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martes, 4 de septiembre de 2012

El puente de pavía

En boca del pueblo italiano corre esta leyenda, extraña fusión de dos narraciones de extensión universal.
Un padre amaba tiernamente a su único hijo. En él cifraba sus más nobles esperanzas. Era ya mozo el muchacho, cuando un día topó con una bruja, que le anunció que mataría a su padre. Horrorizado el joven, decidió hurtarse a su fatal sino y, cuando llegó a su casa, anunció al padre sus propósitos de marcharse del país. Los ruegos y súplicas del buen hombre no hallaron eco. Dio, pues, al muchacho la parte de la hacienda que le correspondía, y le ben­dijo. Púsose en camino el mozo, apoyando su cuer­po en un bastón, y protegiendo sus pies con fuertes zapatos de hierro. Al salir del lugar, juró que no ha­bría de detenerse en su marcha hasta que no se hu­bieran consumido sus zapatos.
Caminó incansablemente: sus ojos recogieron las imágenes de mil paisajes distintos. En las proximi­dades de Pavía se detuvo el viajero y miró a sus pies: los zapatos, consumidos y deshechos, le abando-na­ban. Entró en la ciudad y estableció en ella su mo­rada. Como su bolsa iba repleta, le fue fácil encon­trar amigos. Muy pronto, el propio Rey le distinguió con su afecto y le dio a su hermana en matrimonio.
En tanto, el amante padre languidecía de dolor bajo el recuerdo de su hijo. No pudiendo resistir por más tiempo la ausencia de éste, determinó marchar en su busca. Mandó que le hicieran unos zapatos semejantes a los que condujeron a su hijo hacia el destierro, y recorrió el mismo camino, arduo e in­terminable.
En todas la ventas y posadas se detenía el buen viejo y preguntaba con ansia:
-¿No visteis, buena gente, hace ya muchos años, pasar por aquí a un joven? Sin duda tenéis queire­cordarlo, pues era el más arrogante que imaginarse puede: alto, de nariz aguileña; calzaba zapatos de hierro y se apoyaba sobre un bastón.
Y todos contestaban invariablemente:
-Sí, le vimos; marchó por aquel camino.
Y señalaba la ruta que conducía a Pavía. Llegó, al fin, a ciudad y, al momento, se enteró de que viví allí considerado y querido de todos; que se había casado con la hermana del Rey y que el Mo­narca le favorecía con su amistad. Le salió una bruja al encuentro y le indicó la casa. Se dirigió a ella con el corazón alborozado. Mas su hijo no es­taba en casa; había ido a cazar con el Soberano. Le recibió la esposa, que, al enterarse de quién era, le dedicó mil atenciones y le rogó que descansara de las fatigas de tan largo viaje. Le preparó el lecho, y al poco rato el padre, feliz, dormía tranquilo. En tanto, la incansable bruja buscó al hijo, y con insi­dias y calumnias consiguió hacerle creer que su mujer le engañaba:
-Si no lo crees, vuelve al momento a tu casa y en­contrarás al traidor en tu propio lecho.
Loco de celos, marchó el aturdido esposo. Llegó a su alcoba, vio el lecho ocupado y, sin atender a más reflexiones, dio muerte a su propio padre.
Tan pronto como advirtió su error, negra desespe­ración invadió su pecho. Muchos días anduvo como loco, y a duras penas pudieron impedir que tomara sobre sí mismo fiera venganza.
Pronto comprendió, sin embargo, el parricida que no escaparía al castigo del Rey. Así fue. El Monarca ordenó el apresamiento y juicio del involuntario asesino.
Por aquel mismo tiempo, un grave pesar contris­taba al Rey: se había emprendido la construcción de un hermoso puente sobre Pavía; mas el trabajo amenazaba quedar inconcluso, pues todo lo que se edificaba durante el día era destruido misteriosa­mente por la noche.
Ante la amenaza de muerte que pesaba sobre nuestro héroe, su esposa intentó un postrero y he­roico remedio. Le aconsejó que suplicara la gracia de la vida y acometiera, en cambio, la empresa de construir el puente. Así lo hizo; aceptó el Rey y le autorizó para tomar las medidas que juzgara opor­tunas. Hízose construir el triste reo una casita sobre una de las extremidades del puente, y llamó a unos cuantos expertos albañiles de la Lombardía, que trabajaron todo el día en la construcción. Al oscure­cer, se retiraron los obreros. Sobre la medianoche, un rumor alarmante puso sobre aviso al centinela. Y vio al diablo que, con sus vigorosos hombros y su potente pecho, golpeaba la construcción y destruía la obra.
Llegóse a él y le dijo:
-¿Por qué te empeñas en destruir nuestro tra­bajo? ¿Qué es lo que pretendes?
El demonio no contestó a estas preguntas, sino que, aviesamente, propuso:
-Si prometes entregarme la primera alma que pase sobre este puente, yo te garantizo que en la pró­xima noche lo verás concluido.
No se paró a reflexionar nuestro hombre, acep­tando al momento. El diablo se marchó, y a la noche siguiente regresó con otros diablos bien per­trechado de herramientas y materiales, dando por concluido el puente en pocas horas.
Al amanecer, todo el pueblo de Pavía se extasiába en la contemplación de la prodigiosa obra. Mas el cuñado del Rey se sentía devorado por la preocupa­ción de su horrible pacto. Confióse a su mujer, que, haciendo gala de piadosa prudencia, le hizo llevar a la diabólica construcción un cachorrillo, y, antes de que nadie hubiera pisado las losas del recién con­cluido puente, cruzó sobre ellas el desventurado animal. Al otro extremo esperaba, ansioso, el dia­blo; mas cuando vio llegar al cachorrillo y oyó la voz de su burlador, que decía:
-¡Ahí tienes, ésa es la primera alma que ha cru­zado sobre el puente!
Ciego de impotente rabia, cogió a su víctima y la estrelló contra el parapeto. Y en aquel punto apare­ció un agujero redondo, huella perdurable de la derrota satánica, que nadie consiguió cerrar.

112 anonimo (italia)

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