Una vez que los nartas se
reunieron a holgarse y danzar a la orilla del río Saqola, en ausencia de Batrás,
que se hallaba en lo Alto con Kurdálägon, Bädsänäg, el hijo del gigante ciego,
desde la montaña de donde espiaba los divisó y dijo:
-¡Voy a bajar yo también!
Puesto que la gente de los nartas se divierte, voy a jugar con ellos, y luego
les quito sus cosas y les hago una que sea sonada.
-¡No hagas tal cosa! ¡No
vayas allá! Piensa que podría presentarse alguno de los Bora y darte que sentir
-advirtió el gigante ciego, previniéndolo.
Mas de nada sirvieron los
consejos de su padre: Bädsänäg bajó del monte, se reunió con sus vecinos, tomó
parte en sus juegos y bailó con ellos. Y cuando se cansó de jugar, les arrebató
sus cosas y se las llevó consigo a casa.
A la mañana siguiente,
volvió también con ellos y les hizo la misma jugada. Pero entonces, desde lo
Alto, reparó Batrás en el forastero, y se dijo: «Algún gigante está danzando y
jugando entre los míos».
Y en el acto bajó a la Tierra , calándose en la cabeza
medio ventisquero para no abrasarse, de suerte que, cuando se acercó a
Badsánag, de sus sienes manaba el agua como una fuente. Apenas éste se percató
de su presencia, hubo de recordar las advertencias del padre.
Tres veces aún le
permitió Batrás bailar; pero a la cuarta le puso el pie, le clavó en el suelo
hasta el cinturón de un manotazo, y luego, cogiéndole de un brazo, le desgajó
todo un costado. Bädsänäg salió huyendo, despavorido, y su hermana, al verle
venir de lejos, exclamó:
-¡Gracias a Dios que allá
viene mi hermano! Por cierto, que hoy viene con ropas rojas de los nartas.
-¡Pronto vas a ver la
clase de ropas rojas que éste trae! -comentó el padre, sarcástico.
En efecto, cuando llegó a
casa, vieron que le faltaban un brazo y todo el costado de él.
-¿En qué consiste la
fuerza de Batrás? -preguntó a su padre el mutilado gigante.
-Batrás se ha hecho
templar, y ése es el secreto de su fuerza -dijo el ciego.
-¿Y por qué tú no me has
hecho templar a mí, asno viejo? -reprochó colérico el hijo. Y tomando de la
bolsa doce tuman, se fue a Kurdálägon.
-Vengo a que me temples
en tu horno, como has templado a Batrás -exigió.
-Tú no resistirías;
arderías, y no quisiera verte morir en tu temeraria locura -rehusaba Kurdálägon,
compasivo.
-Aquí tienes tus doce tuman. iFórjame, y no te preocupes de lo
que pueda sucederme! -ordenó, perentorio, Bädsänäg.
Entonces, Kurdálägon
cedió a su obstinación, lo metió en el horno, tapó con piedras y empezó a
soplar.
Mas apenas la fogarada
llenó el horno, empezó Bädsänäg a crepitar como un lampazo y a clamar:
-¡Sácame, Kurdálägon!
Sácame de aquí, que me abraso!
Pero Kurdálágon no pudo
sacar más que los huesos, que tiró con desprecio.
062. anonimo (rusia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario