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martes, 4 de septiembre de 2012

Origen de los welfen (güelfos)

Warin era un conde de Altofr y Ravensburg en Suabia; tenía un hijo, Isenbart, que estaba casado con Irmentrut.
Sucedió que una pobre mujer de la región dio a luz tres niños de una vez. Cuando la condesa Ir­mentrut lo supo, exclamó:
-¡Es imposible que esta mujer pueda haberlos te­nido a la vez de un solo hombre, sin adulterio!
Esto lo dijo abiertamente ante el conde Isenbart, su dueño y señor, y ante toda la corte.
-Y esta adúltera -continuó- no merecería otra cosa que ser encerrada en un saco y echada a un río para que se ahogase.
Al año siguiente, la Condesa quedó embarazada. Y estando su marido en una expedición guerrera, dio a luz doce niños. Temblorosa y espantada, pen­sando que a consecuencia de sus propias impruden­tes palabras se la acusaría de adulterio, ordenó a su camarera que llevase a once de los niños al arroyo próximo y que los ahogase. Y guardó al duodécimo. La vieja metió a los once inocentes niños en una gran tinaja y se dirigió al cercano arroyo, que aún se llama el Schartz. Pero en ese momento llegó el conde Isenbart y le preguntó qué llevaba en la ti­naja. Ella le contestó que eran lobitos.
-Enséñamelos -dijo el Conde; quizá me gus­te alguno para domesticarlo.
-¡Ah, señor -dijo la vieja, ya tenéis bastantes lobos! Os espantaríais si vierais tal fealdad de lo­bitos.
Pero el Conde insistió y la obligó a destapar la ti­naja. Cuando vio los once niñitos que, aunque eran pequeños, tenían aspecto noble y hermoso, pre­guntó violentamente:
-¿De quién son estos niños?
Entonces la vieja no pudo hacer más que declarar la verdad y contarle todo lo que había pasado y la razón por la que la mujer había mandado ahogar a los once niños.
El Conde mandó que los « lobitos» (Welfen) fue­sen entregados a un rico molinero que vivía al lado del río, para que los educase, y ordenó a la vieja que volviese sin temor a decirle a su señora que las órde­nes de ahogar a los niños habían sido cumplidas.
Seis años después, el Conde mandó que vinieran los once niños vestidos noblemente y adornados a su palacio, donde ahora se encuentra el convento Weingarten. Invitó a todos sus amigos y comieron y bebieron alegremente. Al acabar el banquete, hizo entrar a los once niños, que iban vestidos de rojo y todos y cada uno eran tan iguales en color, miem­bros, estatura y figura al duodécimo, que la Con­desa había guardado consigo, que no se podía dudar de que hubieran sido engendrados por un mismo padre y bajo el corazón de una misma madre.
El Conde se levantó y preguntó ceremoniosa­mente a todos sus amigos:
-¿Qué muerte merece la mujer que haya querido matar a estos niños tan hermosos y nobles?
La Condesa, ya sin fuerzas por la angustia, cayó desvanecida al oír estas palabras, pues el corazón le decía que en los jóvenes había carne y sangre suya. Cuando volvió en sí, se arrojó a los pies del Conde y con ardientes lágrimas le pidió perdón. Los compa­ñeros del Conde se unieron a esta petición, y éste, por fin, perdonó a su esposa su necia incredulidad que pudo haber sido causa de un grave crimen.
Para eterno recuerdo de esta maravillosa historia, requirió y ordenó el Conde a los amigos y parientes que su sucesión no llevaría ya el nombre de condes de Altorf, sino que él y su estirpe se denominarían desde entonces Welfen.
Y éste fue el origen de tan importante estirpe.

012. anonimo (alemania)

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