El mensaje había sido
transmitido.
Lejos, muy lejos, se
extendió la noticia de la muerte de la joven virgen; tan lejos, que llegó a los
oídos del anciano y sabio Vainamoinen, quien, al enterarse de lo ocurrido,
lloró sin consuelo y se puso a pasear por las orillas del mar. Poniendo su
mirada en los cielos y elevando los brazos, clamó, en una gran voz, la ayuda de
los espíritus, para que éstos le indicasen dónde estaba su ser amado, al cual
él nunca había podido alcanzar.
Ante la potente voz de
Vainamoinen, los espíritus celestes le contestaron que la joven virgen había
muerto en el mar, y le señala-ron el sitio exacto donde había desaparecido, y
aun le comunicaron que no estaba muerta, sino que habitaba bajo la roca con las
otras vírgenes del mar, ya que éstas la habían aceptado como una de ellas.
Vainamoinen volvió a su casa. Por la mañana temprano repasó su lancha de pesca
y sus aparejos y partió en dirección a la lejana roca, morada de las vírgenes del
mar. Éstas, puestas sobre aviso por las deidades marinas, que no lo habían
oído, se transformaron en peces y abandonaron temporalmente su residencia. Un
día en que estaba pescando en las cercanías de la roca, notó que un pez había
quedado enganchado en su anzuelo y sacó al aire un hermoso salmón. Lo echó
dentro de la barca y se puso a examinarlo, ya que tenía características muy
raras. Tan absorto estaba en su contemplación, que le dio tiempo al salmón para
dar un formidable salto y desaparecer en las olas. Vainamoinen quedó asombrado
de ver cómo un pez que llevaba tanto rato fuera de su elemento había podido
realizar tal esfuerzo. Meditaba sobre ello, cuando, a poca distancia de la
lancha, el mismo salmón que se había escapado sacó la cabeza del agua y se
dirigió a Vainamoinen con estas palabras:
-¡Oh, anciano y sabio
entre los sabios! Yo no nací para ser un salmón al cual se le pueda abrir el
vientre con un cuchillo; no soy un pez corriente, al cual se le pueda cortar en
tiras; ni tampoco nacía para servirte de almuerzo, ni como manjar del mediodía
ni de la noche.
Vainamoinen, mirándolo
con aire perplejo, repuso:
-Entonces, ¿para qué
viniste al mundo?
-Nací para ser una muñeca
en tus brazos; por lo menos, eso querían mis padres, así como mi hermano. Ya
no me reconoces; pero yo soy la virgen Aino, la que debía cuidar los últimos
días de tu existencia, y prepararte el pan del mediodía, velar tu sueño,
hacerte la cama, cuidar tu casa, ya que yo no era un salmón, sino una
chiquilla, hermana del joven Youkahainen, al cual tú perseguías sin descanso.
Ya ves, ioh, pobre viejo insensato!, que no te has podido quedar, a pesar de tu
gran sabiduría, con la hija de Vellamo, la mejor hija de Ahto.
El anciano Vainamoinen
contestó, con la cabeza agachada por la vergüenza:
-Querida hermana de
Youkahainen: vuelve a este mundo de ingratos por segunda vez.
Pero ella, hundiéndose
bajo las olas del océano, no volvió a reapa-recer jamás a los ojos humanos.
Angustiadó iba el sabio
por las playas, cavilando cómo sería posible que le devolviesen a él, que todo
lo sabía, la cosa que más amaba en el mundo, y, en esto, se acordó de su madre,
que era la reina de los océanos; con triste acento se lamentaba pensando que la
poderosa señora había muerto hacía ya largos años, cuando salió de las aguas
profundas y le habló de la manera siguiente:
-Tu madre no ha muerto,
ni tan siquiera se ha dormido en el sueño de los justos; hela aquí que viene
desde lo más hondo de los mares para indicarte lo que tienes que hacer. Nunca
debes permitir que tú, el sabio de todos los mundos, seas vencido por las
inquietudes, ni tampoco debes entristecerte porque una cosa te salga mal.
¿Para qué te sirve la filosofía divina? Vete adonde moran las vírgenes de
Pohja; allí encontrarás las doncellas más bellas de la Tierra , cinco veces más
hermosas que la hija de Jauko, que, al fin y al cabo, son bastardos del pobre
país de los lapones. Hijo mío, hijo el más querido entre todos, vete corriendo
a Pohja, donde las mujeres tienen los ojos más bellos, los rasgos más hermosas
y los pies más bien formados. Allí te encontrarás que las mujeres atraviesan
los espacios por cientos de miles de leguas; lo mismo que tú dejas volar la
fantasía por las vastas esferas etéreas, así ellas se trasladan de un lado a
otro del hemisferio por su sola voluntad. Vete, hijo querido, no vaciles; por
un momento, olvídate de las angustias pasadas y dedícate a encontrar una
esposa que provenga de linaje celestial, que es el que te corresponde por tu
alta alcurnia. Yo te prometo que en breve te olvidarás de aquella que tú
juzgaste que debía ser tu esposa, a consecuencia de una apuesta estúpida,
provocada por un joven de baja estofa como es el hermano de Aino. Los dioses
siempre tienen que seguir su destino, y tú, en tus días, pasarás a pertenecer
a esa esfera; pero, antes, tienes que hacer grandes méritos. En este planeta
nadie muere ni nadie nace; todos los que pertenecemos a este rango selecto
provenimos del mundo, pero también es verdad que, aunque provengamos de esa
tierra, tampoco venimos de una progenie normal, ya que nuestras madres permanecieron
vírgenes después de habernos traído a la luz. Ya sabes mi consejo; de manera
que emprende el viaje y no me vuelvas a llamar, a menos que te encuentres en
un apuro más grave que el de ahora, ya que éste es aciago desde el punto de
vista humano, cosa que a mí no me incumbe.
Así le habló su madre, la Reina de los Océanos, a
Vainamoinen, triplemente sabio después de la conferencia sostenida.
002. anonimo (finlandia)
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