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martes, 4 de septiembre de 2012

La gallina que quiso ser papisa, y el gallo, papa

De entre las muchas cosas inverosímiles que hay en el mundo, una es la leyenda de cómo un gallo y una gallina fueron a Roma.
Era un magnífico día de mayo, cuando la gallina, que era la más osada, le dijo al gallo:
-Oye, ¿por qué no nos vamos a Roma?
Figúrense la cara que puso el gallo. No obstante, dada su esmerada educación, pues era un gallo de raza fina, le preguntó:
-¿Y qué vamos a hacer allí?
La gallina le miró de reojo y contestó:
-Pues mira: tú serás papa, y yo, papisa.
La indignación del gallo no tuvo límites y la apos­trofó duramente, exponiéndole con mucha cordura adónde la podría conducir su exceso de orgullo.
Como sucede muchas veces, la plática no sirvió de nada y la gallina se retiró de su presencia.
Poco durmió el gallo esa noche, a pesar de su sa­biduría; eso del viaje a Roma le llenaba la imagi­nación.
«¿Por qué no hemos de ir? -se preguntaba. Al fin y al cabo, yo soy tan importante que hasta el sol responde a mi llamada. Quizá pudiese llegar a papa.»
Al día siguiente, se fue a buscar a la gallina, a in­dagar qué tal había pasado la noche y si la puesta del huevo matinal había sido buena. Mas la gallina se había levantado de mal talante y se estaba que­jando de todo: que la comida era mala, que los sitios destinados a poner los huevos están sucios:..; en fin, de mil y mil cosas más. Total: el gallo vio que la ga­llina estaba de mal humor por lo del viaje y empezó su labor:
-Oye, querida, ¿sabes que lo del viaje a Roma me está empezando a gustar? Al fin y al cabo, ¿por qué no hemos de ir?
La gallina aprovechó la ocasión y le dijo:
-Mira, eso es culpa tuya; porque si quisieses, partiríamos ense-guida. Tú serías papa, y yo, papisa.
El gallo se hizo rogar un poco, y por fin cedió.
Para transportarse en tan largo viaje, se constru­yeron una especie de vagón de cortezas de árbol, briznas, barro, etc., y a él enjaezaron cuatro razones. Como es natural el gallo iba de auriga y la gallina de pasajera. Habría caminado un buen rato, cuan­do oyeron que una voz les daba los buenos días. Mi­raron para arriba y vieron una paloma, que les preguntó:
¿Adóndé os dirigis?
La gallina contectó que iban a Roma y que el gallo iba a ser papa y ella papisa. La paloma rogó que se la llevasen consigo, diciendo que ell les serviría de doncella. A la gallina, eso de tener doncella le encantó y, a pesar que de los gruñidos del gallo dijo que sí. La paloma se comprometio a volar cuando viniesen cuestas arriba. La comitiva prosiguió su camino con un pasajero más.
Habrían andado una jornada, cuando otra vez fueron saludados. Esta vez por una corneja, que les preguntó adónde se dirigían. El gallo contestó que a Roma, que él iba a ser papa y la gallina papisa, aña­diendo que la paloma iba de doncella. La corneja rogó que la llevasen; mas la gallina protestó, di­ciendo que la carga ya era demasiado pesada y que los caballos que llevaban se cansarían antes de lle­gar. Mas la corneja insistió diciendo que iría de co­cinera y que en las cuestas arriba volaría, para ayu­dar a los animalitos que llevaban la carga. Tan pronto oyó el gallo lo de la cocina, convenció a la gallina, pues a él le gustaba comer bien, e incluye­ron a la corneja.
He aquí que nuestros amigos prosiguieron su jor­nada con uno de más.
Un poco más allá, se encontraron a un gorrión, que también quería saber adónde iban. El gallo contestó lo mismo, explicando el cometido que lle­vaba cada uno. El gorrión se ofreció de ama de cría; mas la gallina se ruborizó, diciendo que a ella no le hacía falta. Pero el gallo, que se sentía muy fuer­te, viendo al gorrión tan pequeño, le explicó a la gallina que un poco de peso más daba igual. La ga­llina pasó por ello y continuó la caravana.
En esto, nuestros amigos penetraron en un denso bosque, donde al poco rato dieron con un zorro, que estaba sentado al borde del camino. Éste les paró, mirándoles con curiosidad y les hizo la misma pre­gunta que los anteriores. Esta vez, el gallo, viendo el peligro que corrían, se levantó de su asiento y con la cresta toda colorada le dijo que a Roma, a ser papa; que la gallina iba a ser papisa; la paloma, doncella; la corneja, cocinera; el gorrión, ama de cría, y que los ratones eran los caballos. El zorro les preguntó si sabían el camino, a lo cual contestaron que no; pero que eso era cuestión de los ratones. El zorro les miró solícito y les contó que era una verdadera casuali­dad, porque él también había decidido ir a Roma a llorar sus pecados y que, por lo tanto, irían todos juntos, porque el bosque estaba lleno de lobos, y así él los podría proteger.
Anduvieron un rato, y el zorro les explicó que ha­bían llegado a un sitio donde él conocía un camino secreto que pasaba por debajo de la montaña, que era mucho más seguro. La gallina no quería seguir adelante. Pero los demás calmaron sus temorés y todos entraron en el pasadizo, conducidos por el zorro. La paloma se quejó de que aquello era dema­siado oscuro, mas el zorro le aseguró que dentro de poco verían la luz. Así fue, y a la vuelta de un recodo salieron a una especie de caverna, que no era más que la guarida del zorro. Cuando todos estuvieron dentro, el zorro cerró la única puerta de escape y se sentó sobre la cola, relamiéndose el hocico.
-Ahora -les dijo- vais a pagar vuestras culpas, cada uno como se las merece.
Y dirigiéndose al gallo, le dijo:
-Tú, gallo, me despiertas todas las mañanas con tu canto. Y en castigo a eso, te mataré.
Y de una dentellada lo mató.
-Tú, gallina, siempre pones tus huevos sobre las cenizas, por lo cual me he quemado muchas veces las patas; en castigo, te mataré también.
Y de un mordisco la mató.
-Tú, corneja, por hacer tus nidos tan altos que no puedo alcanzar a tus crías, te mataré también.
Una cosa parecida le dijo a la paloma, y la mató.
Entonces se dirigió al gorrión, que en todo este tiempo había estado trabajando sin cesar con el pico y con las uñas, y le dijo:
-Gorrión, prepárate a morir.
Mas el gorrión le contestó:
-¿Por qué me vas a matar a mí que soy tan pe­queño, teniendo ahí manjares tan suculentos?
Y en el momento en que el zorro iba a saltar sobre él, se escapó por un agujero que había hecho, dán­dole las gracias por su fina amabilidad.
Los ratones aprovecharon el intervalo de la ira del zorro para escaparse por el mismo agujero que la laboriosidad del gorrión les había brindado.
El único que llegó a Roma fue el gorrión; de todos los que salieron, el más humilde.
Así ocurre muchas veces en la vida.

125. anonimo (polonia)

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