Fion MacUail era el
general más prudente que pudiese guiar un ejército, en tanto que consigo mismo
era de lo más imprudente; tanto era así, que se decía que Fion era
indispensable para salvar a su ejército y que éste era necesario para cuidar a
Fion. También es verdad que no se quejaban de ello, pues adoraban a su capitán,
y el mismo Goll MacMorna no admitía esto en tantas palabras, pero sí en sus hechos;
tanto, que a pesar del odio que profesaba a todos los de la tribu de Fion, era
capaz de dejar uno de ellos a medio matar para acudir en socorro del jefe.
Ocurrió que Fion estaba
sentado con Conan y con los perros Bran y Sceolan en un montículo, descansando,
mientras que a su alrededor los de Fianna oteaban las reses que eran la cacería
del día.
El gran capitán era
entonces feliz; sus ojos y sus sentidos estaban contemplando uno de los espectáculos
que más apreciaba. Ahora bien: el rey de Shi Cesh Corran, Conaran, hijo de
Imidel, también estaba al acecho. Y en la historia no se cuenta qué grave mal
había hecho Fion al mencionado Rey; pero la verdad es que lo odiaba. Y viendo
que el gran capitán estaba solo con Conan, se fue corriendo a ver a sus hijas.
Las hijas de Conaran estaban reconocidas en toda Irlanda por ser las mujeres
más feas del país. Su cabello era negro y duro como el alambre y colgaba
alrededor de sus cabezas como un matorral de abrojos. Sus ojos eran opacos y de
un color indefinible. Sus bocas, negras, con una línea de dientes amarillentos.
Tenían cuellos flacos y largos, como los gallos, y podían torcer la cabeza en
todas direcciones. Sus brazos eran velludos y musculosos, y al final de cada
dedo tenían una garra dura como un cuerno, y puntiaguda como un alfiler. Sus
cuerpos estaban cubiertos la mitad de pelo, la mitad de pluma, de manera que
parecían mitad perros, mitad pájaros. Tenían bigotes debajo de las narices y
vellones de lana que les salían de las orejas. Y si se las miraba más de una
vez, quedaba uno expuesto a muerte repentina. Los nombres de estas beldades
eran: Caevog, Cuillen e Iaran. La cuarta hija, que no estaba presente, se
llamaba Iarnach, pero de ésta no hablaremos hasta el momento oportuno. El
padre de ellas les dijo:
-Hijas mías, nuestro
enemigo está solo. Escuchad bien: Fion está solo.
Las sonrisas de las
espantosas hermanas eran horribles de ver; sus caras eran en este momento mortales
para cualquier ser humano. Ahora surgía un problema: Fion no las podía ver; lo
cual las decepcionaba y enfurecía. Mas el padre dijo:
-Esto, ioh hijas mías!,
se arreglará enseguida.
Por medio de su magia,
Conaran cambió la vista de los ojos de Fion, y lo mismo sucedió con Conan.
Fion se puso en pie y
bajó de su prominencia, llamando a su compañero para descubrirle un espectáculo
extraordinario que había observado.
-¿Estoy soñando?
-preguntó Fion a Conan; mas éste le respondió que no.
-¡Pero si este
espectáculo no estaba aquí hace un momento!
En una gran caverna se
hallaban sentadas las hijas de Conaran, tejiendo. Tenían tres palos torcidos,
sobre los cuales estaban trabajando; mas no tejían tela, sino magia.
-Verdaderamente no se
puede decir que sean beldades -dijo Conan.
-Hombre, como decir, sí
se puede; pero faltaría uno a la verdad- le contestó Fion.
-Tengo que averiguar si
es verdad que esos bigotes son verdaderos.
-Mira: deja los bigotes,
que cuanto menos las veamos, mejor.
