porque
desde las doce de la noche es fiesta y es pecado trabajar.
Su hermana la tranquilizó
diciendo que faltaba mucho para la medianoche, y, afanosas continuaron su
tarea, para acabar pronto, antes de que su padre despertara y viera que habían
salido. Tan preocupadas estaban lavando, que no se dieron cuenta de que en el
lejano reloj de la iglesia daban las doce, ni de que el cielo se encapotaba y
amenazaba una tormenta. De repente, hinchándose la corriente del río con
sordo ruido, y revolviéndose el agua en torbellinos de espuma, se desbordó el
río, arrastrando a las infelices muchachas, que, envueltas en la sábana que
les servía de mortaja, fueron llevadas por el agua río abajo.
Al día siguiente amaneció
despejado y luminoso. La aldea hervía de animación y alegría, con la nota
riente de sus floridos balcones.
El viejo despertó con la
algazara y bullicio callejero, y las músicas y canciones populares que resonaban
en la aldea. Buscó a sus hijas por la casa y, al no verlas, pensando que habían
ido por flores y plantas para enramar la ventana, salió en su busca. Al llegar
al bosque, preguntó a un arriero si había visto a dos jóvenes rubias y muy
bellas. Pero el arriero a nadie había encontrado.
Siguió andando, y
preguntó a unos labriegos si habían visto por allí a dos jóvenes rubias y muy
hermosas, pero ellos con nadie se habían cruzado en el camino.
Más allá vio a un pobre
viejo y, acercándose a él, le hizo la misma pregunta. Le respondió que las
había visto la noche anterior, que, con un lío de ropa en la mano, se dirigían
hacia el río. Sintió el padre un golpe en el corazón ante la noticia, pues
habían pasado muchas horas y le alarmaba que no estuviesen ya de vuelta.
Con ansiedad, se dirigió
al arroyo y encontró a un pastor con su rebaño, y le preguntó si había visto
por allí a sus hijas. El pastor le contó cómo había visto que el río,
desbordado, arrastraba con su impetuosa corriente los cadáveres de dos
muchachas rubias envueltas en un sudario blanco.
El anciano padre, loco de
dolor, corrió gritando por la orilla del río, y preguntando por sus hijas a
todos los que veía. Todos le contestaban:
-¡Más abajo!
Continuó corriendo
siempre y llamándolas con tristes gemidos, que todavía se escuchan por las noches
en las márgenes del río, sin que hasta el presente haya logrado el pobre
anciano dar con el paradero de sus hijas.
Dicen las gentes del país
que en los aniversarios del trágico suceso se oye desde la orilla del río el
golpear de la ropa de unas invisibles lavanderas nocturnas, que muchos han
pretendido sorprender, y al ir a cogerlas, el ruido se oye en la orilla
opuesta.
012. anonimo (alemania)
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