En boca del pueblo
italiano corre esta leyenda, extraña fusión de dos narraciones de extensión
universal.
Un padre amaba
tiernamente a su único hijo. En él cifraba sus más nobles esperanzas. Era ya
mozo el muchacho, cuando un día topó con una bruja, que le anunció que mataría
a su padre. Horrorizado el joven, decidió hurtarse a su fatal sino y, cuando
llegó a su casa, anunció al padre sus propósitos de marcharse del país. Los
ruegos y súplicas del buen hombre no hallaron eco. Dio, pues, al muchacho la
parte de la hacienda que le correspondía, y le bendijo. Púsose en camino el
mozo, apoyando su cuerpo en un bastón, y protegiendo sus pies con fuertes
zapatos de hierro. Al salir del lugar, juró que no habría de detenerse en su
marcha hasta que no se hubieran consumido sus zapatos.
Caminó incansablemente:
sus ojos recogieron las imágenes de mil paisajes distintos. En las proximidades
de Pavía se detuvo el viajero y miró a sus pies: los zapatos, consumidos y
deshechos, le abando-naban. Entró en la ciudad y estableció en ella su morada.
Como su bolsa iba repleta, le fue fácil encontrar amigos. Muy pronto, el
propio Rey le distinguió con su afecto y le dio a su hermana en matrimonio.
En tanto, el amante padre
languidecía de dolor bajo el recuerdo de su hijo. No pudiendo resistir por más
tiempo la ausencia de éste, determinó marchar en su busca. Mandó que le
hicieran unos zapatos semejantes a los que condujeron a su hijo hacia el
destierro, y recorrió el mismo camino, arduo e interminable.
En todas la ventas y
posadas se detenía el buen viejo y preguntaba con ansia:
-¿No visteis, buena
gente, hace ya muchos años, pasar por aquí a un joven? Sin duda tenéis queirecordarlo,
pues era el más arrogante que imaginarse puede: alto, de nariz aguileña;
calzaba zapatos de hierro y se apoyaba sobre un bastón.
Y todos contestaban
invariablemente:
-Sí, le vimos; marchó por
aquel camino.
Y señalaba la ruta que
conducía a Pavía. Llegó, al fin, a ciudad y, al momento, se enteró de que viví
allí considerado y querido de todos; que se había casado con la hermana del Rey
y que el Monarca le favorecía con su amistad. Le salió una bruja al encuentro
y le indicó la casa. Se dirigió a ella con el corazón alborozado. Mas su hijo
no estaba en casa; había ido a cazar con el Soberano. Le recibió la esposa,
que, al enterarse de quién era, le dedicó mil atenciones y le rogó que
descansara de las fatigas de tan largo viaje. Le preparó el lecho, y al poco
rato el padre, feliz, dormía tranquilo. En tanto, la incansable bruja buscó al
hijo, y con insidias y calumnias consiguió hacerle creer que su mujer le
engañaba:
-Si no lo crees, vuelve
al momento a tu casa y encontrarás al traidor en tu propio lecho.
Loco de celos, marchó el
aturdido esposo. Llegó a su alcoba, vio el lecho ocupado y, sin atender a más
reflexiones, dio muerte a su propio padre.
Tan pronto como advirtió
su error, negra desesperación invadió su pecho. Muchos días anduvo como loco,
y a duras penas pudieron impedir que tomara sobre sí mismo fiera venganza.
Pronto comprendió, sin
embargo, el parricida que no escaparía al castigo del Rey. Así fue. El Monarca
ordenó el apresamiento y juicio del involuntario asesino.
Por aquel mismo tiempo,
un grave pesar contristaba al Rey: se había emprendido la construcción de un
hermoso puente sobre Pavía; mas el trabajo amenazaba quedar inconcluso, pues
todo lo que se edificaba durante el día era destruido misteriosamente por la
noche.
Ante la amenaza de muerte
que pesaba sobre nuestro héroe, su esposa intentó un postrero y heroico
remedio. Le aconsejó que suplicara la gracia de la vida y acometiera, en
cambio, la empresa de construir el puente. Así lo hizo; aceptó el Rey y le
autorizó para tomar las medidas que juzgara oportunas. Hízose construir el
triste reo una casita sobre una de las extremidades del puente, y llamó a unos
cuantos expertos albañiles de la
Lombardía , que trabajaron todo el día en la construcción. Al
oscurecer, se retiraron los obreros. Sobre la medianoche, un rumor alarmante
puso sobre aviso al centinela. Y vio al diablo que, con sus vigorosos hombros y
su potente pecho, golpeaba la construcción y destruía la obra.
Llegóse a él y le dijo:
-¿Por qué te empeñas en
destruir nuestro trabajo? ¿Qué es lo que pretendes?
El demonio no contestó a
estas preguntas, sino que, aviesamente, propuso:
-Si prometes entregarme
la primera alma que pase sobre este puente, yo te garantizo que en la próxima
noche lo verás concluido.
No se paró a reflexionar
nuestro hombre, aceptando al momento. El diablo se marchó, y a la noche
siguiente regresó con otros diablos bien pertrechado de herramientas y
materiales, dando por concluido el puente en pocas horas.
Al amanecer, todo el
pueblo de Pavía se extasiába en la contemplación de la prodigiosa obra. Mas el
cuñado del Rey se sentía devorado por la preocupación de su horrible pacto.
Confióse a su mujer, que, haciendo gala de piadosa prudencia, le hizo llevar a
la diabólica construcción un cachorrillo, y, antes de que nadie hubiera pisado
las losas del recién concluido puente, cruzó sobre ellas el desventurado
animal. Al otro extremo esperaba, ansioso, el diablo; mas cuando vio llegar al
cachorrillo y oyó la voz de su burlador, que decía:
-¡Ahí tienes, ésa es la
primera alma que ha cruzado sobre el puente!
Ciego de impotente rabia,
cogió a su víctima y la estrelló contra el parapeto. Y en aquel punto apareció
un agujero redondo, huella perdurable de la derrota satánica, que nadie
consiguió cerrar.
112 anonimo (italia)
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