Translate

martes, 4 de septiembre de 2012

El rey valdemar y la pequeña tove

Nunca se conoció amor tan grande como el que sentía el rey Valdemar por la pequeña Tove. Tan grande era, que cuando murió, el Rey no quiso que enterrasen el cadáver, sino que lo hizo guardar en una sala de palacio, próxima a su habitación. Y, cuando salía de viaje por el reino, hacía que condu­jesen el cadáver en su compañía. Los cortesanos es­taban cansados del capricho del Rey y se esforzaban en adivinar la causa de tan gran amor.
Uno de ellos descubrió al fin que a la pequeña Tove su madre le había dado un anillo encantado para asegurarle el amor del Rey aun después de su muerte. Este cortesano fue una noche al catafalco donde yacía Tove y le quitó el anillo encantado.
A la mañana siguiente, el Rey preguntó:
-¿Por qué no se ha dado aún sepultura a la pe­queña Tove? No podemos tener en nuestra compa­ñía un cadáver. Hay que dar a la tierra lo que es de la tierra.
Y ordenó a sus cortesanos que enterrasen el cadá­ver antes tan amado y del que no se quería separar. Aquella misma mañana, el Rey notó que uno de los cortesanos le era mucho más simpático que antes. Y concibió por él un amor tan grande, que lo elevó a los cargos más importantes del reino, e hizo que co­miese en un sillón de la misma altura y dignidad que el suyo.
Pero este cortesano se sentía atormentado por los remor-dimientos, pues sabía que su elevación a car­gos de tanta importancia no se debía a sus méritos, sino a la virtud del anillo encantado. Al mismo tiempo, sufría por la crítica y comentarios de los demás cortesanos, que no sabían a qué se debía una carrera tan brillante.
Al fin, el cortesano salió una noche de palacio y arrojó el anillo en medio de un lago que estaba en el bosque de Gurre. Desde entonces, el Rey sintió tanto agrado por este lugar, que no quiso habitar en otra parte. Mandó construir en medio de las aguas un castillo que tenía comunicación con tierra por medio de un puente maravilloso, de cobre batido. Tanto le gustaba vivir allí, que con frecuencia decía que Dios podía guardarse su paraíso, si no le pri­vaba de la posesión de su castillo de Gurre.
Pero estas palabras irreverentes fueron la causa del castigo del Rey. Dios privó a su alma del des­canso y, después de su muerte, lo condenó a vivir siempre allí y a errar en las tinieblas de la noche, ca­zando por los bosques.
Muchas noches se le oye aún pasar en medio de un griterío infernal, seguido de un tropel de de­monios.

031. anonimo (dinamarca)

No hay comentarios:

Publicar un comentario