Warin era un conde de
Altofr y Ravensburg en Suabia; tenía un hijo, Isenbart, que estaba casado con
Irmentrut.
Sucedió que una pobre
mujer de la región dio a luz tres niños de una vez. Cuando la condesa Irmentrut
lo supo, exclamó:
-¡Es imposible que esta
mujer pueda haberlos tenido a la vez de un solo hombre, sin adulterio!
Esto lo dijo abiertamente
ante el conde Isenbart, su dueño y señor, y ante toda la corte.
-Y esta adúltera
-continuó- no merecería otra cosa que ser encerrada en un saco y echada a un
río para que se ahogase.
Al año siguiente, la Condesa quedó embarazada.
Y estando su marido en una expedición guerrera, dio a luz doce niños.
Temblorosa y espantada, pensando que a consecuencia de sus propias imprudentes
palabras se la acusaría de adulterio, ordenó a su camarera que llevase a once
de los niños al arroyo próximo y que los ahogase. Y guardó al duodécimo. La
vieja metió a los once inocentes niños en una gran tinaja y se dirigió al
cercano arroyo, que aún se llama el Schartz. Pero en ese momento llegó el conde
Isenbart y le preguntó qué llevaba en la tinaja. Ella le contestó que eran
lobitos.
-Enséñamelos -dijo el
Conde; quizá me guste alguno para domesticarlo.
-¡Ah, señor -dijo la
vieja, ya tenéis bastantes lobos! Os espantaríais si vierais tal fealdad de lobitos.
Pero el Conde insistió y
la obligó a destapar la tinaja. Cuando vio los once niñitos que, aunque eran
pequeños, tenían aspecto noble y hermoso, preguntó violentamente:
-¿De quién son estos
niños?
Entonces la vieja no pudo
hacer más que declarar la verdad y contarle todo lo que había pasado y la razón
por la que la mujer había mandado ahogar a los once niños.
El Conde mandó que los «
lobitos» (Welfen) fuesen entregados a un rico molinero que vivía al lado del
río, para que los educase, y ordenó a la vieja que volviese sin temor a decirle
a su señora que las órdenes de ahogar a los niños habían sido cumplidas.
Seis años después, el
Conde mandó que vinieran los once niños vestidos noblemente y adornados a su
palacio, donde ahora se encuentra el convento Weingarten. Invitó a todos sus
amigos y comieron y bebieron alegremente. Al acabar el banquete, hizo entrar a
los once niños, que iban vestidos de rojo y todos y cada uno eran tan iguales
en color, miembros, estatura y figura al duodécimo, que la Con desa había guardado
consigo, que no se podía dudar de que hubieran sido engendrados por un mismo
padre y bajo el corazón de una misma madre.
El Conde se levantó y
preguntó ceremoniosamente a todos sus amigos:
-¿Qué muerte merece la
mujer que haya querido matar a estos niños tan hermosos y nobles?
Para eterno recuerdo de
esta maravillosa historia, requirió y ordenó el Conde a los amigos y parientes
que su sucesión no llevaría ya el nombre de condes de Altorf, sino que él y su
estirpe se denominarían desde entonces Welfen.
Y éste fue el origen de
tan importante estirpe.
012. anonimo (alemania)
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