Quizá fuese en Lublín
donde el mercader Slomka vivía; mas no me acuerdo.
El viejo poseía muchas
tiendas; pero en la que guardaba sus joyas no le confiaba el trabajo a nadie.
En un bosque vecino vivían unos bandidos que traían a toda la comarca
atemorizada; pero Slomka no les temía. Era un hombre feliz.
El tendero tenía una
hija, a la cual quería con locura. Esta muchacha se llamaba Natchenka. Un día
le pidió que le ayudase a vender en la tienda; tan buena maña se dio la joven
que, entonces, se dedicó a ayudar a sus padres todos los días. Una vez que se
quedó sola se le presentaron dos individuos de torva mirada; mas Natchenka no
se dejó impresionar. Examinaron todas las joyas con ávida mirada, comentando
la fortaleza de los cerrojos; pero ella, aunque los observaba de cerca, se hizo
la desentendida. Cuando volvió su padre, nada le dijo, temiendo asustarle.
Ella se quedó de guardia toda la noche. Y por la mañana, después de la larga
vigilia, estaba pálida y agotada. Nada dijo, y a la noche siguiente'volvió a
su puesto. Su vigilancia fue provechosa. Llegaron los dos desconocidos.
Natchenka los esperaba. Hicieron un agujero y por él se coló el capitán. Mas la
valiente muchacha se esperó con un largo cuchillo, cercenándole la cabeza. El
segundo, harto de esperar, a su vez introdujo la suya; mas al ver la sangre que
había en el suelo, trató de retroceder, pero no antes de que ella se quedase
con una oreja. El otro, desde fuera, juró venganza, y ante los gritos
aparecieron los padres.
Pasaron los años, y ya
todo el mundo se había olvidado de los bandidos, cuando se instaló en la
tienda de enfrente un extranjero que, desde el principio, empezó a hacer la
corte a Natchenka; los padres lo advirtieron y se angustiaron.
Una vez que la chica se
lamentaba de no poder ir a ver a su tía, el joven se ofreció, diciendo que él
la conocía y que pensaba ir a verla. Natchenka estaba encantada, y por fin
consiguió el permiso de los padres para ir acompañada del joven.
Por la mañana, los
caballos estaban ya enganchados a una carroza de viaje, y el padre y la madre
bajaron a despedir a su hija y así comenzó el viaje.
Ya habían recorrido un
par de leguas, cuando el cochero viró a la derecha, para evitar pasar por el
bosque; mas el joven dio una orden terminante y el cochero prosiguió el camino
interrumpido. Al entrar en el bosque, el bandido sacó una pistola del bolsillo
y le dio un tiro en la espalda al viejo criado, que cayó del pescante y quedó
tendido en la nieve. El extranjero ató a Natchenka de pies y manos y le enseñó
su oreja cicatrizada. El pánico de la pobre muchacha al saber que estaba en
manos de sus enemigos fue indescriptible. El capitán -pues no era otro- sacó
entonces una flauta y emitió unos toques extraños; enseguida apareció la banda
de forajidos. El capitán les dijo:
-Mirad, muchachos, lo que
os traigo: la que mató a nuestro jefe hace un par de años.
Al lado de una hoguera
había un niño jugando con unas bolas.
El jefe, dirigiéndose a
él, le dio la flauta y le dijo:
-Woitek, vete aprendiendo
a tocar; algún día serás nuestro jefe.
A la joven la echaron
dentro de una cueva, después de atarla. Y comentaban la manera de darle
muerte, cuando un vigía les anunció que iba a pasar un convoy escasamente
guardado. Todos salieron precipitadamente, dejando al niño de guardián de la
prisionera.
Natchenka llamó al niño y
le pidió que la libertase; mas el niño no quería. Después de una larga
disputa, las promesas de la joven le convencieron y abrió la celda.
Salieron los dos huyendo
y vagaron tres noches por el bosque, hasta que, por fin, encontraron un camino
que les condujo a una ciudad,'guardada por un castillo; hasta allí se
arrastraron y cayeron desmayados ante los muros.
El dueño del castillo era
el gran Poderski. Los metieron en la cama y les dieron a beber leche caliente.
Los infelices no pudieron hablar hasta el otro día. Entonces Natchenka contó lo
sucedido. PodeTSki puso una cara muy larga y mandó llamar a su hermano, que
era un capitán de las fuerzas del rey de Polonia, para que viniese con
refuerzos, por si atacaban los bandidos. Éstos, al volver a su guarida,
encontraron que la doncella se había escapado; prorrumpieron en gritos de
furor y en el acto siguieron la pista hasta el paradero de Natchenka y de
Woitek.
El jefe se disfrazó de
fraile, con tres forajidos más, y metió a los otros en sacos, como si fuesen
provisiones. Así entraron en la población y pasaron por delante de la guardia
sin que se sospechase lo que traían.
Mas Woitek, que era más
listo de lo que se habían imaginado los bandidos, se metió en la cuadra y creyó
reconocer uno de los caballos. Se fue corriendo y se lo dijo a Poderski. Éste
le aconsejó cautela, y por la noche entró otra vez en la cuadra; abrió uno de
los sacos y metió la mano; rozó el cabello del bandido que estaba dentro, y
creyendo éste que era el jefe, le preguntó si era la hora, y Woitek, disfrazando
la voz, le contestó que no. Por fin llegó el capitán, lo cual tranquilizó a
todos los presentes, puesto que con él traía una buena escolta. Los bandidos intentaron
el asalto; mas fracasaron. Todos fueron ahorcados, en castigo de los desmanes
que habían cometido, y el último de ellos, antes de ser sentenciado, fue
obligado a llevar a los soldados a su guarida, donde el tesoro de la banda fue
repartido entre los pobres del pueblo.
Natchenka no esperó el
final del suplicio para atravesar el bosque corriendo e ir a casa de sus padres,
que ya la habían dado por muerta.
El regocijo fue general y
se celebró con grandes fiestas la vuelta de la desaparecida.
125. anonimo (polonia)
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