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martes, 4 de septiembre de 2012

El vampiro

En una pequeña alquería rusa del gobierno de Tambof vivía un campesino. Teniendo que vender su ganado, había ido a la feria de un pueblo pró­ximo. Se le hizo tarde para volver a su casa y, ya muy entrada la noche, emprendió el camino de su aldea. Pasaba con miedo por la puerta del cemente­rio, cuando el reloj daba las doce de la noche. A los pocos pasos se sobresaltó oyendo correr detrás de él, mientras le gritaban:
-¡Espéreme, que iremos juntos!
Temblando, volvió la cabeza y vio que le alcan­zaba un hombre desconocido, de mal aspecto, ves­tido con una camisa roja.
Juntos siguieron en silencio el camino y entraron en la aldea, sin atreverse el labriego a separarse de él. El desconocido se iba arrimando a todas las casas del pueblo, y decía:
-¡Cerrada!
Extrañado el labrador, porque veía algunas puer­tas abiertas, cayó en la cuenta de que decía «cerra­das» por haber una cruz pintada en las mismas. Y así recorrió, una tras otra, todas las puertas de la aldea, hasta que llegaron a una que no tenía cruz, y, a pesar de sus grandes candados, dijo el hombre:
-Por fin encuentro una abierta.
Se acercó a ella, y como por arte de magia las puertas se abrieron y el hombre se deslizó en el inte­rior sin hacer el menor ruido.
El campesino le siguió con curiosidad y encontra­ron a dos hombres profundamente dormidos. El uno era joven y el otro de más edad; parecían padre e hijo. El misterioso personaje buscó por la habita­ción y encontró una pequeña cuba en el suelo, y, co­giéndola con gesto rápido, dio con ella un golpe en la espalda del joven dormido, haciéndole una he­rida, de la que salía sangre. Con ansia rara, se lanzó sobre él y estuvo chupándole la sangre hasta dejarle inerte. Se acercó luego al viejo y con increíble lige­reza le hirió y sorbió toda su sangre, y, cogiendo del brazo al aterrado labrador, le hizo salir, diciendo:
-Vámonos, que ya amanece.
El campesino no se atrevía a huir ni a protestar, y, sintiéndose cogido, corría junto al vampiro. En unos momentos estuvieron de vuelta en el cementerio; allí se echó sobre el aldeano, abrazándole con fuer­za para estrangularle. Pero en este instante cantó el gallo y el espectro desapareció como por encanto. Ya libre, el aldeano, que tan cerca había estado de la muerte, se volvió horrorizado a su aldea.
El pueblo ya había despertado, y pronto corrió de boca en boca la noticia de la extraña muerte de los dos hombres.
El campesino contó lo que había presenciado, y los vecinos, con sana prudencia, llenaron sus puer­tas de cruces.
Ya nadie se atrevió a pasar por el cementerio, donde los cuerpos de los vampiros nunca se des­componen en sus tumbas, pues con la sangre viva que chupan, su carne se mantiene fresca.

062. anonimo (rusia)

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