Pero Fion no le hizo caso
y con paso resuelto penetró en la cueva. No había hecho más que pasar el
umbral, cuando sintió que una gran debilidad se apoderaba de él. Sus brazos se
convirtieron en plomo y su cabeza, como si tuviese paja dentro. Al poco rato
cayó al suelo y con él su buen amigo Conan.
-Son bigotes -susurró
Fion, y cerró los ojos para no ver a las arpías.
Todos los perros de la
jauría de Fion se reunieron delante de la cueva mas ninguno pasaba; eran demasiado inteligentes y olfateaban la magia. Los demás miembros de la Fianna fueron entrando y sufrieron
la misma suerte que su jefe. El último que llegó fue el campeón de Fianná, Goll
MacMorna; éste se quedó maravillado ante el extraño espectáculo de ver la
jauría en la parte exterior de la cueva con todo el pelo erizado y sin penetrar
en ella.
En ese momento, las tres
hermanas, que estaban dentro, viendo que era uno solo, salieron corriendo con los
sables enarbolados, para acabar con la vida del último. Pero se habían
equivocado con Goll.
Éste las vio venir, las
reconoció y todo lo comprendió en un instante. Desenvainando su sable, en diez
saltos gigantescos estaba sobre ellas y tuvo la gran suerte de que a las dos
primeras las cercenó por la mitad, de manera que a la derecha estaban las horribles
cabezas y brazos y al otro lado los pies y las manos. Entretanto, la otra
hermana se había colocado en la retaguardia, y dando un formidable salto, se
sentó a horcajadas sobre la espalda de Goll, pero éste, con un poderoso
movimiento de caderas, la tiró por tierra, e iba a matarla, cuando la horrible
mujer, implorando por su vida, le prometió que si la perdonaba, libertaría a
todos los de la tribu de Fianna.
Goll aceptó, y en breve
estaban todos fuera de la cueva, con Fion a la cabeza. Todos le estaban felicitando
cuando apareció una sombra horrible.
Fion miró y vio que era
la cuarta hermana. Y si las otras habían sido feas y terribles, ésta era mucho peor.
Iba armada de arriba abajo y llevaba una espada de dimensiones poco comunes.
Al ver a sus hermanas decapitadas, lloró lágrimas de fuego y se volvió contra
los presentes, con los que ella deseaba combatir hasta la muerte. .
Fion le contestó que
estaba en su derecho y pidió a su hijo, el temerario Oisin, que luchase; mas
cuál sería el asombro del padre cuando el hijo le respondió que no se sentía
bien.
Entonces se dirigió a
Oscar; mas tuvo la misma contestación. Luego, Fion, ahogado de amargura, cogió
su espada y ya se iba a lanzar contra el monstruo, cuando una gran voz le
paró; era Goll, que le pedía permiso: puesto que él había iniciado la lucha,
debía terminarla.
Fion no tuvo más remedio
que callar y Goll entró en un mortal cuerpo a cuerpo con el monstruo. Las nubes
se pararon; los hombres no respiraban y hasta los mismo pájaros se escondieron.
Los ruidos de los golpes contra los escudos amenazaban con volver a todos
sordos; mas cuando uno de los dos tuvo que romper, fue Iarnach, la hija de
Conaran. Un gran grito de júbilo subió de todas las gargantas; mas la fiera,
dando un rugido de rabia, cayó sobre Goll, y éste, que la había visto venir, la
recibió sobre la punta de su espada, expirando allí mismo.
Entonces, Fion le dijo:
-Tú sabes que tengo una
hija.
-Sí -respondió Goll; tan
bonita como los lirios de los valles...
-Pues bien: la tomas por
mujer.
Goll aceptó tal honor,
encantado. Mas esto no impidió que más tarde matase al hermano de Fion,
Cairell, así como que Fion, en su día, matase a Goll. Y lo mejor de todo fue
que éste sacó a los FiannaFinn del infierno, a donde habían sido condenados;
porque en esta vida, sin duda alguna, todo está en el arte de dar y recibir.
124. anonimo (irlanda)
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