Por una de las carreteras
de Asturias caminaba un día un mendigo pidiendo limosna. Una mujer que se cruzó
a su paso le socorrió amablemente en lo que le fue posible, y, deseosa de
entablar conversación, le preguntó de dónde era. El mendigo repuso que de
Riera, y que allí tenía una humilde casa, a la cual se dirigía y, en la que le
esperaba su mujer. Al oír el nombre de aquel pueblo, la caritativa señora no
pudo contener sus lágrimas, y le explicó que precisamente en aquel lugar ella
había perdido a sus tres hijas, que estaban sometidas a encantamiento en la
cueva de las Dueñas.
Como Riera estaba muy
apartado de aquellos lugares, y la buena mujer no tenía posibilidad de ir
hasta allí, rogó al mendigo que le prestara un servicio; sacó del bolsillo
tres bollos de tres picos y le explicó que debía ir con ellos hasta la boca de
la cueva de las Dueñas, al amanecer del día de San Juan, y decir allí ciertas
palabras cabalísticas, teniendo buen cuidado de que a los bollos no les faltase
ningún pico. Prometió el mendigo cumplir fielmente el encargo, y marchó hacia
Riera, donde fue recibido por su mujer.
Con los tres bollos
cuidadosamente reservados, esperó hasta el día de San Juan; pero en cierta ocasión
en que se hallaba fuera de casa, su mujer se sintió acometida por el hambre y,
no pudiendo contenerse, quitó el pico a uno de los bollos. Cuando se enteró el
marido de lo ocurrido, no pudo disimular su descontento y su preocupación;
pero, no obstante, se decidió a probar suerte, y el día de San Juan, antes que
amaneciera, se puso en camino hacia la cueva de las Dueñas, llevando sus tres
bollos en la mano.
-Llegó a la boca de la
cueva cuando los primeros rayos del sol empezaban a clarear el día, y entonces
pronunció las palabras que le había indicado la mujer.
Al instante salió de la
cueva una doncella bellísima de largos cabellos rubios. El mendigo le entregó
el bollo; ella lo colocó en el suelo, y al instante el bollo se convirtió en un
caballo. Luego, dirigiéndose al buen hombre, le dijo:
-La que viene detrás te
pagará.
Volvió entonces él a
repetir las palabras cabalísticas, y una doncella tan hermosa como la anterior
salió de la cueva. Le entregó el bollo, como a la primera, y ella lo puso en
el suelo, convirtiéndose en otro espléndido caballo. Dirigiéndose entonces al
mendigo, volvió a repetir:
-La que viene detrás te
pagará.
Con el último bollo que
le quedaba, si bien roto por uno de sus picos, volvió a formular la misma frase
que hiciera surgir a las dos doncellas, y al instante hizo su aparición otra,
no inferior a las anteriores en hermosura. Pero al coger el bollo, rompió a
llorar desconsoladamente y dijo que con aquel panecillo incompleto sólo podría
salir un caballo de tres patas, en el cual le sería imposible huir. No obstante,
le entregó un cinturón, diciéndole que era el pago prometido por sus hermanas y
que se lo regalaban para su mujer. Acto seguido las tres doncellas, tristes y
llorosas, regresaron a la cueva.
También se marchó
cariacontecido el buen hombre, y pesaroso de no haber podido liberar a las desgraciadas
jóvenes.
-Volvía de regreso por la
carretera, cuando, sintiéndose fatigado, se detuvo a descansar debajo de un
roble, dejando ceñido el cinturón que le acababan de regalar las tres hermanas
en el tronco del árbol. ¡Cuál no sería el asombro del mendigo cuando, al
contacto del cinturón, el roble empezó a arder con una violencia desconocida!
Comprendió entonces que aquel castigo había sido dedicado a su mujer, como
venganza por haberse comido el pico de uno de los bollos, imposibilitando así
la huida de las tres doncellas.
El buen hombre,
satisfecho por haber podido librar de morir abrasada a su mujer, se encaminó
hacia su casa.
003. anonimo (españa)
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