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martes, 4 de septiembre de 2012

Halvor y el oso

Cuentan que Lew fue uno de los más famosos ca­zadores de Suecia. Lew vivía en un pueblecito lla­mado Dovrefell, en el norte del reino, y un día se le ocurrió descender hasta la capital para regalar a su Rey un oso blanco que sabía que el Monarca apre­ciaba mucho. Aplazó su viaje, para que pudiese lle­gar cuando estuviesen celebrando las fiestas de Navidad.
Habría andado como dos jornadas, cuando llegó a un caserío que pertenecía a un ciudadano llamado Halvor, y le preguntó si le podía hospedar, así como a su oso. Halvor le contestó todo inquieto, pues, en aquellos tiempos, se consideraba mala suerte para el dueño de la casa si no ofrecía hospitalidad al cami­nante que llegase durante las fiestas de la Navidad.
-Que Dios me ayude si lo que digo no es verdad, pero ocurre que todos los años en este época des­cienden sobre mi casa los espíritus del bosque, y no­sotros mismos tenemos que abandonar nuestra mo­rada para dejarles sitio. Por lo tanto, a vos, que sois extranjero, menos os lo podemos ofrecer.
Lew le contestó:
-Si es por mí, no paséis pena; partid en paz. Yo vengo de la comarca de este reino donde más abun­dan los espíritus, y todavía no me han molestado, yendo en compañía de un oso, y sobre todo cuando éste es blanco. Mi oso puede dormir debajo de la es­tufa, y yo en el cuarto contiguo.
Tanto y de tal manera lo pidió, que Halvor no se lo pudo negar y le dijo que se podía quedar, mas que él no respondía de las consecuencias.
Halvor puso la mesa con los mejores manjares que poseía, como se prepara una fiesta y, al empezar a oscurecer, partió con todos los suyos, deseando buena suerte a Lew.
Poco tiempo habría pasado, cuándo llegaron los espíritus del bosque en manadas. Unos eran peque­ños y otros grandes, unos peludos y otros lampiños; de todas formas los había, feos y guapos, viejos y jó­venes. Entraron en el salón donde estaban dispues­tos los manjares y, precipitándose sobre ellos, los devoraron, sin dejar ni las migas.
Uno de los espíritus más pequeños descubrió al oso debajo de la estufa y, cogiendo un pedazo de carne, frotó el hocico al animal, creyendo que era un gato. El oso, no comprendiendo ese trato, se levantó gruñendo y echó de la casa de Halvor a todos los es­píritus: a los jóvenes y a los viejos, a los gordos y a los delgados, a los peludos y a los lampiños, a los feos y a los guapos; no quedó ni uno solo. Y enton­ces Lew se levantó y se comió todo lo que habían de­jado en la cocina, dándose una opípara cena de Pascua.
Al día siguiente, volvió Halvor y le preguntó si había visto a los espíritus del bosque. Lew le cons­testó que sí, y le contó lo que había ocurrido. Hal­vor quedó pensativo un rato y, después de haber dado las gracias, el desconocido se despidió muy cortés, reanudando su viaje hacia la corte del Rey para entregar su oso blanco.
Al año siguiente, estaba Halvor en el bosque cor­tando leña para la fiesta de Navidad, cuando oyó a un espíritu que le gritaba desde las profundidades del bosque:
-Halvor, Halvor, ¿tienes este año a tu gatito blanco?
Halvor le contestó que sí, y no sólo eso, sino que el gatito había tenido seis gatos mucho más fieros y malhumorados que los del año anterior. Los espíri­tus levantaron tal clamor de protestas, que Halvor, durante unos instantes, tuvo miedo de lo que ha­bía dicho.
Al poco rato, uno de ellos, al parecer el jefe, ya que durante el tiempo en que él hablaba los demás estaban callados, dijo:
-Bien, Halvor; mientras tengas a ese gatito, no­sotros no volvere-mos a comer la noche de Pascua en tu casa.
Halvor estaba encantado. Y, como os podéis ima­ginar, todos los años, cuando los espíritus le pre­guntaban si tenía el gatito blanco, les contestaba que sí.
Desde entonces nunca jamás volvieron a estor­barle a Halvor sus comidas de Pascua.

132. anonimo (suecia)

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