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martes, 4 de septiembre de 2012

Batrás y bädsänäg

Una vez que los nartas se reunieron a holgarse y danzar a la orilla del río Saqola, en ausencia de Ba­trás, que se hallaba en lo Alto con Kurdálägon, Bäd­sänäg, el hijo del gigante ciego, desde la montaña de donde espiaba los divisó y dijo:
-¡Voy a bajar yo también! Puesto que la gente de los nartas se divierte, voy a jugar con ellos, y luego les quito sus cosas y les hago una que sea sonada.
-¡No hagas tal cosa! ¡No vayas allá! Piensa que podría presentarse alguno de los Bora y darte que sentir -advirtió el gigante ciego, previniéndolo.
Mas de nada sirvieron los consejos de su padre: Bäd­sänäg bajó del monte, se reunió con sus vecinos, tomó parte en sus juegos y bailó con ellos. Y cuando se cansó de jugar, les arrebató sus cosas y se las llevó consigo a casa.
A la mañana siguiente, volvió también con ellos y les hizo la misma jugada. Pero entonces, desde lo Alto, reparó Batrás en el forastero, y se dijo: «Algún gigante está danzando y jugando entre los míos».
Y en el acto bajó a la Tierra, calándose en la ca­beza medio ventisquero para no abrasarse, de suerte que, cuando se acercó a Badsánag, de sus sienes ma­naba el agua como una fuente. Apenas éste se per­cató de su presencia, hubo de recordar las adverten­cias del padre.
Tres veces aún le permitió Batrás bailar; pero a la cuarta le puso el pie, le clavó en el suelo hasta el cin­turón de un manotazo, y luego, cogiéndole de un brazo, le desgajó todo un costado. Bäd­sänäg salió huyendo, despavorido, y su hermana, al verle venir de lejos, exclamó:
-¡Gracias a Dios que allá viene mi hermano! Por cierto, que hoy viene con ropas rojas de los nartas.
-¡Pronto vas a ver la clase de ropas rojas que éste trae! -comentó el padre, sarcástico.
En efecto, cuando llegó a casa, vieron que le falta­ban un brazo y todo el costado de él.
-¿En qué consiste la fuerza de Batrás? -pregun­tó a su padre el mutilado gigante.
-Batrás se ha hecho templar, y ése es el secreto de su fuerza -dijo el ciego.
-¿Y por qué tú no me has hecho templar a mí, asno viejo? -reprochó colérico el hijo. Y tomando de la bolsa doce tuman, se fue a Kurdálägon.
-Vengo a que me temples en tu horno, como has templado a Batrás -exigió.
-Tú no resistirías; arderías, y no quisiera verte morir en tu temeraria locura -rehusaba Kurdálä­gon, compasivo.
-Aquí tienes tus doce tuman. iFórjame, y no te preocupes de lo que pueda sucederme! -ordenó, perentorio, Bäd­sänäg.
Entonces, Kurdálägon cedió a su obstinación, lo metió en el horno, tapó con piedras y empezó a soplar.
Mas apenas la fogarada llenó el horno, empezó Bäd­sänäg a crepitar como un lampazo y a clamar:
-¡Sácame, Kurdálägon! Sácame de aquí, que me abraso!
Pero Kurdálágon no pudo sacar más que los hue­sos, que tiró con desprecio.

062. anonimo (rusia)

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