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martes, 4 de septiembre de 2012

Los tres panecillos

Por una de las carreteras de Asturias caminaba un día un mendigo pidiendo limosna. Una mujer que se cruzó a su paso le socorrió amablemente en lo que le fue posible, y, deseosa de entablar conver­sación, le preguntó de dónde era. El mendigo repuso que de Riera, y que allí tenía una humilde casa, a la cual se dirigía y, en la que le esperaba su mujer. Al oír el nombre de aquel pueblo, la caritativa señora no pudo contener sus lágrimas, y le explicó que pre­cisamente en aquel lugar ella había perdido a sus tres hijas, que estaban sometidas a encantamiento en la cueva de las Dueñas.
Como Riera estaba muy apartado de aquellos lu­gares, y la buena mujer no tenía posibilidad de ir hasta allí, rogó al mendigo que le prestara un servi­cio; sacó del bolsillo tres bollos de tres picos y le ex­plicó que debía ir con ellos hasta la boca de la cueva de las Dueñas, al amanecer del día de San Juan, y decir allí ciertas palabras cabalísticas, teniendo buen cuidado de que a los bollos no les faltase ningún pico. Prometió el mendigo cumplir fielmente el en­cargo, y marchó hacia Riera, donde fue recibido por su mujer.
Con los tres bollos cuidadosamente reservados, esperó hasta el día de San Juan; pero en cierta oca­sión en que se hallaba fuera de casa, su mujer se sin­tió acometida por el hambre y, no pudiendo conte­nerse, quitó el pico a uno de los bollos. Cuando se enteró el marido de lo ocurrido, no pudo disimular su descontento y su preocupación; pero, no obs­tante, se decidió a probar suerte, y el día de San Juan, antes que amaneciera, se puso en camino hacia la cueva de las Dueñas, llevando sus tres bo­llos en la mano.
-Llegó a la boca de la cueva cuando los primeros rayos del sol empezaban a clarear el día, y entonces pronunció las palabras que le había indicado la mujer.
Al instante salió de la cueva una doncella bellí­sima de largos cabellos rubios. El mendigo le en­tregó el bollo; ella lo colocó en el suelo, y al instante el bollo se convirtió en un caballo. Luego, dirigién­dose al buen hombre, le dijo:
-La que viene detrás te pagará.
Volvió entonces él a repetir las palabras cabalísti­cas, y una doncella tan hermosa como la anterior salió de la cueva. Le entregó el bollo, como a la pri­mera, y ella lo puso en el suelo, convirtiéndose en otro espléndido caballo. Dirigiéndose entonces al mendigo, volvió a repetir:
-La que viene detrás te pagará.
Con el último bollo que le quedaba, si bien roto por uno de sus picos, volvió a formular la misma frase que hiciera surgir a las dos doncellas, y al ins­tante hizo su aparición otra, no inferior a las ante­riores en hermosura. Pero al coger el bollo, rompió a llorar desconsoladamente y dijo que con aquel pa­necillo incompleto sólo podría salir un caballo de tres patas, en el cual le sería imposible huir. No obs­tante, le entregó un cinturón, diciéndole que era el pago prometido por sus hermanas y que se lo rega­laban para su mujer. Acto seguido las tres doncellas, tristes y llorosas, regresaron a la cueva.
También se marchó cariacontecido el buen hom­bre, y pesaroso de no haber podido liberar a las des­graciadas jóvenes.
-Volvía de regreso por la carretera, cuando, sin­tiéndose fatigado, se detuvo a descansar debajo de un roble, dejando ceñido el cinturón que le acaba­ban de regalar las tres hermanas en el tronco del árbol. ¡Cuál no sería el asombro del mendigo cuan­do, al contacto del cinturón, el roble empezó a arder con una violencia desconocida! Comprendió enton­ces que aquel castigo había sido dedicado a su mu­jer, como venganza por haberse comido el pico de uno de los bollos, imposibilitando así la huida de las tres doncellas.
El buen hombre, satisfecho por haber podido li­brar de morir abrasada a su mujer, se encaminó hacia su casa.

003. anonimo (españa)

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