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martes, 4 de septiembre de 2012

La pesca de vainamoinen

El mensaje había sido transmitido.
Lejos, muy lejos, se extendió la noticia de la muerte de la joven virgen; tan lejos, que llegó a los oídos del anciano y sabio Vainamoinen, quien, al enterarse de lo ocurrido, lloró sin consuelo y se puso a pasear por las orillas del mar. Poniendo su mirada en los cielos y elevando los brazos, clamó, en una gran voz, la ayuda de los espíritus, para que éstos le indi­casen dónde estaba su ser amado, al cual él nunca había podido alcanzar.
Ante la potente voz de Vainamoinen, los espíritus celestes le contestaron que la joven virgen había muerto en el mar, y le señala-ron el sitio exacto donde había desaparecido, y aun le comunicaron que no estaba muerta, sino que habitaba bajo la roca con las otras vírgenes del mar, ya que éstas la habían aceptado como una de ellas. Vainamoinen volvió a su casa. Por la mañana temprano repasó su lancha de pesca y sus aparejos y partió en dirección a la lejana roca, morada de las vírgenes del mar. Éstas, puestas sobre aviso por las deidades marinas, que no lo habían oído, se transformaron en peces y abandonaron temporalmente su residencia. Un día en que estaba pescando en las cercanías de la roca, notó que un pez había quedado enganchado en su anzuelo y sacó al aire un hermoso salmón. Lo echó dentro de la barca y se puso a examinarlo, ya que tenía características muy raras. Tan absorto estaba en su contemplación, que le dio tiempo al salmón para dar un formidable salto y desaparecer en las olas. Vainamoinen quedó asombrado de ver cómo un pez que llevaba tanto rato fuera de su elemento había podido realizar tal esfuerzo. Meditaba sobre ello, cuando, a poca distancia de la lancha, el mis­mo salmón que se había escapado sacó la cabeza del agua y se dirigió a Vainamoinen con estas pa­labras:
-¡Oh, anciano y sabio entre los sabios! Yo no nací para ser un salmón al cual se le pueda abrir el vientre con un cuchillo; no soy un pez corriente, al cual se le pueda cortar en tiras; ni tampoco nacía para servirte de almuerzo, ni como manjar del me­diodía ni de la noche.
Vainamoinen, mirándolo con aire perplejo, repuso:
-Entonces, ¿para qué viniste al mundo?
-Nací para ser una muñeca en tus brazos; por lo menos, eso querían mis padres, así como mi her­mano. Ya no me reconoces; pero yo soy la virgen Aino, la que debía cuidar los últimos días de tu exis­tencia, y prepararte el pan del mediodía, velar tu sueño, hacerte la cama, cuidar tu casa, ya que yo no era un salmón, sino una chiquilla, hermana del jo­ven Youkahainen, al cual tú perseguías sin des­canso. Ya ves, ioh, pobre viejo insensato!, que no te has podido quedar, a pesar de tu gran sabiduría, con la hija de Vellamo, la mejor hija de Ahto.
El anciano Vainamoinen contestó, con la cabeza agachada por la vergüenza:
-Querida hermana de Youkahainen: vuelve a este mundo de ingratos por segunda vez.
Pero ella, hundiéndose bajo las olas del océano, no volvió a reapa-recer jamás a los ojos humanos.
Angustiadó iba el sabio por las playas, cavilando cómo sería posible que le devolviesen a él, que todo lo sabía, la cosa que más amaba en el mundo, y, en esto, se acordó de su madre, que era la reina de los océanos; con triste acento se lamentaba pensando que la poderosa señora había muerto hacía ya lar­gos años, cuando salió de las aguas profundas y le habló de la manera siguiente:
-Tu madre no ha muerto, ni tan siquiera se ha dormido en el sueño de los justos; hela aquí que viene desde lo más hondo de los mares para indi­carte lo que tienes que hacer. Nunca debes permitir que tú, el sabio de todos los mundos, seas vencido por las inquietudes, ni tampoco debes entristecerte porque una cosa te salga mal. ¿Para qué te sirve la filosofía divina? Vete adonde moran las vírgenes de Pohja; allí encontrarás las doncellas más bellas de la Tierra, cinco veces más hermosas que la hija de Jauko, que, al fin y al cabo, son bastardos del pobre país de los lapones. Hijo mío, hijo el más querido entre todos, vete corriendo a Pohja, donde las muje­res tienen los ojos más bellos, los rasgos más hermo­sas y los pies más bien formados. Allí te encontrarás que las mujeres atraviesan los espacios por cientos de miles de leguas; lo mismo que tú dejas volar la fantasía por las vastas esferas etéreas, así ellas se trasladan de un lado a otro del hemisferio por su sola voluntad. Vete, hijo querido, no vaciles; por un momento, olvídate de las angustias pasadas y dedí­cate a encontrar una esposa que provenga de linaje celestial, que es el que te corresponde por tu alta al­curnia. Yo te prometo que en breve te olvidarás de aquella que tú juzgaste que debía ser tu esposa, a consecuencia de una apuesta estúpida, provocada por un joven de baja estofa como es el hermano de Aino. Los dioses siempre tienen que seguir su des­tino, y tú, en tus días, pasarás a pertenecer a esa es­fera; pero, antes, tienes que hacer grandes méritos. En este planeta nadie muere ni nadie nace; todos los que pertenecemos a este rango selecto provenimos del mundo, pero también es verdad que, aunque provengamos de esa tierra, tampoco venimos de una progenie normal, ya que nuestras madres permane­cieron vírgenes después de habernos traído a la luz. Ya sabes mi consejo; de manera que emprende el viaje y no me vuelvas a llamar, a menos que te en­cuentres en un apuro más grave que el de ahora, ya que éste es aciago desde el punto de vista humano, cosa que a mí no me incumbe.
Así le habló su madre, la Reina de los Océanos, a Vainamoinen, triplemente sabio después de la con­ferencia sostenida.

002. anonimo (finlandia)

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