De entre las muchas cosas
inverosímiles que hay en el mundo, una es la leyenda de cómo un gallo y una
gallina fueron a Roma.
Era un magnífico día de
mayo, cuando la gallina, que era la más osada, le dijo al gallo:
-Oye, ¿por qué no nos
vamos a Roma?
Figúrense la cara que
puso el gallo. No obstante, dada su esmerada educación, pues era un gallo de
raza fina, le preguntó:
-¿Y qué vamos a hacer
allí?
La gallina le miró de
reojo y contestó:
-Pues mira: tú serás
papa, y yo, papisa.
La indignación del gallo
no tuvo límites y la apostrofó duramente, exponiéndole con mucha cordura
adónde la podría conducir su exceso de orgullo.
Como sucede muchas veces,
la plática no sirvió de nada y la gallina se retiró de su presencia.
Poco durmió el gallo esa
noche, a pesar de su sabiduría; eso del viaje a Roma le llenaba la imaginación.
«¿Por qué no hemos de ir?
-se preguntaba. Al fin y al cabo, yo soy tan importante que hasta el sol
responde a mi llamada. Quizá pudiese llegar a papa.»
Al día siguiente, se fue
a buscar a la gallina, a indagar qué tal había pasado la noche y si la puesta
del huevo matinal había sido buena. Mas la gallina se había levantado de mal
talante y se estaba quejando de todo: que la comida era mala, que los sitios
destinados a poner los huevos están sucios:..; en fin, de mil y mil cosas más.
Total: el gallo vio que la gallina estaba de mal humor por lo del viaje y
empezó su labor:
-Oye, querida, ¿sabes que
lo del viaje a Roma me está empezando a gustar? Al fin y al cabo, ¿por qué no hemos
de ir?
La gallina aprovechó la
ocasión y le dijo:
-Mira, eso es culpa tuya;
porque si quisieses, partiríamos ense-guida. Tú serías papa, y yo, papisa.
El gallo se hizo rogar un
poco, y por fin cedió.
Para transportarse en tan
largo viaje, se construyeron una especie de vagón de cortezas de árbol,
briznas, barro, etc., y a él enjaezaron cuatro razones. Como es natural el
gallo iba de auriga y la gallina de pasajera. Habría caminado un buen rato,
cuando oyeron que una voz les daba los buenos días. Miraron para arriba y
vieron una paloma, que les preguntó:
¿Adóndé os dirigis?
La gallina contectó que
iban a Roma y que el gallo iba a ser papa y ella papisa. La paloma rogó que se
la llevasen consigo, diciendo que ell les serviría de doncella. A la gallina,
eso de tener doncella le encantó y, a pesar que de los gruñidos del gallo dijo
que sí. La paloma se comprometio a volar cuando viniesen cuestas arriba. La
comitiva prosiguió su camino con un pasajero más.
Habrían andado una
jornada, cuando otra vez fueron saludados. Esta vez por una corneja, que les
preguntó adónde se dirigían. El gallo contestó que a Roma, que él iba a ser
papa y la gallina papisa, añadiendo que la paloma iba de doncella. La corneja rogó
que la llevasen; mas la gallina protestó, diciendo que la carga ya era
demasiado pesada y que los caballos que llevaban se cansarían antes de llegar.
Mas la corneja insistió diciendo que iría de cocinera y que en las cuestas
arriba volaría, para ayudar a los animalitos que llevaban la carga. Tan pronto
oyó el gallo lo de la cocina, convenció a la gallina, pues a él le gustaba
comer bien, e incluyeron a la corneja.
He aquí que nuestros
amigos prosiguieron su jornada con uno de más.
Un poco más allá, se
encontraron a un gorrión, que también quería saber adónde iban. El gallo
contestó lo mismo, explicando el cometido que llevaba cada uno. El gorrión se
ofreció de ama de cría; mas la gallina se ruborizó, diciendo que a ella no le
hacía falta. Pero el gallo, que se sentía muy fuerte, viendo al gorrión tan
pequeño, le explicó a la gallina que un poco de peso más daba igual. La gallina
pasó por ello y continuó la caravana.
En esto, nuestros amigos
penetraron en un denso bosque, donde al poco rato dieron con un zorro, que
estaba sentado al borde del camino. Éste les paró, mirándoles con curiosidad y
les hizo la misma pregunta que los anteriores. Esta vez, el gallo, viendo el
peligro que corrían, se levantó de su asiento y con la cresta toda colorada le
dijo que a Roma, a ser papa; que la gallina iba a ser papisa; la paloma,
doncella; la corneja, cocinera; el gorrión, ama de cría, y que los ratones eran
los caballos. El zorro les preguntó si sabían el camino, a lo cual contestaron
que no; pero que eso era cuestión de los ratones. El zorro les miró solícito y
les contó que era una verdadera casualidad, porque él también había decidido
ir a Roma a llorar sus pecados y que, por lo tanto, irían todos juntos, porque
el bosque estaba lleno de lobos, y así él los podría proteger.
Anduvieron un rato, y el
zorro les explicó que habían llegado a un sitio donde él conocía un camino
secreto que pasaba por debajo de la montaña, que era mucho más seguro. La
gallina no quería seguir adelante. Pero los demás calmaron sus temorés y todos
entraron en el pasadizo, conducidos por el zorro. La paloma se quejó de que
aquello era demasiado oscuro, mas el zorro le aseguró que dentro de poco
verían la luz. Así fue, y a la vuelta de un recodo salieron a una especie de
caverna, que no era más que la guarida del zorro. Cuando todos estuvieron
dentro, el zorro cerró la única puerta de escape y se sentó sobre la cola,
relamiéndose el hocico.
-Ahora -les dijo- vais a
pagar vuestras culpas, cada uno como se las merece.
Y dirigiéndose al gallo,
le dijo:
-Tú, gallo, me despiertas
todas las mañanas con tu canto. Y en castigo a eso, te mataré.
Y de una dentellada lo
mató.
-Tú, gallina, siempre
pones tus huevos sobre las cenizas, por lo cual me he quemado muchas veces las
patas; en castigo, te mataré también.
Y de un mordisco la mató.
-Tú, corneja, por hacer
tus nidos tan altos que no puedo alcanzar a tus crías, te mataré también.
Una cosa parecida le dijo
a la paloma, y la mató.
Entonces se dirigió al
gorrión, que en todo este tiempo había estado trabajando sin cesar con el pico
y con las uñas, y le dijo:
-Gorrión, prepárate a
morir.
Mas el gorrión le
contestó:
-¿Por qué me vas a matar
a mí que soy tan pequeño, teniendo ahí manjares tan suculentos?
Y en el momento en que el
zorro iba a saltar sobre él, se escapó por un agujero que había hecho, dándole
las gracias por su fina amabilidad.
Los ratones aprovecharon
el intervalo de la ira del zorro para escaparse por el mismo agujero que la
laboriosidad del gorrión les había brindado.
El único que llegó a Roma
fue el gorrión; de todos los que salieron, el más humilde.
Así ocurre muchas veces
en la vida.
125. anonimo (polonia)
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